Con el fuerte aumento de casos de coronavirus en los últimos días, los servicios médicos de todo el país están llegando al límite de su capacidad. Si continúa el ritmo de contagios, se teme que en pocos días puedan colapsar los principales centros hospitalarios provistos de equipamientos y servicios especiales.
Por el número de nuevos casos registrados, los principales puntos de contagios son el departamento Central y Asunción, seguido del departamento de Alto Paraná. Pero la falta de insumos y reactivos en ciertas unidades hospitalarias estatales, que se ha denunciado, pone en peligro la capacidad de reaccionar adecuadamente ante el avance de la pandemia.
Los reportes indican que, al 26 de agosto, en Asunción y el departamento Central los servicios de terapia intensiva estaban llegando al tope, ya que ese día solo había entre 15 y 18 camas disponibles. En Ciudad del Este el panorama estaba mejorando y 32 de las 34 camas de servicios intensivos estaban ocupadas, además de 43 de las 80 camas de las salas comunes. En el resto del país solo había 40 camas desocupadas en los servicios especiales. El viceministro de Atención Integral a la Salud, Julio Borba, aseguró ese día que en los hospitales públicos del país había una ocupación del 75% de las camas comunes, lo que da una pauta de la situación nacional en este momento.
En la fecha mencionada, en Central y Asunción, cuyas cifras están aumentando a un fuerte ritmo, se dieron el 66,4% de los nuevos casos reportados en todo el territorio nacional, pues de los 644 nuevos positivos en todo el país, 428 eran de ese departamento y de la capital.
En las últimas cinco jornadas estudiadas, del 22 al 26 de agosto, el promedio de nuevos casos en el país ascendía a 467 enfermos por día y los decesos eran una media de 15 fallecidos por jornada. Dos semanas atrás, del 8 al 12 de agosto, el promedio de fallecidos diarios era de 5, en tanto que los contagios llegaban a 302 por jornada, lo que indica que la cantidad de muertos por día se ha triplicado en solo dos semanas.
Todo parece indicar que la arremetida del mal es por ahora casi imparable. Y si no se pone freno a la velocidad de contagios, en poco tiempo el país puede entrar en zozobra. Por eso es que la gran batalla contra la enfermedad hay que librarla fuera de los hospitales: en las casas, en las calles, en los lugares de trabajo, tomando los cuidados sanitarios recomendados, sembrando conciencia entre la gente y haciendo que la conducta de la mayor parte de la ciudadanía haga más difícil la contaminación y el contagio.
Más que en los servicios de terapia intensiva y en las camas de los hospitales donde luchan por su vida los que ya están infectados por la enfermedad, tenemos que pelear en todos los rincones de la sociedad. Porque, al contrario de las guerras convencionales, la principal lucha no se libra solo en la primera línea de batalla de los centros médicos, sino fuera de ellos. Los responsables del combate no son solo los generales que comandan la ímproba pelea en las camas hospitalarias, sino también cada uno de los individuos que compone nuestra sociedad en los diversos lugares en que le toca vivir.
Por eso hay que predicar a tiempo y a destiempo, con el ejemplo y la palabra, en todos los lugares que nos toca estar las tres reglas básicas del combate: el uso del tapabocas, el lavado constante de las manos con agua y jabón y el distanciamiento social.
El Gobierno debe decidirse a hacer una poderosa campaña educativa para enseñar a la gente los cuidados básicos y convencerla de que su salud y su vida están en peligro si no actúa según las reglas. Todo lo que se haga para difundir las normas básicas de comportamiento en cualquiera de las ocasiones será poco hasta que la mayoría de los individuos comience a adquirir conciencia y actúe en consecuencia.
Contagiarse y luego tener que internarse en los hospitales es lo último que hay que permitir, porque puede llegar a ser tarde. Como está ocurriendo con muchos de nuestros compatriotas.