La bailarina y coreógrafa Marisol Salinas estrenó en Paraguay su trabajo "El último aleteo de Andrea", una puesta donde se sumerge en una historia cruda e intensa que remueve sus propios recuerdos.

Por Arturo Peña. Fotos Fernando Riveros / Ramón Merino / José Bogado

En diciembre de 1981, una herida enorme se abría en el corazón de Centro América. Una herida de 900 víctimas, en la piel de El Salvador.

En plena guerra civil, el ejército salvadoreño inicia ese mes una dura ofensiva contra la guerrilla y avanza sobre las pequeñas poblaciones de El Mozote, La Joya, Jocote Amarillo, Cerro Pando y Los Toriles, en la montaña, en busca de los insurgentes. Los militares toman a los pobladores como rehenes, los torturan, los asesinan. Los cuerpos de casi mil personas desaparecen en la selva.

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En medio de la sangría, una mujer escapa. Andrea Márquez huye con su hija en brazos, pero una bala furtiva alcanza a la pequeña que muere en sus brazos. Andrea pierde la cordura. Su instinto de supervivencia la mantiene con vida durante más de dos años en escondites de la selva, temerosa de sus perseguidores. Fue una de las pocas sobrevivientes de aquel genocidio.

La obra de la bailarina y coreógrafa Marisol Salinas, "El último aleteo de Andrea", lleva a la danza la historia de Andrea Márquez. Estrenada en México en el 2015 y presentada meses atrás en El Salvador, ahora se exhibe por primera vez en Paraguay. La primera función se realizó ayer y hoy sube a escena la última, en el espacio independiente La Caósfera (Gral. Díaz 1163 e/ Hernandarias y Don Bosco, Asunción), a las 20:00 (Entrada general G. 40.000 y G. 30.000 para estudiantes).

Marisol es salvadoreña, pero lleva ya dos décadas viviendo y trabajando en Paraguay. Hablamos con ella sobre esta arriesgada puesta, sobre cómo construyó la idea y cómo esos recuerdos de su tierra la fueron llevando por un difícil sendero creativo. "Busqué enfrentar de la manera más honesta lo que yo sentía, lo que yo podía imaginar como vivencia a partir de lo que la historia me dejaba saber. Hubo momentos en que realmente me tranqué en la creación, como que avanzaba hasta cierto punto, pero había momentos en los que yo tenía que pasar a contar el terror, claro, desde mi perspectiva, que quizás no lo viví en carne propia, pero sí debía ponerme en ese lugar", cuenta la artista.

-¿Estabas en El Salvador en diciembre del 81?

-Yo viví en El Salvador todos los años de la guerra, que terminó en el 92, en que se firmaron los acuerdos de paz. En diciembre de ese año me mudé a Paraguay.

Tuve la suerte de no vivir en una zona de guerra ,pero sí vivíamos la cotidianeidad del conflicto, sobre todo los primeros años, hasta antes que se confinaran las guerrillas a las montañas. Vivíamos en el día a día los operativos urbanos que había, de repente se desataba alguna balacera y había que salir corriendo a refugiarse, ese tipo de cosas. Además del bombardeo constante de noticias de combates, de muertes; escuchábamos las bombas en los cerros de los alrededores de la ciudad, la psicosis de la guerra, eso si lo viví.

-Habrá sido muy removedor retornar a los recuerdos y reencontrarse con el horror de la guerra

-Sí, exactamente. Uno crea mecanismos de defensa para poder seguir viviendo en esos contextos, tenés que seguir trabajando, estudiando, criando a tus hijos… Y además, por otro lado, la desinformación era tal que, por ejemplo, nosotros que vivíamos en la ciudad no conocimos en su momento lo que ocurrió en El Mozote, una matanza que el gobierno negó incluso hasta hace poco. Nosotros nos enteramos por rumores. Hay muchas cosas que ahora recién puedo dimensionar, ahora que me he puesto a hacer este trabajo, que me he puesto a leer testimonios, recuentos periodísticos. Ahí te das cuenta de todo lo que estaba aconteciendo a tu alrededor y se te vuelve a mover el alma, tus sentimientos. Te volvés a aterrorizar.

-¿Cómo se administra todo eso para plasmarlo a través de la danza?

-Y creo que como no se trata de sentarse a contarlo sino dejar que el cuerpo cuente, yo creo que ha sido realmente sanador, porque toda esa marea de emociones que te vienen cuando lees la historia, es dejarla pasar por el cuerpo y que se exprese a través del cuerpo. Es ese momento maravilloso para uno que es bailarín, de dejar que tu cuerpo sea recipiente y sea canal, que pase por vos y así contarlo al público.

Cuando estuve en El Salvador y hablé con mujeres sobrevivientes, el contarlo, o sea, la palabra, era algo sanador para ellas. Y yo decía, esa palabra que nos llega a nosotros, canalizarla a través del cuerpo y devolvérselo a ellas, a toda esa gente, es un regalo.

-Hacer la obra en El Salvador fue como cerrar un círculo

-Para mi sí. Es como que me debía esto, con mi gente y conmigo misma. Poder hablar desde lo que hago, desde mi lenguaje de la danza, contar el dolor que vivimos y poder devolverlo. Porque de ese momento de salir de El Salvador y esa desconexión creo que me di cuenta lo que me pesaba solo dos décadas después.

-Contar una historia así ¿se hace a través de alguna técnica en particular?

-Obviamente que hecho mano de todo mi bagaje en la danza y también de experiencias en el teatro, pero para este trabajo en particular ha sido uno de esos momentos en que he dejado que todo eso que está dentro de mí, todo ese aprendizaje técnico, todas esas experiencias, toda esa amalgama simplemente surja. Es más, a mí me cuesta decir que este es un trabajo de danza, porque no hay en este trabajo formas de danza. Es como que tuve que destruir la forma de la danza para poder expresar de manera honesta lo que para mi tenía que expresar.

-¿Es una de tus puestas más difíciles?

-Creo que sí, porque me conflictuó mucho el hecho de canalizar esa emoción. No quería que fuera una cosa condolida pero sí quería honestamente poner ahí mi punto de vista sobre esa historia, lo que yo imaginaba era la vivencia de Andrea Márquez, y mostrarla con respeto por la persona de ella, por sus familiares, que todavía viven; de hecho yo fui a presentar la obra en el lugar donde ella vivió también. Busqué cómo mostrarla a ella en su historia con dignidad. Había muchas cosas que sopesar, además de ser honesta conmigo misma. Todo eso fue muy complejo.

-¿Cómo vas encontrando los temas de tus trabajos?

-A mí me gusta contar historias con mi danza, pero es un gusto particular. Es una necesidad mía. En general yo digo que mis temas se ven influenciados por la literatura de alguna manera, ya que siempre me gustó la literatura. Por un período largo de tiempo todas mis inspiraciones venían de la literatura, de la poesía, de la narrativa. Cuando estábamos con Cuerpo Presente, el grupo que formé aquí con Edith Correa y Mirta Insaurralde en los años 90, hicimos por ejemplo "Amarillo Sur", que estaba inspirada en una novela de Gioconda Belli, "La mujer habitada"; después hicimos "Verde que te quiero verde", inspirada en los poemas de García Lorca, y más recientemente hice "Hay detrás un fulgor", sobre los cuentos de Gabriel Casaccia. Y como que muy frecuentemente mi inspiración viene desde ahí, desde la literatura.

Pero en este caso, tanto en el "Último aleteo de Andrea" como "Guindas", mi anterior obra, surgió la necesidad de contar una historia que era pertinente volver a sacarla ahora en El Salvador; la gente como que está sintiendo la necesidad de traer de nuevo las historias de la guerra, de sanar. Al fin se puede hablar de esos temas en mi tierra, se acaba de derogar la ley de amnistía que estaba todavía protegiendo a los criminales de guerra. Uno siempre parte de su contexto. Yo siempre me afecté por mi contexto histórico, no lo puedo evitar.

-Estás hace más de 20 años en Paraguay; cuando llegaste ¿cómo te integraste al medio?

-Como mi marido es paraguayo, él me conectó con mucha gente. Empecé a tomar clases con el Ballet Nacional y ahí comencé a conocer gente, a vincularme con algunos coreógrafos, empecé a tomar clases con varios maestros. No tardé mucho en conectarme. En el 93 ya bailé algunas coreografías con Agustín Alfaro, un maestro chileno que era del Ballet Nacional; en el 94 formamos Haiku Teatro, luego formamos Cuerpo Presente, que activó por cinco años consecutivos y ahí hicimos toda clase de espectáculos. En el 2000 surge la oportunidad de ir a vivir un tiempo fuera, a los EEUU. A los cuatro años regresé y ahí empecé prácticamente mi carrera como solista.

-En ese fomento te formaste en una técnica especial

-Sí, estando en los EEUU me formé en una técnica llamada Skinner Releasing Technique, que es una técnica de movimiento y que me cambió bastante la visión de la danza y sobre todo del cuerpo en la danza. Gracias a estas técnicas que ven al cuerpo y a la mente como un todo y conectado con el universo, me es permitido reciclar, dejar que entren esas historias y que vuelvan a salir en algo positivo. Se enseña sobre todo en EEUU y Europa y creo que hasta el momento soy la única latinoamericana que está certificada en esta técnica.

-Estas últimas dos décadas marcan la evolución en muchas artes en Paraguay, pero ¿cómo ves a la danza en particular?

-Yo llegué en el 92, cuatro años después de que había caído Stroessner y de hecho cuando llegué, la danza contemporánea estaba ya siendo conocida, aunque por muy poca gente, era una especie de gueto la gente que hacía danza contemporánea. Creo que la principal evolución que yo he visto desde entonces es la cantidad de bailarines con excelente técnica que surgen. Desde Bellas Artes, por ejemplo, han salido bailarines muy buenos, en los ocho años que yo he estado, he visto por lo menos tres generaciones de bailarines muy buenos, pero no solo acá, sino también en varias otras académicas. El material humano de la danza ha crecido en calidad y cantidad.

Creo que la falencia que todavía estamos teniendo en el medio es cómo absorbemos todo ese material humano que está surgiendo de las escuelas. Elencos de danza clásica hay, pero prácticamente no hay de danza contemporánea que estén absorbiendo esa gente; eso, por un lado, y por otro, hace falta la formación en coreografía, hace falta formar coreógrafos, porque todavía vemos mucha danza que repite patrones. Falta todavía ver una danza que se arriesgue, una danza de riesgo temático, que rompa patrones, que se anime a romper con el gusto del público. El público paraguayo tiene todavía un gusto bastante tradicional y falta el riesgo de romper con eso. Y eso no se va a dar mientras los bailarines sean solo bailarines y salten de la nada a ser coreógrafos, sino que mediante una formación profunda. Y yo creo que va a haber algo.

Marisol Salinas. Foto: Fernando Riveros.[/caption]

BIO

Marisol Salinas es coreógrafa, intérprete y docente de danza; originaria de El Salvador y residente en Paraguay desde 1992. Es Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador. Se formó en técnicas clásica y contemporánea en El Salvador, Teatro Primigenio en Paraguay y en Skinner Releasing Technique en Estados Unidos y Gran Bretaña (maestra certificada en esta técnica; Seattle, 2004). Obtuvo su certificación como maestra de Open Source Forms (Seattle, 2014). Realiza presentaciones a nivel independiente, tanto de forma individual como colectiva; esto último con el grupo de performance multidisciplinaria Maino'i Colectivo Escénico, del cual es miembro fundadora (2007). Fue profesora del Departamento de Danza del Instituto Superior de Bellas Artes en Asunción (ISBA), donde fue parte del equipo elaborador del plan de Licenciatura en Danza e impartió varias asignaturas (2007-2015). Durante dicho período también fue una de las coreógrafas permanentes de la Compañía Juvenil de Danza del ISBA. Fue directora del Ballet Nacional de Paraguay (2012). Se desempeñó como coordinadora pedagógica del proyecto de inclusión social Senderos del Movimiento (2008-2009). Fue bailarina invitada del Ballet Nacional del Paraguay (1997); cofundadora y codirectora de las agrupaciones de danza-teatro Haiku Teatro (1994-95), y Cuerpo Presente (1995-2004). En coautoría con Mirta Insaurralde, obtuvo el 2º lugar en el Concurso Coreográfico Presidencia de la República, con la coreografía "Sinfonía Mínima" (1997). En El Salvador, fue miembro de Ballet de El Salvador (1980-1983) y de Evolución Danza Contemporánea (1987-1989).

FUENTE: IDEAS + PALABRAS (Suplemento cultural del diario LA NACIÓN).

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