• Por Alex Noguera
  • Periodista
  • alexfnoguera@hotmail.es

Muy pocos pueden decir que vencieron a la muerte y muchos menos los que regresaron de su abrazo. A continuación voy a narrar un caso de estos, verdadero, que comenzó el jueves, la semana pasada…

Era tarde, la ciudad descansaba aprovechando la ilusión de soportar menos calor, pero el insistente maullido de un gatito hacía añicos toda paciencia e intención de dormir. Fastidiado le dije a mi hijo que fuera a ver qué le pasaba al animalito y me contestó que no era uno de los nuestros, sino uno que estaba en la vereda. Media hora después la sinfonía de lamento seguía, así que salimos para buscar al incomprendido cantor y ver cuál era su problema. El molestoso felino huyó cuando nos acercamos, pero en el sitio quedó un potecito vacío, señal de que antes alguien se había compadecido y le había puesto agua. Recargamos líquido en el recipiente y al lado dejamos una ración de purina y nos alejamos. El viernes de noche se repitió el concierto, pero no le dimos alimento con la esperanza de que buscara suerte en otro auditorio.

Con una sonrisa, el sábado de mañana me percaté de que el artista callejero correteaba ya en mi patio junto con algunos de sus congéneres. A la tarde, con admiración por su caradurez le comenté a mi hijo sobre el visitante sin invitación y me contestó que sí, que ya lo había visto, pero que tenía algo extraño en la boca. Como había perdido la timidez y le gustaba estar entre humanos fue fácil tomarlo para examinarlo. Efectivamente, dentro de la boca tenía como un hueso que le impedía cerrarla, por lo tanto tampoco podía masticar y, con dificultad, sí beber. Con razón tanto lamento. Era urgente brindarle ayuda, así que lo llevamos a la veterinaria de la esquina. Estaba cerrada. Claro, era sábado y estaba prohibido enfermarse. Aun así marcamos el número de la profesional, pero ella dijo que iba rumbo a Villarrica y que si nos apurábamos tal vez alcanzaríamos a su colega, otra veterinaria a 20 cuadras de ahí. Tampoco hubo suerte con la segunda, así que nos hicimos cargo del herido y durante dos días le administramos leche con una jeringa.

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El lunes de mañana llevamos al paciente a que lo curasen, pero el caso era más difícil de lo pensado, así que lo trasladamos hasta la experta en gatos. Esta, sin dudar, dio su diagnóstico: tenía la mandíbula fracturada. Eso que parecía un hueso de pollo que sobresalía era su propio hueso. La médica lamentó cuánto habría sufrido el pobre animalito, inimaginable dolor sumado al hambre atroz. Posiblemente fue víctima de algún valiente humano que por diversión le obsequió una patada en la cabeza. La única solución era cirugía con otro experto, pero resultaría muy caro. Y la convalecencia larga, con comida blanda.

¿Quién se hacía cargo de los gastos de un gatito callejero? Nadie, así que no quedaba otra salida más que sacrificarlo. Ya había sufrido bastante. Pregunté cuánto costaba ese paso y me contestó que G. 100 mil. Garantizado, sin sufrimiento. Entregué el dinero y me alejé del problema; sin embargo, 15 minutos después, al ir por la calle cuestioné mi derecho de decidir la muerte de un pequeño ser vivo. Sobre todo, después de haber luchado tanto y tan valientemente, solo contra el mundo, contra la injusticia, contra el poder del más fuerte.

Llamé a la doctora y me dijo que ya lo había sedado, que le había administrado una dosis fuerte para que no sufra cuando le aplicara el veneno. Le pedí que le preguntara al doctor cuánto alcanzaría la cirugía. Colgó y unos minutos después me dijo: G. 500 mil. Era muchísimo y sin embargo nada por una vida. Sin reflexionar le dije que operara y me respondió… "si despierta del sedante". Estaba más del otro lado que de este lado del mundo.

Le comenté el caso a una compañera y a otra y organizamos una rifa: "Salvemos a Angorita" se llamaría, si sobrevivía al sedante y luego a la operación. La doctora salió de garante porque no teníamos plata.

Al día siguiente, martes, la doctora me wasapeó. "Le comento que el gatito ya se operó. Ya comió y ahora duerme. Tenía fracturas muy fragmentadas y se hizo lo mejor que se pudo. Puede pasar a verle cuando quiera". Esas palabras iban acompañadas de un video de 11 segundos en el que se ve a Angorita lamiendo con desesperación una jeringa de paté diluido en agua. Habíamos vencido a la muerte.

Muy pocos pueden decir que vencieron a la muerte y muchos menos los que regresaron de su abrazo. La semana que entra recordaremos a un hombre que se entregó a la muerte y que también la venció. Como Angorita fue golpeado, recibió injusticia y decidieron su vida por unas monedas.

Todavía no sabemos cómo vamos a pagar la cuenta del pequeño cantor callejero, pero nada más es dinero. Es otra cuenta la que debe preocuparnos, la que todos debemos rendir al final del camino. Aprovechemos los días santos que se aproximan y honremos la vida, que es única y valiosa.

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