• AUGUSTO DOS SANTOS
  • Periodista

Uno de los debates más tontos es aquel del gabinete técnico vs el gabinete político. En puridad, la expresión gabinete supone el conjunto de los ministros que conforman un gobierno. Lo cual es todavía algo pretencioso para la estructura del poder en el Paraguay atendiendo que quien ejerce el Gobierno por el Poder Ejecutivo en forma legal es solitariamente el Presidente de la República, quien en su andar tendrá una especie de rueda de auxilio: el vicepresidente.

Por lo tanto, los ministros son secretarios del Presidente, con responsabilidades administrativas y civiles especificas sobre la gestión que estarán desarrollando.

¿Por qué es tonto debatir sobre si un cargo en el Poder Ejecutivo es político o técnico? Porque el Poder Ejecutivo es un cargo únicamente político, ya lo ejerciera un abogado, un cura, un empresario o un jugador de tenis. El Gobierno, el arte de ejercer el Gobierno es un arte político cuya supremacía es el ejercicio de la política y cuya gestión subalterna es la gestión técnica por una sencilla razón: es la política la que define las ideas, los rumbos y las metas y es la gestión técnica la que la ejecuta.

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Desde la década del 90, con la irrupción de los outsiders y de las políticas de copamiento oenegesístico de la política ha existido un intento de reemplazar la herramienta de la política para los asuntos de gobernar, lo cual es un sencillo imposible. Es como intentar jugar al fútbol con pelotillas de ping pong.

Si en la misión de gobernar lo técnico tuviera preeminencia sobre lo político no habría necesidad de elecciones, sencillamente se debería convocar a concurso de méritos para cubrir los cargos. Pero el mundo no funciona así por una sencilla razón. Pese a todos sus detractores y fatalistas de su existencia, la civilización no logró encontrar aun una fórmula más inteligente para representar la aspiración ciudadana que la política. Y tampoco logró, pese a la intentona oenegesista establecer otros núcleos de representación más genuinos que los partidos políticos.

Hay famosos debates sobre el lugar de la ciencia y el lugar de la política en procesos mundiales famosos como aquel tiempo en que concluye la primera guerra mundial y el planeta se orienta hacia la tercera, que incluso se han trasladado a filmes como "Einstein and Eddington". El desencanto de la política liderando con naturalidad los procesos de Estado en Paraguay deviene de su incapacidad para obtener consensos que puedan superar lo que podría llamarse "estado de sobresalto" de la política paraguaya que no cesa desde 1996 aproximadamente. Este "estado de sobresalto" esta caracterizado por decisiones políticas que se toman exclusivamente mediante mayorías coyunturales en el congreso y casi nunca mediante el consenso. En rigor, el desencanto con la gestión política del Estado radica en su imposibilidad de obtener consensos. Al no obtener consensos nunca se refleja la expresión o el sentimiento del común de los paraguayos en las decisiones sino solamente de las mayorías coyunturales. Lo cual eterniza la polaridad.

Probablemente todos estaríamos de acuerdo en que Dinamarca es un país serio y respetable: lo cierto es que desde el año 1909 en tal país ningún partido político ha conseguido mayoría parlamentaria, lo cual hace suponer que una democracia de alta calidad como la que consiguieron ha funcionado durante más de un siglo con la única herramienta del consenso.

Para dibujar con mayor nitidez el problema estúpido de debatir si lo político o lo técnico tenemos que preguntarnos porqué, como sociedad, nos resulta poco natural mezclar dos elementos fundamentales para que las cosas funcionen. Así veríamos que cuando planteamos un gobierno técnico sin políticos o un gobierno político sin técnicos es como que se nos ocurriera pedir un café con leche sin café. O viceversa.

Dos conclusiones que deberían ser aleccionadoras para un futuro más organizado como Estado: nada funcionará correctamente hasta que la clase política comprenda que mucho más importante que las superestrellas mediáticas que se oponen o los oficialistas que defienden es llegar a un estadio de consenso.

( Aquí es donde tenemos que decir a todos aquellos que se quejan de la larga pausa de meses hasta el 15 de agosto, que este tiempo bien podría ser brillante para que los gobiernos que irán a asumir practiquen el consenso sobre cinco, siete o diez temas centrales para nuestro destino).

En segundo lugar debemos asumir la enseñanza de los países más sólidos del universo: la política pone las ideas y la determinación, la técnica pone las fórmulas de ejecución. Si algo falla hay un juicio político para los unos o destitución para los otros.

Nunca vamos a tener un país o un mundo sin política, sin políticos y sin partidos políticos, pensar de otra manera es una cándida ciencia ficción; por lo tanto lo que se debe asumir como tarea es el supremo objetivo de generar una política de consensos, que represente a todos, mientras lleguen las nuevas generaciones a ocupar este sitio, probablemente menos enfermas del sectarismo y el canibalismo que tantos males ya nos han hecho. Por de pronto, pongamos vino nuevo, aunque mas no sea, en los odres viejos.

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