Con la incertidumbre izada al tope por los efectos de la pandemia del covid-19, se inicia el tercer periodo del mandato presidencial de Mario Abdo. Las expectativas de la gente por entrar de lleno en un nuevo rumbo también son altas, porque desde antes de la llegada del coronavirus la economía nacional ya había iniciado su proceso de desaceleración, con las secuelas sociales propias de estos ciclos, que ahora se ven agravados por la coyuntura sanitaria. Los desafíos del actual gobierno ya estaban listos antes de iniciar su mandato en el 2018, la anterior administración gubernamental había dejado alta la vara, sobre todo por su gestión de afianzamiento de las políticas macroeconómicas, lo que le permite al Paraguay mantener hasta el momento previsibilidad y estabilidad ante el concierto internacional.
El inicio del tercer año del mandato del presidente Abdo exige bajar a tierra el discurso de su toma de posesión, especialmente en lo relacionado con “trabajar para la gente”, y que “caiga quien caiga” en la lucha contra la corrupción en el Estado. Al cierre del segundo año de gestión presidencial, estos dos elementos son conceptos vacíos y ausentes en la práctica. La situación económica fue de menos a mucho menos, al punto de tener hipotecado el futuro por los próximos 15 años, según revelan estudios de organismos internacionales. Asimismo, los escándalos de corrupción y de enriquecimiento ilícito entre los funcionarios de alto rango son la comidilla casi diaria en los últimos meses, sin que su caída no haya sido por la presión social y no por la iniciativa del Ejecutivo.
El Gobierno debe empezar a brindar señales de certeza sobre las pautas para salir de la delicada situación por la que atravesamos, porque hay una gran incertidumbre de hacia dónde vamos en medio de una situación en extremo complicada y alarmante. De los impactos en el agro por las sequías e inundaciones hemos pasado a los impactos en el comercio y los servicios, los cuales generan una situación social altamente crispante, por los altos niveles de desempleo que genera. Esto viene aparejado de un aumento de la pobreza, que en la actualidad da cuenta de que 1 de cada 3 paraguayos vive en esa condición en la zona rural y la mitad de la población urbana está en los niveles de indigencia.
El conflicto se agudiza por la falta de fortalecimiento de las instituciones que hoy nos hubieran sido de utilidad para enfrentar la pandemia y para planificar políticas públicas de mitigación y reactivación. Caminamos en la oscuridad y con los ojos vendados, sin la capacidad de brindar respuestas certeras a los problemas, la improvisación parece marcar el norte de la gestión presidencial, que se refleja en un marcado desgaste, por causa no solo de las dificultades que provienen de la gobernanza, sino más bien por las de carácter político propiciadas por referentes del propio régimen, donde el olor a negociado está posicionado en la psiquis de la opinión pública. La operación cicatriz es el mayor bálsamo político logrado hasta el momento y sobre el cual tiran piedras tirios y troyanos, de adentro y fuera del Partido Colorado, por el temor que genera la unidad.
Los pendientes del Gobierno son muchos, pero hay algunos de carácter puntual sobre los que debe volcar su gestión para retomar el rumbo. Aplicar las políticas para reactivar la economía en los próximos tres años, eso implica avanzar en las reformas inteligentes de la estructura del Estado y el fortalecimiento institucional, propiciar una verdadera política de austeridad, no acrecentar la deuda externa sin un plan confiable de financiamiento, recuperar el control del déficit fiscal, entre otros. El efecto de la correcta aplicación será el mejoramiento del comercio, la reducción del desempleo y por ende de la pobreza. Dejar al país en una situación similar al de la prepandemia, sin incertidumbre, con estabilidad y previsibilidad puede ser el mejor legado del actual gobierno, que hasta el momento está marcado por constantes autocrisis que le impiden afianzar políticas públicas debidamente planificadas.