Por Marcelo A. Pedroza
COACH – mpedroza20@hotmail.com
Si las palabras hablaran nos pedirían que las usemos para engrandecer nuestras vidas y la de quienes habitan con nosotros. En ese hábitat estamos todos. Lo formamos cada uno de nosotros. Y una de las formas de hacerlo es aportando lo nuestro de forma directa y práctica al ejercer la facultad de elegir el trato hacia la poderosa palabra. Su influencia es grande, tan inmensa como la vida de quienes la utilizan. Es la palabra el inicio de la presentación de lo pensado, es la palabra la conexión entre la creación interior de una idea y quienes están junto a nosotros cuando la expresamos como tal.
Las palabras hablan a través nuestro. Siempre están dispuestas a participar entre quienes las requieren. Su dimensión existencial supera la conceptualización que las identifica como unidades léxicas constituidas por un sonido o un conjunto de sonidos articulados, que tienen un significado fijo y una categoría gramatical. Las palabras identifican la calidad de su autor y se esmeran en acompañar su recorrido verbal de la mejor forma posible. Están cerca de exponerse al mundo en todo momento. Basta que su interlocutor utilice la zona cerebral del habla y las ponga en función.
Las palabras representan más que una letra o un grupo de letras. Sus sonidos pueden calar profundamente en la vida de una persona. Pueden modificar la conducta de un ser que estaba esperando un mensaje cargado de palabras alentadoras. Pueden impactar de tal forma que habiliten las condiciones para comenzar una nueva etapa de diálogo. Las palabras son grandes compañeras para quienes deciden respetarlas. Las palabras deben sufrir mucho cuando la correspondencia entre lo que pueden dar y lo que se utiliza de ellas es escasa o nula. Si no existe la armonía de su uso nace la disonancia en su vivir.
Nuestra interioridad se visualiza en el trato que le damos a la palabra. Leon Festinger (1919-1989), psicólogo estadounidense, fue quien habló por primera vez del concepto de disonancia cognitiva y lo hizo allá por el 1957. Decía que había tensión entre las ideas o las creencias de una persona cuando había dos pensamientos que estaban en conflicto, o cuando un comportamiento entraba en conflicto con sus creencias. Las palabras sienten el grado de conflictividad que puede tener quien las usa. Cuando hay alguna incompatibilidad en la interioridad del ser humano, esta tiende a repercutir en la actitud que posee el mismo. Y las palabras se ven afectadas porque toda su potencialidad se resiente de una u otra forma.
Las palabras conviven con lo actitudinal. Ellas dirían, dime cómo nos tratas y sabremos cómo estás. Para Festinger una forma de achicar la disonancia es cambiando de actitud, para que disminuyan progresivamente las discrepancias existentes que impiden la valorización del sitial que ocupan. Son las palabras las que interrelacionan la vida de las personas, las que construyen los vínculos sociales, las que conectan la vida colectiva que se cimienta día a día en el mundo. Todos podemos preguntarnos qué vínculos tenemos con ellas, qué valor le damos y cómo las utilizamos.
Si las palabras hablaran exigirían ampliar el universo de su uso. Se atreverían a mostrarnos que si las usamos para agredir u ofender a otros estamos hiriendo no solo la honorabilidad del afectado, sino también la nuestra. Nos enseñarían cómo lucen en el corazón de otros cuando llegan con todo su esplendor.