En la última campaña electoral, el actual presidente de la República, Mario Abdo Benítez, había generado una enorme controversia al deslizar que propondría –una vez llegado al poder– reimpulsar el Servicio Militar Obligatorio como una forma de que los jóvenes aprendan valores cívicos y que, a la par, se alejen de la violencia. Unos días después intentó matizar sus expresiones para atenuar la lluvia de críticas que recibió de distintos sectores.
Pero si alguna duda quedaba sobre esta posibilidad, ayer se disipó con el anuncio que realizó Felipe Salomón, el flamante ministro de la Juventud, quien informó que la secretaría de Estado a su cargo está elaborando un proyecto de ley para que los jóvenes asistan a los cuarteles. No dio detalles de este proyecto ni los alcances que tendrá, ni si busca modificar o poner límites a la Ley 4.013, que reglamenta la objeción de conciencia. Solo se limitó a emular el discurso de Abdo Benítez de febrero pasado y que generó reacciones diversas: que en los cuarteles se reciben valores y un oficio.
Resulta algo llamativo el anuncio realizado por el ministro de la Juventud, atendiendo que para los jóvenes paraguayos existen muchísimas otras prioridades y otras ocupaciones a las que Salomón podría dedicar su gestión y no ocuparse en desempolvar sentimientos asociados al autoritarismo que marcaron al país bajo la dictadura de Alfredo Stroessner.
Tantas son las necesidades que los jóvenes tienen hoy, que van desde las más básicas hasta aquellas que les permitirán mejores accesos a oportunidades. Lo que Salomón debería saber y ocuparse es que la juventud paraguaya hoy requiere de un acceso integral a la salud pública, una educación secundaria y terciaria de calidad, así como necesita empleos dignos y una mayor presencia del Estado, que tiene que ofrecer respuestas claras, contundentes y, sobre todo, eficaces para hacer frente, por ejemplo, a la criminalidad o el creciente número de adictos, dos de los problemas que se han vuelto una obsesión del nuevo gobierno.
No hay que olvidar que las cifras aún son desalentadoras, ya que el Estado invierte menos del 4% del PIB en la educación y que, por ejemplo, a la educación universitaria solo accede el 2% de los estudiantes. Ni hablar sobre el empleo y subempleo, ya que solo 4 de 10 jóvenes tienen trabajo, y la gran mayoría lo hace en el sector informal, sin seguro médico ni otro tipo de coberturas.
Otra arista no menos importante es la que tiene que ver con las Fuerzas Armadas. No solo no se trata de una cuestión que se circunscriba al “tabú”, al decir del ministro de la Juventud, sobre los castigos y apremios físicos. Se trata de que en años anteriores decenas de conscriptos fallecieron en instituciones castrenses (solamente desde 1989 hasta hoy casi 150 jóvenes perecieron) y pocas acciones concretas se han hecho para erradicar este peligro. Asimismo, si lo que se busca es dotar a las Fuerzas Militares de mayor competencia y capacidad, a lo que debería apuntarse es a lograr un mayor profesionalismo de sus cuadros para cuidar, por ejemplo, las fronteras y no dedicar tiempo y recursos a la formación de conscriptos.
El filósofo español Fernando Savater sostiene que “los valores humanos se alcanzan con el ejemplo” y este debe partir desde los núcleos sociales más básicos como la familia o en la escuela y no precisamente en un cuartel, como lo conciben hoy nuestras autoridades.
Para alcanzar estos valores que permitan luego ser ciudadanos ejemplares, los jóvenes del Paraguay hoy no requieren las botas de un pasado infame, precisan sí de maestros instruidos y abnegados; no necesitan ni rémoras autoritarias ni ejemplos de conductas anacrónicas; precisan de escuelas, colegios y universidades que aspiren a la excelencia y de oportunidades de empleo para realizarse.