DEALBOOK

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STEVE LOHR

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Los gigantes tecnológicos de la nación, alguna vez celebrados como héroes corporativos, de pronto han pasado a ser considerados bravucones en el patio de juegos de la economía estadounidense.

En meses recientes, agencias federales, estados y el Congreso han comenzado a investigar el poder de mercado y el comportamiento potencialmente anticompetitivo de Google, Facebook, Amazon y Apple, empresas a las que en conjunto se conoce como Big Tech.

¿Qué se tendría que hacer para controlar a las grandes empresas tecnológicas, si acaso se puede hacer algo? ¿Nuevas reglas? ¿Un cumplimiento más riguroso? ¿Escindirlas?

Este es un tema candente en Estados Unidos y en otros países. Además, fue uno de los temas tratados en el congreso The New York Times DealBook, celebrado a inicios de noviembre, el cual abordaron con mayor énfasis dos participantes: Makan Delrahim, jefe de la división antimonopólica del Departamento de Justicia, y Bill Gates, uno de los cofundadores de Microsoft, el blanco del último gran caso del gobierno en contra de una empresa tecnológica.

VIGILANCIA SÍ, REGULACIONES NO

De acuerdo con Delrahim, vigilar a las grandes empresas tecnológicas debería quedar en manos de los funcionarios federales especializados en la competencia y no en el fortalecimiento de las regulaciones.

El Congreso busca crear una nueva autoridad digital o ampliar de una forma significativa los poderes de la Comisión Federal de Comercio para que regule a los gigantes del sector tecnológico. En audiencias del Congreso, testigos expertos han realizado esa recomendación.

Otros países, entre ellos Australia y el Reino Unido, han creado o están en el proceso de crear agencias regulatorias enfocadas en los mercados digitales, un mecanismo para responder de una forma más expedita a las acusaciones de prácticas anticompetitivas y otros abusos.

“Espero que no tengamos que llegar a eso”, comentó Delrahim.

Según Delrahim, las leyes antimonopólicas, que llevan un siglo en vigor, deberían tener la agilidad y flexibilidad necesarias para manejar los asuntos de competencia en los veloces mercados digitales. “Ese es nuestro desafío”, comentó.

Tradicionalmente, la aplicación de las leyes antimonopólicas se ha basado en los precios altos para el consumidor como una señal clave de poder monopólico y las conductas anticompetitivas.

NUEVAS REGLAS

Sin embargo, los servicios de internet de Google y Facebook son gratuitos para los consumidores. Los criterios antiguos ya no sirven, lo que ha provocado que se exija la creación de nuevas reglas para los gigantes digitales.

Para Delrahim, los precios sí importan, pero hizo énfasis en que no eran la única consideración para aplicar las leyes antimonopólicas. Según Delrahim, otras consideraciones son el impacto que tienen las acciones de una empresa dominante en las elecciones del consumidor, la calidad del servicio y la innovación.

LAS OFERTAS GRATUITAS NO SON NUEVAS EN LA LEY ANTIMONOPÓLICA

Delrahim hizo notar que, en el caso de Microsoft en la década de 1990, la empresa incluyó el software de su navegador Internet Explorer en su dominante sistema Windows como un complemento gratuito. Esto socavó la competencia de un nuevo competidor, Netscape Communications, un pionero comercial en el software de los navegadores de internet.

En aquel entonces, Delrahim era un joven abogado que trabajaba en el Comité Judicial del Senado, el cual realizó las audiencias a Microsoft. En el congreso de DealBook le preguntaron a Delrahim si habría demandado a Microsoft de haber estado en el Departamento de Justicia en aquella época.

“Por supuesto que pienso que había que presentar una demanda”, respondió Delrahim.

A nadie le sorprendió que Gates no estuviera de acuerdo. Recordó la época en que estuvo en el centro de un caso antimonopólico y la energía personal y corporativa que consumió ese asunto.

Microsoft fue hallada culpable de violar las leyes antimonopólicas en repetidas ocasiones y accedió a dejar de llevar a cabo algunas tácticas en un convenio.

Cuando le preguntaron si la demanda provocó que el mercado de la tecnología fuera más competitivo, Gates respondió: “No. Todos los demás pueden decir eso si así lo desean. Para mí, no es verdad y nunca cambiaré de opinión”.

No obstante, mencionó Gates, la demanda perjudicó a Microsoft, al distraerlo a él y a la empresa de moverse con la velocidad necesaria en los nuevos mercados, como la computación móvil y los teléfonos celulares. “Pero eso no es algo a favor del consumidor”, sentenció.

El remedio más drástico sería escindir las grandes empresas tecnológicas. La propuesta más detallada es un plan de separación para Facebook que presentaron dos expertos en el tema de los monopolios, Scott Hemphill de la Universidad de Nueva York y Tim Wu de la Universidad de Columbia, y Chris Hughes, uno de los fundadores de Facebook.

Ellos proponen que se debe obligar a Facebook a deshacerse de dos empresas que adquirió: Instagram, un servicio para compartir fotos, y Whatsapp, un servicio de mensajes de texto. Según ellos, esas compras fueron las más importantes en una campaña de Facebook para absorber a los competidores nacientes. Hace un siglo, Standard Oil fue dividida conforme una teoría similar que considera las adquisiciones “depredadoras” como una estrategia anticompetitiva.

En el congreso de DealBook, Kevin Systrom, cofundador de Instagram, se mostró escéptico respecto de que la escisión de las grandes empresas tecnológicas sea una solución apropiada o eficaz para el problema que se percibe: el poder que tienen estas empresas sobre la economía y el discurso público.

“No crean que con quitarle Whatsapp e Instagram de pronto se solucionará ese problema”, opinó. “Todavía quedarían dos mil millones y medio de personas en Facebook”.

PROCESO VITAL

Systrom también defendió la adquisición que hacen las grandes empresas de las más pequeñas con el argumento de que esto suele ser un proceso vital para acelerar la propagación de la innovación, ya que las grandes corporaciones tienen más recursos y un mayor alcance.

Las adquisiciones también pueden ser extremadamente lucrativas para los vendedores, como lo fue para la novata Instagram en el 2012. “Cuando alguien se te acerca y ofrece 1.000 millones de dólares para once personas, ¿qué le dices?”, cuestionó Systrom.

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