• POR AUGUSTO DOS SANTOS
  • Columnista

Aquel terrible marzo empezó con un magnicidio. Unos sostuvieron que a Argaña lo asesinaron por orden de Oviedo. Murieron 7 jóvenes en la plaza. En el marco de las mismas protestas, unos días antes mataron a un manifestante campesino de la FNC, pero como no era citadino no lo recogió la historia.

Para la Justicia tales jóvenes murieron a consecuencia de las balas de francotiradores y activistas oviedistas. Enseñaron una evidencia contundente, un funcionario de apellido Gamarra disparando con criminal entusiasmo contra los manifestantes. El hermano del Presidente de entonces, fungiendo de ministro del Interior, dijo ante la Justicia que quien impartía órdenes era el Gral. Lino Oviedo, desde la cárcel donde estaba recluido.

Abc Color presentó otra historia. Se optó por una alternativa que podía sonar ultracreativa, pero nadie dudaba de lo expeditiva que era: la muerte por infarto. Argaña en verdad murió de un infarto, instalaron. La ventaja es que un infarto no necesita testigo.

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Eso supone que aquella cálida mañana de marzo, el chofer y el custodio del Presidente llevaban a trabajar a un cadáver a la Vicepresidencia. Si algo faltaba para confirmar la teoría apareció en escena –con el dramatismo de una telenovela española– un hijo okára de Argaña que proclamaba con entusiasmo dos argumentos: que "su padre" y sus hermanos jamás lo admitieron, como tal, en sus proximidades y que la teoría "infarticida" era real. Es muy difícil imaginar cómo alguien que denuncia que jamás le aceptaron cerca estaría viendo que el Vicepresidente –en realidad– murió de infarto. Pero ya está. El manual dice que vos instalás una teoría contraria a la oficial y tenderá a tener éxito, siempre.

El marzo paraguayo fue una poesía de Elisabeth Noelle-Neumann porque demuestra que –como lo estudió la mencionada politóloga alemana– cualquier suceso de la vida nacional se instala y se desinstala según la combinación entre prensa y opinión pública predominantes en determinado momento de la vida nacional. Es tragicómico, pero es real.

La dolorosa lección: en Paraguay nunca mueras de magnicidio porque habrá tantas opiniones sobre cómo moriste que –en realidad y al final– eso se transformará en un magni-kilombo sobre cómo terminó tu valiosa existencia. Ello porque, en esta maravillosa república, aún las muertes son opinables.

Lo peor que tienen las conspiraciones en el Paraguay es que ellas no funcionan como en Europa o en los Estados Unidos, donde los complots son eternos y no se desatan nunca. No. En Paraguay, reino de lo kachiãi suceden otras cosas. Como por ejemplo que medio año después del marzo paraguayo los liberales que tumbaron a los oviedistas, se unieron a los mismos para poner a un Vicepresidente (JC Franco) y empezaron a dudar –a su vez– sobre si Argaña murió y cómo murió.

Si no me creen, sobre el realismo mágico de las muertes políticas en Paraguay, pregunten a Juan Carlos Galaverna que una vez tuvo que leer un título de diario con la expresión: "Kale aclara que no murió".

MISMA HISTORIA

El ida y vuelta de la política sobre el marzo del 2017 (en el que no hubo un magnicidio y no murieron 7 jóvenes, pero una sola vida es suficiente dolor) se vive como un proceso calcado de los hechos de 1999.

Primero una virulenta intención de lograr rédito político sobre la sangre derramada. Luego el mismísimo proceso de disgregación de unos y otros y de generación de combinaciones químicas increíbles entre unos y otros sectores que se encontraban enfrentados en el marzo del año pasado.

A decir verdad tampoco es muy nuevo el enfrentamiento de periodistas etiquetados en las camisetas de golpistas y antigolpistas como parte de la misma representación. Tampoco es raro que los medios se estuvieran confrontando. En el 99, Abc Color enfrentaba a Noticias y Última Hora con sus teorías "no magnicidio".

Como siempre sucede en tales episodios, el maniqueísmo es rey. Unos son angelicales y otros diabólicos, "manos manchadas con sangre". El problema paraguayo, como ya sucedió en el 99, es que los unos y los otros terminarán reuniéndose de nuevo basados en los mismos intereses que los llevaron a ser "héroes": la ansiedad del poder.

El PLRA que convirtió en bandera suprema la muerte del joven Rodrigo en el doloroso y desgraciado episodio del 31 de marzo, tuvo mucha generosidad para mostrarse implacable acusando a diestra y siniestra, pero asumió con docilidad de oso panda un inmediato abrazo con el Frente Guasu, sector que acusaban de tener "las manos manchadas de sangre" pocas semanas antes. Y se supone que será una situación muy incomoda porque cada vez que exista una necesidad de recordar aquellos sucesos deberán recobrar la memoria para asumir que nada menos que la candidatura a vicepresidente de este sector deviene de un sector que se alió con el oficialismo para promover la tan satanizada enmienda.

Siete jóvenes murieron en el marzo paraguayo y hoy esa multitud que iba a saludarlos ante una cruz frente al Congreso cada 23 de tal mes ya no existe. Los políticos que plantaron esa cruz, se casaron y divorciaron siete o más veces de sus enemigos de entonces.

Nuestra clase política nos regaló a lo largo de la historia escenas de "heroicidad" que siempre nos costaron muy caro. Tipos que te cantan que sus pechos son las murallas, pero al final siempre los pechos son ajenos. Nunca los suyos.

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