EL PODER DE LA CONCIENCIA

Por Alex Noguera

Periodista

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El Paraguay bendecido porque la pandemia casi no causaba estragos en la población quedó atrás al iniciar agosto; hoy se hizo costumbre que el reporte diario del Ministerio de Salud incluya un tendal de pacientes fallecidos.

El orgullo ciudadano cambió, primero por incredulidad, y ahora en dolor. Cada muerto duele y los nervios a causa de los familiares perdidos se suman al miedo de ser uno mismo el próximo en la lista. La propia directora de la OPS, Carissa Etienne, reconoció hace unos días que “la pandemia de covid-19 ha provocado una crisis de salud mental en nuestra región a una escala que nunca antes habíamos visto”.

En ese tren de crispación, por primera vez en el país todos los sectores del gremio médico se unieron para criticar a las autoridades sanitarias su gestión y exigir al Gobierno resultados acorde a los esperados. La gente está nerviosa y la poca paciencia que había se terminó en julio.

En los medios leemos, por ejemplo, sobre el caso del suegro de Américo Velázquez, quien “entró caminando (al IPS Ingavi), solo con tos, sin fiebre ni nada más. Ahí nos dijeron que nadie puede quedarse con él a cuidarle ni nada porque no se sabe si es covid-19 y por el protocolo se aceptó eso. Él se quedó internado, solo y con su teléfono”... y cinco días después salió en una bolsa mortuoria y también denuncias como que “el doctor encargado tenía que salir a dar informes todos los días a las 11:00 o vía telefónica a sus familiares, lo que nunca pasó”.

Según narra el medio, el paciente se contactaba vía Whatsapp y contaba a sus familiares que solo las enfermeras entraban junto a él a veces y la que llevaba la comida. “Pero ningún doctor se fue a hablar con él desde que se internó”.

El Whatsapp era la única forma de contacto que el paciente tenía con sus seres queridos hasta que las teclas callaron. Tres horas después de enviar el último mensaje... informaron sobre su muerte.

En este momento, las salas de internación en los pabellones para covid-19 están saturadas, solo pacientes y médicos pueden entrar y nadie sabe lo que sucede dentro. ¿Por qué esconder lo que los doctores hacen –o dejan de hacer– con las personas que llegan en situación vulnerable y son apartadas de aquellos en quienes confían?

Como en cualquier parte del mundo, en los hospitales debería ser una exigencia que instalen cámaras de circuito cerrado dentro de las unidades de urgencia para que haya transparencia sobre lo actuado. En esta época en que los pacientes y los familiares están nerviosos, así como también los médicos (porque no es fácil lidiar con esta enfermedad), debería haber registros que protejan los derechos de unos y de otros.

Los médicos deben entender que si bien son los “héroes” de capa blanca, esa condición exige una responsabilidad, que muchas veces, lastimosamente, no es honrada. Nadie imaginó que las urgentes compras de insumos y camas para salvar vidas en esta pandemia se convertiría en un negociado, pero ocurrió.

¿Cuántas veces se acercó el médico al suegro de Américo Velázquez? ¿Cumplió con su deber o la excusa de la sobrecarga de trabajo le impidió salvar una vida que era salvable? No pretendo que todas las personas tengan acceso a los videos de lo que pasa dentro de la sala de covid-19, pero sí que cuando haya una duda se los exija a través de una orden judicial.

Trasladando la situación a un lenguaje popular, los futbolistas son las estrellas, los que ganan millones de dólares, los que son adorados por el mundo del deporte, pero no son nada sin el público. En este caso, los médicos son los grandes protagonistas de la pandemia, pero los pacientes y sus familiares son los más importantes en este escenario.

No habría que dudar de la labor de los galenos; sin embargo, esta misma semana leímos sobre el caso de Evelyn González, una madre que perdió a su bebé en diciembre del 2014, según denunció por mala praxis en el Hospital Regional de Paraguarí. La mujer se encadenó frente al Palacio de Justicia local cuando se enteró de que la jueza había absuelto a los médicos imputados.

La versión de Evelyn de lo que ocurrió ese diciembre es trágica, incomprensible. Nunca debió haber sucedido, pero ocurrió. Perdió a su bebé y toda la vida va a reafirmar la culpabilidad de los médicos, aunque la Justicia los deje libres y con los años ellos incluso olviden ese episodio. Evelyn nunca lo hará, así como los familiares de hombre fallecido en IPS Ingavi.

Hace unos días otro caso “sospechoso” fue denunciado. Un joven de apellido Guachiré tuvo un accidente en moto y se fracturó la pierna en Ciudad del Este. Lo trasladaron a Asunción... ¡y murió de covid-19! Los familiares tampoco creen la versión oficial –aunque sea verdadera– y exigen respuestas ante tanto dolor e incredulidad.

Y esto apenas comienza. Todo indica que las siguientes semanas serán mucho peor.

Con la pandemia, los muertos y el dolor van en aumento. Y así como el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, solicitó a los gremios médicos “hacer una valoración equilibrada frente a la pandemia del covid-19 y presentar denuncias concretas de haber irregularidades o falencias”, es momento de que en las salas donde colocan a los enfermos instalen cámaras de video para que haya un registro ante cualquier duda.

Los héroes de blanco deben usar tapabocas y no esconderse detrás de máscaras, como en los clásicos western cuando los forajidos asaltaban la diligencia.

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