Andrew Ross Sorkin

© The New York Times 2018

Mientras Mark Zuckerberg, el cofundador de Facebook, empieza su comparecencia en el Capitolio, donde sin duda enfrentará críticas devastadoras por la manera en que su sitio manejó la información de los usuarios, millones de personas pasarán el día del mismo modo de siempre: revisando sus "Últimas noticias", enviándose mensajes y dando "me gusta" a publicaciones, ajenos a cualquier problema relacionado con su privacidad.

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La realidad es que, respecto de la privacidad, ya se hizo el intercambio: hace mucho tiempo que decidimos regalar nuestra información personal a cambio de contenido gratuito y la capacidad de interactuar con otros sin interrupciones.

Con la última revelación sobre los tropiezos de Facebook en el tema de los datos –la información personal de cerca de 87 millones de usuarios se cosechó de forma inapropiada y se compartió con una firma británica de análisis de datos–, los políticos pueden gritar desde los techos sobre la privacidad y deberían hacerlo. Pero la gente ha demostrado una y otra vez que no le interesa.

La evidencia es demasiado evidente: después de casi cada uno de los grandes robos de privacidad que ha ocurrido en la última década, la gente rápidamente volvió a la escena del crimen y usó la misma tienda o el mismo sitio en línea que había estado en riesgo. ¿Recuerdan las enormes filtraciones de Home Depot, Target y Yahoo? La cantidad de consumidores que nunca regresó a ellas es minúscula.

Tal vez el último escándalo de privacidad que afectó a Facebook –combinado con su papel en la difusión de noticias falsas y en la interferencia extranjera en las elecciones de Estados Unidos– será un punto de inflexión en el comportamiento de los consumidores. Sin embargo, como nos ha mostrado la historia, no haremos nada diferente, a menos que las autoridades regulatorias tomen medidas que nos salven de nosotros mismos.

A pesar de todas las confusiones y críticas que provocó la respuesta lenta de Facebook ante varias filtraciones y varios fracasos en el tema de la privacidad, no fue por completo irracional. Simplemente no hay un incentivo para que las empresas se esfuercen mucho en la protección de nuestros datos, con excepción de los bancos y las firmas financieras.

Benjamin Dean, el presidente de Iconoclast Tech, una consultoría tecnológica y un ex investigador en ciberseguridad y gobernanza del internet de la Escuela de Relaciones Públicas e Internacionales de la Universidad de Columbia, ha estudiado algunos de los robos más grandes de datos, analizando con detenimiento los estados financieros de las empresas antes y después de las filtraciones. Dean encontró que el daño financiero que experimentaron fue pequeño.

"Los gastos reales de las filtraciones recientes de alto perfil de Sony, Target y Home Depot equivalen a menos del uno por ciento del ingreso anual de cada empresa", escribió Dean en un artículo de 2015 titulado "Why Companies Have Little Incentive to Invest in Cybersecurity'' ("Por qué las empresas tienen pocos incentivos para invertir en ciberseguridad"). "Después del reembolso que reciben del seguro, menos las deducciones tributarias, las pérdidas son aún menores".

En el 2004, cuando Google introdujo por primera vez Gmail, este periódico planteó cuestionamientos sobre la posibilidad que tenían los usuarios de oponerse a un servicio que desplegaba publicidad con base en el contenido de sus correos electrónicos: "Para muchos, la conclusión parece ser que escudriñar el correo electrónico personal con el objetivo de vender es totalmente inaceptable".

Pues bien, ahora más de 1.200 millones de personas tienen cuentas con Gmail, un servicio cuyo modelo de negocios se basa por completo en que Google pueda escudriñar tus mensajes privados. Así que parece que no era tan inaceptable.

Para los consumidores la transacción siempre ha sido bastante clara: la ventaja de un servicio gratuito a cambio de información que permite a los anunciantes focalizarnos específicamente. La diferencia en esa ecuación fue la motivación: supusimos que nuestros datos estaban a disposición de empresas benignas que buscaban vendernos ese par de zapatos deportivos que queríamos, no los agentes malignos que intentan influir en nuestros votos políticos… o incitar a la violencia en países como Birmania.

Nada de lo anterior sugiere que Facebook haya manejado estas situaciones de una manera adecuada; queda claro que no lo hizo. Además, a lo largo de la semana pasada, Zuckerberg se lo ha dicho casi a cualquiera que lo haya escuchado.

El problema es que Zuckerberg se ha disculpado durante años con su "comunidad" por todo tipo de filtraciones de confianza. ¿Y adivinen qué? Después de cada "mea culpa", la comunidad de Facebook ha crecido.

A pesar de la campaña #DeleteFacebook (Borra Facebook), la única manera en que las empresas cambiarán la forma en que protegen nuestra información es que los usuarios las abandonen… o que los reguladores se involucren.

Tal vez el obstáculo más grande en el cambio de comportamiento –además de nuestro insaciable deseo de que todas las cosas sean "gratis"– es que la mayoría de los consumidores no suele sentir en verdad los efectos de una filtración masiva de datos. Para la mayoría de la gente, es un problema teórico, del mismo modo que algunas personas perciben el cambio climático o el crecimiento de la deuda nacional.

La gente que se ve afectada de manera más directa por las filtraciones de privacidad es a la que le han robado dinero o cuyos correos electrónicos han sido expuestos. Sin embargo, en las inmensas filtraciones de información, esas personas son una anomalía estadística.

Amy Pascal, quien fue la ejecutiva más alta de Sony Pictures, tiene una queja auténtica por haber sido víctima de una filtración de datos: vivió una vergüenza a nivel nacional cuando se revelaron sus correos electrónicos y posteriormente perdió su trabajo. Los correos electrónicos de John D. Podesta, el presidente de la campaña del 2016 de Hillary Clinton, también estuvieron en riesgo y provocaron un efecto desastroso.

Pero la mayoría de la gente no lo percibe.

Durante el fin de semana, pregunté a los usuarios de Twitter si habían borrado sus cuentas de Facebook o habían reducido su actividad en la red social. Respondieron cerca de 700 usuarios. Por cada uno que decía que había rechazado a Facebook, había más que lo seguían usando.

"Entiende que en las redes sociales nada es en verdad privado y reconoce que en la mayoría de las áreas de la vida alguien intenta venderte algo o afectar tu comportamiento", escribió un usuario. Otro comentó: "La gente adora el servicio que le da Facebook, pero nada es gratuito. Pagamos por usarlo al brindar nuestra información personal y demográfica para que puedan vender anuncios a negocios que quieren entendernos y focalizarnos mejor. Nos beneficiamos al obtener publicidad más relevante".

Y aunque varias personas dijeron que se estaban distanciando de Facebook, mencionaron que no solo les preocupaban los problemas de privacidad, sino que el servicio se ha vuelto menos relevante para ellas.

En una entrevista del 2010, le preguntaron a Zuckerberg sobre la privacidad. Su respuesta reflejó dónde estamos ahora.

"La gente no solo se siente cómoda compartiendo más información –y de diferente tipo–, sino también de manera más abierta hacia otras personas", comentó. "Y esa norma social es simplemente algo que ha evolucionado con el tiempo. Y la percibimos como nuestro papel en el sistema para innovar y actualizar de forma constante lo que este es, con el fin de reflejar cuáles son las normas sociales de la actualidad".

Si nuestras normas sociales no cambian, lo más probable es que tampoco lo hagan las de Facebook y otros sitios.

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