La crisis económica agravada con la pandemia sanitaria desde hace más de 20 meses, con peligro de un tercer rebrote por la irresponsabilidad y relajo de muchos, podrá tener efectos negativos en nuestra macro y microeconomía, habiendo obligado en el período más crítico a cientos de empresas a “bajar las persianas”, pues ya no disponían de recursos para la cobertura de sus gastos rígidos mensuales ante la sensible disminución de las ventas.

Las autoridades deben despertar de su letargo, ser más proactivas y “remangarse” para enfrentar esta coyuntura negativa que permita mostrar capacidad de gestión, pues los avances vistos hasta ahora son muy reducidos.

Los que están al frente de las entidades públicas tomando decisiones estratégicas, salvo honrosas excepciones, carecen de capacidad e idoneidad que los perfiles del puesto requieren, pues lamentablemente el prebendarismo y el amiguismo parecería que dentro de la escala de valores tienen un mayor peso que los verdaderos atributos que distinguen a un buen servidor público.

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Nuestra situación a nivel microeconómico es delicada, pues muchas empresas que operan en diversos segmentos de negocio se han visto sensiblemente afectadas en su posición económica-financiera-patrimonial, principalmente las pymes que no cuentan con la misma “espalda” que las de tamaño corporativo y les llevará meses poder recuperarse.

Se dieron miles de suspensiones temporales de personal y despidos, quedando en “la calle” muchos desempleados, en su mayoría padres de familia, que obligaron al Estado a erogar cifras millonarias en concepto de subsidio, pero insuficiente para la cobertura de las necesidades básicas de una familia.

Las obras de infraestructura, que históricamente fueron uno de los motores de nuestra economía por la cantidad de mano de obra que ocupa con efecto multiplicador sobre nuestra microeconomía, también se vieron resentidas.

Ahora que mucha gente se ha inoculado con la vacuna anticovid, si bien se observa una disminución en la cantidad de internaciones, hemos tenido que lamentar más de 16.500 pérdidas humanas, enlutando a muchas familias de todo el país. Lo material es recuperable, pero la vida ya no tiene retorno.

Necesitamos volver a “calentar motores”, que permitan recuperar las pérdidas de fuentes de trabajo, una gradual recuperación de la capacidad adquisitiva de nuestra gente que continúa resentida y que sea traslativa a nuestra muy necesitada microeconomía.

Si bien de a poquito estamos volviendo a ver “la luz al final del túnel”, seguimos con mucha gente con los bolsillos vacíos y pymes “sobreviviendo” con escuálidos niveles de ventas, que tan siquiera les permiten cubrir razonablemente sus costos y gastos operacionales y administrativos.

Nuestras autoridades deben “tomar al toro por las astas” y concienciarse de que con una buena capacidad de gestión en el uso de los recursos, todos saldremos ganando, pues la calidad del gasto sigue siendo deficiente, constituyéndose en uno de los factores primarios de nuestro déficit fiscal, obligando a provisionar mes a mes millonarias sumas de dinero para pago de sueldos (gastos rígidos) a esa inmensa superpoblación de funcionarios públicos a nivel país.

Estamos en plena era de la tecnología y cuán triste resulta ver en pleno siglo XXI a funcionarios anotando en vetustos libros negros “a manopla”, enlenteciendo los flujos de proceso que a través de una buena reingeniería podremos reducirlo sensiblemente destinando la “montaña” de gastos rígidos a otros propósitos más prioritarios.

Tenemos un poco más de 7 millones de habitantes, pero en contrapartida contamos con nada menos que aproximadamente 300.000 servidores públicos, brindando una deficiente calidad de servicio en la mayoría de los entes.

Haciendo una depuración técnica-profesional y eliminando “lo que sea grasa”, tengo la cuasi plena seguridad de que con no más del 60% de la plantilla global actual de funcionarios podremos tener un Estado moderno, eficiente y eficaz, que brinde a la ciudadanía el servicio de calidad que se merece.

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