• Por Augusto dos Santos
  • Analista

Estuvo casi todo normal en el discurso presidencial, que como sucede siempre en las tomas de mando son previsibles, con algún golpe de efecto controlado por el mecanismo de relojería de la comunicación política y con algún momento emotivo que los presidentes se dan para sacarse la electricidad de encima. Hasta ahí todo bien, sin sobresaltos. Se diría que se trató de un discurso consecuente con lo que siempre hacen los presidentes: anunciar que el pueblo llegó al poder, dejar claro que serán mejores que sus antecesores y repetir sus consignas de campaña. No se puede pedir más a un discurso presidencial de toma de poder porque, aunque esto desencante, no es sino un elemento más de la bijouterie mágica de esta jornada.

Hubo sí un componente muy político en la expresión del Presidente y en la voz de sus ministros mas íntimos, Juan Ernesto Villamayor y Eduardo Petta, en el contacto con los medios: consistió en las taquillas altas contra el gobierno que se despide. Dicho en términos cinematográficos, dejaron constancia de que “la guerra continúa”. La otra opción, con más altura, hubiera sido que no se refieran al conflicto y de inmediato se ubicaran por encima del meollo “ahora que el petróleo es nuestro”, como diría el trovador socialista Alí Primera.

Uno que ya ha caminado suficiente en estos rumbos de los enjuagues políticos pudo sospechar –un día antes– que la alusión de Juan Ernesto a las huestes violentas que marchaban sobre Asunción con un dejo claro de adjudicación hacia el cartismo pudo no haber sido, precisamente, una desinformación imperdonable del nuevo “comisario político”, sino más bien “un palito” para provocar la reacción que se produjo finalmente: la no concurrencia del cartismo a los actos. Es demasiado posible que esa intención fuera la realidad.

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Pero ese juego que parecía astuto de los Añetete se derrumbó el día de la asunción porque cuando la lógica era la “elusión”, ellos optaron por la alusión, por avivar el fuego y volver a colocar a Honor Colorado en el centro de sus vidas. Por tanto, si hubo palito, fue pisoteado por ambos bandos.

Y esto es así porque a partir de ahora quien tiene el poder es Marito. Marito pone todas sus fichas en su alianza con la oposición (“sectores democráticos”, señalaba Petta), lo cual no es una mala idea de poder. Puede funcionar. Pero también convengamos en que en algún momento de la historia la oposición tendrá que ejercer la oposición, aun con Marito en el Palacio.

La estrategia diseñada por el think tank “maritista” es que para cuando ello suceda (cuando la oposición recupere su identidad) el movimiento Honor Colorado se encuentre debilitado por la cooptación de sus fuerzas dirigenciales, tarea que estará a cargo –fundamentalmente– de dos comandantes, Nicanor Duarte y José Alberto Alderete, cuya misión será convencer a la mayoría de los presidentes de seccionales, por ejemplo, que con este gobierno “pyahu” se vive mejor.

No siempre, sin embargo, estas mayorías dirigentes en manos de unos u otros ha servido para la estabilidad del gobierno ni para ganar elecciones. La victoria de Abdo es una muestra de ello.

En síntesis, el nuevo poder decidió hacer gobierno sin la otra mitad del coloradismo, lo cual es una apuesta temeraria, pero apuesta al fin. Finalmente, no será la primera vez que la ANR será oficialismo y oposición al mismo tiempo.

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