Se viene discutiendo en los últimos meses sobre cuál debería ser el espíritu del Impuesto a la Renta Personal, respecto al cual las distintas vertientes tienen sus opiniones. El sector privado mantiene y reclama que el espíritu original de la ley es el de ser un impuesto formalizador, pero hay quienes aducen que debería cambiar y tener un espíritu recaudador.

En el análisis desde el sector formal se consideran dos justificaciones muy razonables para su postura, las cuales son: que no se puede pensar en cambiar el espíritu de la ley sin antes no mejorar el gasto público, y por otro lado, no se puede pensar en cambiar el espíritu de la ley sin antes no reducir la evasión existente calculada entre un 30 y 40 por ciento. Estas dos variables son ampliamente reconocidas por la opinión pública y el sector estatal. Sin embargo, no son compartidas como una limitante para llevar adelante su cometido por parte del Estado.

Si uno se pone a analizar las distintas informaciones de la actualidad, donde abundan los casos de falta de eficiencia en el gasto público, y además sumamos la elevada tasa de evasión, no queda otra alternativa que sentirse abusado. Esto se da, ya que en el 2012 decidimos sumarnos a esta nueva aventura de tributar sobre ingresos personales, delimitándose los alcances, las deducciones y cómo iban a ir lentamente llegando a todos, estuvimos de acuerdo. Pero este acuerdo fue mutando, puesto que los gastos que uno podía considerar para deducir del pago del impuesto se fueron modificando, y ya cada vez se pueden deducir menos, se fueron cambiando los parámetros para considerar las inversiones y poco a poco fueron asfixiando a los que ya estaban dentro del corral. Ahora bien, que pasó con los que están fuera del corral, donde el número estrepitoso de evasores sigue sin grandes cambios.

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Si ponemos como meta el fin como recaudador, llevará a que uno deje de pedir comprobantes, ya que de igual modo no los puede seguir deduciendo de sus tributos, al uno exigir menos comprobantes, los vendedores de servicios o productos tendrán menos motivación para facturar y declarar la venta. Y así este círculo el cual una vez fue virtuoso se convertirá en vicioso.

Debemos tener muy en cuenta que este gran porcentaje de evasores no se verá motivado a ingresar al sistema tributario, ya que estar fuera de él le genera mucha ventaja competitiva. Sin embargo, si aplicamos la lógica que se utilizó cuando se bajó de 30 al 10 por ciento del impuesto a la renta, el estar dentro de la ley era un costo tan bajo que se logró formalizar a muchos contribuyentes que no lo eran.

En conclusión, considero que cambiar el espíritu de la ley altera el pacto que se generó desde un comienzo con los distintos agentes involucrados, por otro lado, afectará a la credibilidad de futuros pactos y, por sobre todo, creo que aumentará la evasión al no exigirse mayor cantidad de comprobantes y el gasto público seguirá exigiendo cada vez mayores impuestos y tasas para poder seguir manteniendo su falta de eficiencia.

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