De nuevo, ya es una costumbre, están en juego la Constitución, las leyes y las instituciones instauradas por la Constitución, después de las sucesivas violaciones reconocidas, leyendo las propias declaraciones de los violadores. Cualquiera que quiera saber puede recurrir a los documentos de los medios, declaraciones públicas y hasta presentación de recursos ante la Corte, cuando un solo senador, Lugo, de dudosa legalidad en los cargos públicos que ha ejercido afirmó públicamente, como tantos otros, que en cuanto al juramento de los senadores electos y proclamados, Cartes y Duarte, acataría la decisión de la Corte.
Él mismo solicitó el dictamen. La Corte dictaminó que podían ser senadores y Lugo hizo lo que se le cantaba nombrando por cuenta propia a dos senadores que no fueron ni electos por el pueblo ni proclamados por la Justicia Electoral; probablemente, esbozando una “sonrisa disimulada” como publicó un politólogo, quien cerraba su reflexión, no sin cierta admiración, “es que no se llega a obispo siendo lerdo o torpe”. Tal vez fuera la misma sonrisa o semejante a la que registraron comentaristas de policiales que esbozaba Al Capone cuando lograba torcer en la Justicia alguno de los fallos en su contra y a favor de los más diversos delitos.
El asunto es que la historia puede volver a repetirse, solo que, parafraseando al filósofo, volviéndose cada vez más grotesca. El caso ahora es que el presidente del Congreso, Silvio Ovelar, dijo que en materia de establecer el sucesor del renunciante senador Oviedo debe recurrirse a la institución correspondiente, es decir, al Tribunal Superior de Justicia Electoral. Tiene razón, pero puesto en sus propias palabras, hasta ahora la ley corresponde al artículo 23 o, al decir de algún comentarista, a definir los temas constitucionales y legales, y electorales, en forma de pulseada… política. Es decir, establecer de facto los candidatos a cargos electivos por medio de la la ley del mbarete, siguiendo el ejemplo de Lugo; para esto de violar la Constitución parece ser que son todos o casi todos “obispos.”
Lugo ya lo hizo con la violación de la Constitución Nacional, en aquel entonces con el apoyo de la “impoluta” oposición, que lo apoyó como candidato a presidente, pese a la clara prohibición constitucional para ese cargo a “los ministros de cualquier religión o culto”; y volvió a hacerlo dando la orden de desalojo a policías desarmados ante un piquete de enmascarados armados hasta los dientes, que desató la masacre de Curuguaty, por si le interesa incluir el tema en la investigación que anuncia va a realizar el ministro del Interior. Y luego una vez más, sin contar las violaciones y abusos de mujeres, con la complicidad del silencio incluso de “políticas”; siguió violando a la República convocando a militares paraguayos para ser arengados por el entonces canciller venezolano, el criminal Maduro, para incitarlos a la subversión contra el Congreso Nacional.
La culminación fue la asunción de la representación del pleno del Congreso para hacer jurar a dos “senadortruchos”, degradando aún más la política que ya había instituido el sometimiento de la Constitución al famoso artículo 23; es decir, que 23 senadores pueden anular la Constitución, las leyes, el voto popular y la Justicia Electoral, sin inmutarse.
Lugo fue más lejos: instauró el artículo ventiúnico; es decir, él asumió la representación de todo el Senado, “con su larga experiencia en esos enredos, y estableció como nueva ley suprema, el artículo 21, es decir, que un ventiúnico senador, o sea, él, podía ejercer el poder constitucional, electoral y ere eréva: la suma de todos los poderes. Todo con una “sonrisa obispal”. ¿Compartirán los demás obispos el criterio? O como decía una canción de protesta de los 60… “Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma…”.
El caso es que, según la Justicia Electoral y la absoluta mayoría de los pocos expertos que hay en la materia, no cabe duda de a quien corresponde el cargo de senador que deja Oviedo Mato, pero ya hay tal alboroto de aprendices de Lugo que casi todos consideran que el cargo les corresponde a ellos. Se dijo de la sala Constitucional de la Corte, para ningunearla, que todos eran corruptos, sin que ellos mismos, los acusadores, hubieran iniciado el juicio que les corresponde hacer; ahora se inventará cualquier disculpa, el caso es que todo tiende a que se vuelve a repetir la historia y a algún abusador con disimulada sonrisa se le ocurra nombrar a quien le cante.
La cuestión que queda pendiente es que si un solo senador, en medio de un javorái, puede ejercer el poder a discreción e indiscreción al mismo tiempo, es decir, el delito a cara descubierta, se puede volver a repetir la historia. Ya que el presidente del Senado vuelve a insistir en que hay que respetar las normas y que él no puede representar a un cuerpo colegiado, con lo que tiene razón, sobre todo a un cuerpo colegiado que deja que un solo miembro ejerza su representación y asuma sus atribuciones y siga tan campante, es decir, que en plena democracia está de nuevo vigente la ley del mbarete.