En el Siglo XIX, cuando el Estado Nación era el modelo de gobernanza que los líderes entendían como el más apto, en 1883, el barón Wilhelm Leopold Colmar von der Goltz postuló que “una nación debe movilizar todos sus recursos humanos, económicos e ideológicos, para poder imponerse en un enfrentamiento bélico moderno”. Eran tiempos de telégrafo y aún las siempre nobles palomas mensajeras.

La Internet nació en 1983 y, desde entonces, la red de redes se amplía exponencialmente, potencia la conectividad en la vida cotidiana y modifica sustancialmente las prácticas sociales.

Pero si bien sólo el 48% de la población mundial tiene acceso a la Internet y se ve afectada por las nuevas prácticas, el 52% restante, no sólo está desconectado de la red sino que, en no pocos casos, también carece de provisión de agua potable, de electricidad, de caminos, de telefonía básica fija, de acceso a la salud, a la alimentación, a la educación y hasta no espera la llegada del progreso porque no desconoce de qué se trata.

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La llamada “guerra comercial” que está en pausa desde que el 1 de diciembre último, cuando Donald Trump y Xi Jinping acordaron una tregua al finalizar una reunión que concretaron en Buenos Aires con el objeto no admitido oficialmente de constituir un G2, finalizará el venidero 1 de marzo.

Sin embargo, los movimientos tácticos de los enfrentados no se detienen y, en consecuencia, esa guerra comienza a causar daños.

La economía “está creciendo más despacio de la previsto” sostiene Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y advirtió que esa merma se explica en “las tensiones comerciales” y en “la desaceleración de la economía china”.

El más reciente Índice Mundial de Innovación de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO, por sus siglas en inglés) –correspondiente a 2018– consigna que China se ubica por primera vez entre los 20 países que lideran el registro; que ocupa el puesto 17; y, que los Estados Unidos se anota en el renglón 7.

Francis Gurry, director general de WIPO, luego de destacar que “el rápido ascenso de China” se debe a “la orientación estratégica establecida por los máximos dirigentes (de ese país) con los objetivos de crear capacidades de primera calidad en materia de innovación y trasladar la base estructural de la economía hacia las industrias más centradas en el conocimiento y la innovación para mantener la ventaja comparativa” anuncia taxativamente “la llegada de la innovación multipolar”.

Poco tiempo atrás, el presidente Xi Jinping fijó como meta nacional para el 2025, alcanzar la supremacía tecnológica global y en eso está empeñado.

En lo que sonó como una respuesta clara a pretensión de Xi, el ministro de Comercio norteamericano, Willbur Ross, en mayo del 2018, explicó las tensiones con China en que “sin seguridad económica, no hay seguridad militar” para los Estados Unidos.

Las dos potencias se enfrentan por la supremacía tecnológica resultante de la capacidad de los países para investigar, para innovar y para registrar las patentes de cada innovación y, en ese contexto, las redes 5G y las posibilidades infinitas que ofrece la que, aún sin operar, es la “Internet de las cosas”, no es una parte importante del conflicto sino que es el conflicto mismo y es lo que enfrenta a estos líderes bien diferentes entre ellos.

Trump es un magnate formado en la constitución de un conglomerado de negocios con sistemas de producción y acumulación de capitales características del Siglo XX que nunca se desempeñó en cargos gubernamentales.

Xi, el “gran timonel”, recorrió todos los cargos de la burocracia en un país que, a partir de profundas reformas económicas que se iniciaron 40 años atrás, procura ventajas comparativas y liderazgo en los desarrollos del Siglo XXI. Así dirimen el poder y se posicionan para la batalla desde dos culturas marcadamente diferentes.

El estadounidense da muestras de querer enfrentar los avances tecnológicos chinos apoyándose en el historiador prusiano Carl von Clausewitz. Entiende que la guerra es “la continuación de la política por otros medios” y, por la fuerza, trata de “obligar al adversario a acatar su voluntad”. Para ello, no trepida en expresar palabras con nutrida carga de violencia simbólica enmohecida.

El chino, seguro lector de Sun Tzu –máximo estratega en el milenario Imperio del Centro que falleció en 496 aC–, parece entender que “la guerra se basa en el engaño” y, desde ese paradigma, ante cuanto foro mundial accede exhibe un sólido discurso en pos del libre comercio que bien podría ser avalado por David Ricardo o hasta el mismísimo Adam Smith, parándose con firmeza frente a un enemigo al que evalúa como “arrogante” y, por tanto, “trata de fomentar su egoísmo”, una de “las claves para la victoria”.

Algunos líderes ante innovaciones tecnológicas que incomprenden en su totalidad, vuelven a futuro con planes de batalla que se fundan en la idea de una Internet en armas.

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