• Por Alex Noguera
  • Periodista
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Onesmus Twinamasiko, así se llama. Casi como su impronunciable nombre es su forma de pensar. Y aunque tiene todo el derecho de opinar como se le antoje, sus ideas traspasan los límites de lo racional y es peligroso sobre todo porque él tiene investidura de diputado. En Uganda, África.

Onesmus saltó a la oscura fama luego de que la cadena NTV le hiciera un reportaje. En apenas 9 segundos, de manera distendida y hasta casi graciosa, expresó su profunda y aberrante cultura de misoginia (odio hacia las mujeres) sin medir las posibles consecuencias.

Dos días después del 8M, en que millones de personas en todo el planeta pidieron por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y el cese de la violencia hacia las segundas, en una desacertada entrevista el político recomendó ejercer la violencia contra las mujeres a manera de "disciplina".

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Frente a las cámaras y con una sonrisa en los labios dio cátedra de que darle una bofetada a una mujer estaba bien, aunque para tranquilidad de las millones de mujeres del mundo aclaró que "las palizas que causan heridas o la muerte son inaceptables".

Y agregó que "como hombre, necesitas la disciplina de tu mujer" y que "es necesario tocarla un poco, aplacarla, golpearla de algún modo para marcarle realmente los límites". Como si su desatino fuera menor, su lección sobre recomendables conductas sociológicas la dio poco después de que el propio presidente de Uganda, Yoweri Museveni, calificase de cobardes a los hombres que ejercían la violencia machista.

A pesar de que a Uganda y Paraguay los separa una distancia de 10.143 km, extrañamente la afinidad de pensamiento en algunos casos es asombrosa. Un vecino socialmente respetado, que era dedicado padre de familia y amante esposo regía su vida por dos reglas de oro que estaban por encima de cualquier Constitución Nacional. La primera era: "Pégale todos los días a tu señora, ella sabrá por qué", como si la esposa se dedicara a hacer permanentes travesuras.

La segunda ley era: "La culpa de todo siempre la tiene la mujer. Siempre". Repetía la palabra siempre, simplemente porque para él no existía el azar y todo el devenir era producto de la responsabilidad de la mujer. En más de una reunión social exponía su filosofía y aclaraba que, por ejemplo, si se desataba una guerra entre naciones la mujer era la culpable. Y con ínfulas de erudito, con un vaso de whisky en la mano y un vozarrón de macho alfa para que todos le prestaran atención, recordaba cómo la inexpugnable ciudad de Troya había sido arrasada por culpa de Helena. También aseguraba que detrás de cada disputa entre dos hombres, aunque invisible, siempre estaba una mujer. Otro de sus ejemplos favoritos era la traicionera de Dalila, que con sus malas artes de seducción engañó al amor puro de Sansón y dio cuenta del pobre paladín celestial.

Es necesario decir que las declaraciones de Onesmus en poco tiempo tomaron estado público. Y no solo en su país, sino que sus conceptos traspusieron las fronteras gracias a las redes sociales. La indignación fue general. Y en este caso también "ardió Troya", a tal punto que el Centro para la Prevención de la Violencia Doméstica de Uganda le exigió disculpas.

Onesmus puso cara de yo no fui y viendo que las papas quemaban replicó en un comunicado que sentía "el más alto respeto por la dignidad de las mujeres" y que también ofrecía "sus más sinceras e incondicionales disculpas".

Los medios se hicieron eco y como si el que hiciera las declaraciones desafortunadas hubiera sido otro, Onesmus agregó: "Estoy totalmente en contra de la violencia de género, especialmente contra las mujeres, y esto es para decirle al mundo y a mis compañeros que cualquier forma de violencia contra la mujer debe ser fuertemente combatida". Su doctrina dio un giro de 180 grados, tuvo que meter el rabo entre las piernas y dejar de rebuznar, al menos frente a las cámaras.

Este caso nos hace reflexionar sobre que hay tantos pensamientos torcidos. A propósito del 8M, por ejemplo, por las redes sociales también se viralizaron en Paraguay fuertes críticas. Una mujer cuestionaba la incongruencia de que, por un lado, se reclamase el cese de los feminicidios, pero por el otro se pedía reglamentar el aborto. Otra posición enfrentada fue que las feministas exigían derechos para las mujeres, pero también peleaban por "hombres que no lo eran", refiriéndose a géneros intermedios.

Vivimos acogotados de derechos torcidos, arrastrados por raudales de opiniones extrañas que si lo pensáramos un momento podríamos, tal vez, darnos cuenta de que son una aberración. Pero es complicado porque los argumentos son demasiado seductores. Tienen la gracia del diputado ugandés, pero también su veneno. No debemos dejarnos llevar por la corriente, menos ahora que la diana tocó el aviso del decimoprimer feminicidio del año. Y lo peor es que no será el último.

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