La reforma del Estado, la atención oportuna a los sectores de la población más golpeados por el efecto socioeconómico que nos deja el covid-19, lograr un Presupuesto General de la Nación 2021 ajustado a la coyuntura y echar andar los motores de la economía son las prioridades transcendentales que se espera del Gobierno Nacional.

Al concluir el momento más crítico de la pandemia, que acabamos de iniciar, debemos tener como país una hoja de ruta sin incertidumbre, que todos tengamos claro el norte hacia el que hay que avanzar para dejar atrás los efectos colaterales de la pandemia.La primera muestra de estas intenciones de innovación debe empezar por deshacerse de los “ministros lastre”, que en los dos últimos años le fueron útiles para deslucir su gestión, verdaderos dolores de muela antes que colaboradores probos que vinieron a mejorar con su gestión las reparticiones de Estado que les fueron encomendadas.

Las elecciones intermedias están a la vuelta de la esquina y la gente está en el pico del hartazgo por los papelones y escándalos de corrupción suscitados en las altas esferas del Poder Ejecutivo. El fastidio con el gobernante siempre se convierte en voto castigo y el voto duro ya no es suficiente para ganar. 

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Otro elemento en el que se debe tener claridad es el endeudamiento externo. El pasado miércoles, la flamante viceministra de Economía del Ministerio de Hacienda, Carmen Marín, en medio de una conferencia de prensa virtual reconocía lo que los expertos económicos venían advirtiendo desde hace semanas atrás: “El ritmo de endeudamiento claramente no es sostenible”; sin embargo, un día después el propio Ejecutivo salió a defender nuevos endeudamientos y anunció que seguirán insistiendo ante el Congreso para encontrar una fórmula que de una u otra manera les permita ensanchar los compromisos financieros adquiridos hasta el momento.

Conceptualmente el mandatario esgrimió con verdad que el endeudamiento es un mecanismo utilizado por todos los países del mundo para hacer obras y desarrollar la economía de la nación en momentos de recesión, lo que pasó por alto es que todo endeudamiento tiene un límite y en el caso de Paraguay ya llegamos sobradamente a ese tope máximo, el 30 por ciento del producto interno bruto es nuestro techo, pretender avanzar a un 40 por ciento no es audaz sino irresponsable, porque desembocaríamos en problemas de pago en el futuro generando un efecto búmeran, en vez de desarrollo podría agravarse la actual crisis económica debido a la pandemia y entraríamos en una época de depresión permanente.

El Presupuesto General de la Nación 2021 debe ser ajustado con precisión de cirujano, austero, con alto control del gasto público; es decir, acorde a la coyuntura sanitaria, la cual por cierto no tiene aún fecha de caducidad; es decir, ese plan financiero debe estar pensado para crear las instancias necesarias para poder financiar gastos prioritarios y los compromisos financieros acumulados. La presentación de este plan de gastos e ingresos al Congreso Nacional vence en ocho días más, no hay tiempo que perder en los ajustes necesarios. 

Otra prioridad impostergable es la implementación de la reforma del Estado, pasando por su reorganización estructural, mejorar el sistema de compras para minimizar la corrupción en esa área, apuntalar la carrera del servicio civil, y sobre todo revolucionar los sistemas de salud pública y de la educación; durante esta pandemia desnudaron su pobreza en todos los sentidos. 

El actual gobierno puede revertir la crisis provocada por el coronavirus en oportunidad. Ninguna otra administración gubernamental tuvo este tipo de coyuntura, que le justifique refundar el Paraguay, plantando los cimientos de una nueva nación, sin brechas socioeconómicas abismales entre la población, con un nivel de calidad de vida digno. El Ejecutivo está aún a tiempo de dar un giro de timón, no hay tiempo que perder.

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