Uno de los motivos más importantes por los que se debe estudiar la historia es para tratar, al menos, de evitar repetir los errores.

Así y todo, los seres humanos somos expertos en, como decía Julio Iglesias, “tropezar dos veces con la misma piedraaaaa…”.

Cuando se trata de revoluciones en nombre del pueblo y para el pueblo es como si no aprendiéramos nunca ni vayamos a aprender. Si no, miremos desde 1789 a esta parte, arrancamos con la Revolución Francesa, esas hermosas palabras, “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, con el enemigo común, que nunca falta, la monarquía despiadada. Realmente eran unos tremendos hijos de puta, cierto. El pueblo en armas toma el poder, o sea toman el poder los líderes de ese pueblo, y se vuelven otros tremendos hijos de puta, pero ya en nombre del pueblo. Tuvieron que pasar muuuuuchos años y nuevas monarquías, autócratas y demás para que más o menos mejorara la cosa.

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Saltamos al siglo XX y arrancamos con otra de las “grandes revoluciones populares”, la rusa, el “octubre rojo”. El pueblo en armas (otra vez), de nuevo contra el enemigo común, “la monarquía zarista y los burgueses” que hambreaban (cierto), oprimían (cierto) y mataban (recierto) al pueblo. Aparecieron los líderes, los que interpretaron el sentir de la masa, y prometiendo todo lo contrario a lo que había hicieron lo mismo, pero peor. El zar y sus amigos eran Bambi al lado de Stalin y sus chicos. El régimen que más muertos tuvo en la historia.

Después vino el otro populismo, el de derecha, con Hitler y sus nazis, al enemigo de siempre, los ricos, se sumaron los judíos, un clásico de cuanto hijo de puta asesino pululó en Europa por siglos, pero ahora amplificado. Había que liquidarlos a todos y se solucionaba mágicamente la crisis económica brutal producida por los mismos gobiernos de derecha y militaristas que ahora apoyaban al austriaco degenerado. Prometían tiempos de grandeza, paz, gloria, riquezas a los oprimidos alemanes, que, si bien era un pueblo bastante ilustrado, era también un público fácil para estas cosas.

¿Resultado? No quedó ladrillo sobre ladrillo en Europa y peor en Alemania, sin contar la guerra del Pacífico y África, y, por supuesto, ¿cuándo no?, millones de muertos regados por el mundo.

Como no aprendemos nunca, aparecieron en los 50 los hermanos Castro, prometiendo el paraíso socialista en Cuba, el gobierno del pueblo, del proletariado, la justicia, la equidad, todo por un mismo precio, señor aproveche… Ahí están, igualitos que en 1950, el cuento de la salud y la educación a costa del hambre, pobreza, opresión y falta de libertades y, por supuesto, gracias a los subsidios de la Unión Soviética, los chinos y últimamente los petrodólares venezolanos de Chávez y Maduro.

Hablando de estos dos últimos, los bolivarianos, que de la mano del psicópata de Hugo Chávez y sus conversaciones espiritistas con Don Simón, convirtieron un país desigual, pero rico y con futuro, en un país más desigual, pobre, destruido y con serios planes de convertirse en un Estado fallido.

Como no aprendemos nada, ahora aparece el simpático Payo Cubas, con sus locuras y travesuras, sus cintos, sus cagadas (literales) en público, sus vasos y botellas, sus insultos y sus shows. En nombre del pueblo, o al menos de los 58.409 ciudadanos que lo votaron, se “venga” de los atropellos (ciertos en la mayoría de los casos) de las autoridades electas por los otros 2.530.000 ciudadanos, y promete quemar el Congreso, con todos adentro, cintarear a todos los que se le cante y si puede tomar el Gobierno para imponer una dictadura, ya que, él mismo admite, no cree en la democracia y sí en un régimen autocrático, liderado, claro está, por él mismo.

Y la monada, los muchachos, eufóricos aplauden, esos mismos que después irán y no votarán por él, sino por los otros, pero a los que les encanta que alguien viole la ley para castigar a los que violan la ley. Una belleza.

¿No hay justicia? Busquemos la justicia, no hagamos lo mismo de lo que nos quejamos. Decía Vargas Llosa: “Prefiero la peor democracia que la mejor dictadura”. Y es así. Hoy tenemos una democracia imperfecta, con falta de justicia, con corrupción, claro que sí. Pero la dictadura es todo eso, multiplicado por veinte y sin libertad. No hay dictaduras con justicia, no hay dictaduras sin corrupción, no hay dictaduras con igualdad. La historia lo demuestra, las dictaduras son muerte y sufrimiento, y sí, más, mucho más que ahora.

Dejemos de incubar otro huevo de serpiente, aprendamos de la historia.

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