“Una de las preguntas más inútiles que un adulto puede hacerle a un niño es ‘¿Qué querés ser cuando crezcas?’. Como si crecer fuera un proceso finito. Como si en algún punto te convertís en algo y así te quedás para siempre”.

Reconozco que el título en español de esta biografía, tan genérico, no le hace mérito al libro. El título original en inglés sintetiza la idea de la cita que precede. “Becoming”, gerundio o voz activa del verbo “become” o “convertirse en”, si sos purista “devenir”.

Y ese verbo “become” o convertirse, es también una excelente forma de dividir el libro –su historia– en tres partes: “Convirtiéndome en: MI, NOSOTROS, MÁS”. Y con muchas más páginas para el YO y el NOSOTROS. ¿Cómo ser un NOSOTROS sin ser un YO antes, si no tenés idea de quién sos? Ni hablar de la importancia de construir un NOSOTROS lo suficientemente fuerte (una pareja, una familia), para enfrentarse al ojo público y emprender un proyecto que los trasciende y los afecta: ese MAS, al que la autora le da la menor parte de su libro, ya que es la parte que el público ya conoce, y solo le queda por narrar SU visión de los eventos que ocurrían mientras era Primera Dama de Estados Unidos. El que compró este libro esperando chismes o revelaciones escandalosas se va a llevar un fiasco. Eso, y que a la Reina de Inglaterra le resbala el Protocolo y le gusta que la abracen. Pero me estoy adelantando.

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Porque esa Michelle Obama no tiene explicación sin la historia de Michelle Robinson, tataranieta de un esclavo, cuyos abuelos y padres vivieron bajo las leyes de segregación racial, criada en un barrio pobre del Sur de Chicago. Ese emblemático “Southside”, que tanto menciona porque era hasta el apodo de uno de sus abuelos. “Michelle Robinson, chica del Southside”, la solía llamar su famoso marido en discursos ante millones de personas, reconociendo no solo sus raíces, sino su identidad. La de una niña que creció con precariedades económicas, en un “cuadrado perfecto”, formado por sus padres, ella y su hermano mayor, un hogar que nunca fue propio porque todo se invertía en el futuro de los hijos.

Así Michelle se gradúa en Princeton y luego como abogada en Harvard, tiene una flamante carrera en un estudio de Chicago; pero le empieza a faltar el aire, aunque aún no sabe por qué. Y allí aparece en escena un abogado idealista, desordenado y carismático, con un nombre raro y una sonrisa contagiosa. El “yin de su yang”. Con él empieza una conversación interminable, conociendo su mundo, y finalmente entiende lo que le falta: propósito. Logró lo que se soñaba para ella, superar las expectativas de una chica de color de un barrio pobre, ser exitosa. Pero, ¿cuánta gente como ella seguía viviendo en la periferia del sueño americano, porque nunca nadie les dijo: “vos importás”? “El fracaso es un sentimiento, mucho antes de ser un resultado”. Si tu familia, tu maestra o tu país creen que no valés la pena, es difícil que vos mismo no lo creas.

Ahí es donde su historia se entremezcla con la de ese soñador y se sube a un tren que la lleva muy lejos; pero que, como ella dice, no paró en un punto fijo. Sigue en busca de nuevos sueños, tratando de seguir “convirtiéndose” cada día en alguien nuevo.

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