ANDREW ROSS SORKIN

“Creo que, como un grupo de líderes empresariales, debemos pensar en el impacto que tiene en nuestra sociedad lo que está sucediendo en las discusiones políticas de nuestro país”. Eso dijo la semana pasada Kenneth C. Frazier, el director ejecutivo de Merck & Co., tan solo unos días antes de las elecciones intermedias. Fue la cristalización de un tema que ha ganado cada vez más fuerza a lo largo de los últimos años entre un grupo de directivos que, durante una buena parte del último medio siglo, intentó eludir la política y consideró su papel en la sociedad en términos sencillos: entregar ganancias a sus accionistas, en ocasiones a expensas de otros electorados.

Sin embargo, debido a que nuestra sociedad parece estar más polarizada que nunca, y a que Washington parece no tener prisa por sanar este país dividido, los ejecutivos han tenido que desempeñar papeles que no deseaban, como el de ser los que intentan unir a la gente o, en algunos casos, tener que tomar partido.

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“No estamos aquí para tomar posturas políticas”, me comentó Frazier. “Mis empleados no tienen por qué saber mis creencias respecto de la política. Pero, con toda honestidad, en verdad pienso que, si ves lo que está pasando en nuestra sociedad, hay más división de la que recuerde haber visto jamás.

“El discurso político es tal que pensamos que la gente que no coincide con nosotros es nuestra enemiga”, continuó. “Además, si nos fijamos en nuestra sociedad, nuestras escuelas públicas están más segregadas de lo que han estado en generaciones; vivimos en comunidades que en esencia son enclaves de personas que se parecen a nosotros”.

“Los medios que consumimos hoy en día, debido a la televisión por cable y las redes sociales… Podemos ir y solo hablar con la gente que está de acuerdo con nosotros. En realidad, creo que el lugar de trabajo es el último sitio que queda en nuestra sociedad donde la gente no necesariamente puede escoger con quién trabajar”.

Frazier, el director ejecutivo afroamericano más prominente del país, articuló el desafío que enfrentan los negocios en medio de esta vorágine política, pero también las posibilidades: “Los líderes empresariales tienen la oportunidad de ayudar a construir puentes para salvar algunos de esos abismos de entendimiento en nuestra sociedad”.

Por supuesto que desde hace tiempo a los ejecutivos les ha gustado hablar sobre liderazgo y han hecho declaraciones con orgullo sobre su papel en la sociedad, pero con demasiada frecuencia sus promesas han sonado vacías.

Esta vez en realidad podría ser diferente.

Durante un congreso celebrado la semana pasada –DealBook: Playing for the Long Term (DealBook: con miras a largo plazo)–, en el transcurso de un día de conversaciones con algunos de los más altos ejecutivos del país, se escuchó un estribillo común que hizo resonar los sentimientos de Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, el inversionista más grande del mundo con más de seis billones de dólares. En una carta que envió este año, Fink les imploró a los otros directores ejecutivos que fueran más considerados respecto de su papel en la sociedad.

“Los mileniales son el motor de una gran parte del cambio”, abundó Fink en la carta. “Están pidiendo más de sus empresas”.

Fink señaló que creía que estábamos en un punto de inflexión.

“En verdad creo que la demanda de los aspectos ESG transformará todas las inversiones”, opinó Fink, para referirse a la manera en que los inversionistas están comenzando a evaluar de forma significativa a las empresas, en parte con base en las métricas ambientales, sociales y de gobernanza (ESG, por su sigla en inglés).

“Puede ser dentro de uno o cinco años, pero no es una situación que esté tan lejana”.

Para responder a una crítica en la que igualaron sus palabras a simples relaciones públicas y mencionaron que los negocios no deberían involucrarse en temas ajenos a las ganancias netas, Fink mencionó lo siguiente: “No soy una niñera”. Agregó: “No pretendo decir a las empresas cuál debe ser su propósito. Pero sí creo que depende de la empresa identificar cuál es su propósito”.

Sundar Pichai, el director ejecutivo de Google, señaló que, aunque él comenzó como ingeniero, la manera en que pasa sus días ha cambiado; cada vez dedica más tiempo a pensar en la forma en que “la tecnología impacta a la sociedad a gran escala”.

Pichai mencionó que parte de la descripción de su puesto había cambiado a “diplomático, promotor de políticas y tecnólogo”.

De hecho, las empresas como Google están en el centro del debate, pues enfrentan cuestionamientos sobre su tamaño y el impacto que tienen en asuntos como la privacidad, pero también sobre si respaldan trabajar con el gobierno de Estados Unidos en proyectos delicados, como la inteligencia artificial para el Departamento de Defensa, un proyecto que Google decidió cancelar en parte por la reacción negativa de sus empleados. Este resultado reafirma el análisis de Fink sobre el increíble poder que han logrado obtener los empleados al interior de algunas de estas empresas, en especial a medida que el mercado laboral se sigue estrechando.

Pichai señaló que no dirigía la empresa “por referendo”, pero el día que hablamos estaba tratando de resolver los efectos colaterales de un paro sorpresivo de los empleados de Google en todo el mundo por acusaciones de acoso sexual en el lugar de trabajo, una situación que algunos empleados arguyeron que era prevalente en la cultura de la empresa.

En la mayoría de las empresas, sería impensable que ocurrieran ese tipo de paros. Pichai mencionó que les daba la bienvenida. Además, aunque dijo que el debate era doloroso para la empresa, hay algo peculiar, incluso en el cambio de la cultura empresarial, que permite ese tipo de protesta generalizada.

La industria tecnológica, tal vez más que cualquier otra, está luchando por defenderse de argumentos respecto de que sus productos, que alguna vez se percibieron como un cambio para bien en el mundo, podrían tener el efecto opuesto.

Evan Spiegel, director ejecutivo de Snap, fue sincero. “Estas plataformas han creado un entorno que incentiva un comportamiento negativo”, comentó. Spiegel agregó: “Creo que estamos en un momento extraño en el que técnicamente se ha posibilitado este comportamiento, y el marco regulatorio de hecho no se ha puesto al día con esa realidad”.

Y mientras Washington tristemente parece estarse quedando atrás, por lo menos algunas empresas están tomando cartas en el asunto.

Edward W. Stack, director ejecutivo de Dick’s Sporting Goods, recordó la decisión que tomó respecto de que su empresa ya no vendería rifles AR-15 después de la matanza en Parkland, Florida. Confesó haber llorado después de ver la noticia. “Me dije: ‘Este sistema no funciona. Este sistema está roto y necesitamos hacer algo al respecto’”, mencionó.

Stack dijo: “Fui a Washington y hablé sobre las incongruencias en las leyes de las armas. Una gran cantidad de gente en Washington ni siquiera lo sabía, pero, aunque es necesario tener 21 años para comprar una pistola a un proveedor de armas con autorización federal”, se puede comprar un AR-15 a los 18 años.

No todas las empresas se volverán virtuosas, y muchas de las decisiones que toman los líderes empresariales están lejos de ser blancas o negras, pero la idea de que los ejecutivos estén empezando a considerar el impacto que tienen al menos es el inicio de un progreso.

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