Por Mario Ramos-Reyes, Doctor en Filosofía Política, Universidad de Kansas
Historia son hechos, tal como se presentan a la realidad cotidiana. La realidad es, en ese sentido, la que dicta los pasos de los seres humanos. O debería, pues, siempre está la respuesta libre. Esos pasos pueden ser más o menos pensados, más o menos prudenciales, pues no siempre la realidad deja mucho espacio a la "maniobra" humana. Por eso, desde antiguo –en tradición que se remonta a Cicerón– la historia es maestra. Son sus hechos los signos que revelan la guía de esa "maestra". Obediente a esos signos, la política quiere y desea seguirla, pero se retuerce en el camino. Y lo hace, pues, no siempre, los hechos son los que debieran ser, sino lo que son. Por eso la política bordea la ética cuando se encarna en la historia: no es la ideal, tampoco es inmoral, es la posible. Los seres humanos, como protagonistas de la historia, hacemos lo que podemos, pero no siempre alcanzamos, al decir de Aristóteles, al bien.
El viaje del papa Francisco parece obligarnos a hacer este juicio sobre la historia: un acercamiento al régimen autoritario cubano –como parte de la visita pastoral– es el dato relevante. Y el gesto obedece –al parecer– a generar un acercamiento genuino con su enemigo ideológico histórico, los Estados Unidos. Pero ¿no se estaría legitimando así a un régimen cuya deuda con los derechos humanos, el pluralismo ideológico y la libertad religiosa, es enorme? Esa es la pregunta y la afirmación de muchos, incluidos disidentes cubanos de dentro y fuera de la isla, sobre la prudencia de ese acercamiento vaticano al gobierno castrista. Lo que la Iglesia debería hacer, más bien, se dice, es una denuncia al sistema y no convalidarlo.
La crítica no deja de tener razón pero que, no obstante, creo, dicha observación no agota una realidad histórica más que probada: que las ideologías estructuradas –y la cubana está cristalizada y momificada por los años– tienden a la autojustificación, esgrimiendo sus razones parciales, no queriendo ver la realidad como es. Más bien, miran y juzgan la realidad desde los lentes preconcebidos de la propia ideología de décadas. La mirada ideológica, como dijera el propio Francisco en Paraguay, por eso no sirve: es incompleta, no asume al pueblo sino lo utiliza, pues al final, habla en nombre de los pobres pero sin los pobres. Ese es el signo, me parece, de la realidad de una ideología cristalizada que, ante cualquier otra forma de desafío, se enrosca y se cierra, y que, por lo mismo, requiere, al parecer, de otro método de acercamiento.
Una realidad cultural, además, se agrega a todo este escenario: la influencia cultural de la Iglesia es hoy mínima. La modernidad como también, en muchos aspectos, la postmodernidad –donde todo vale menos principios objetivos– en América Latina (los Estados Unidos son muy parecidos en esto) ha reducido a la fe y sus implicaciones políticas o morales a la esfera privada. El sujeto cristiano que nos hablaba del documento episcopal de Puebla desde 1979, y los sucesivos documentos desde la década de los ochenta con el advenimiento de la democracia, no dejan de ser una ilusión, pura nostalgia de un tiempo que se fue. Lo "religioso" entendido como "lo cristiano" y sobre todo "lo católico", sólo es aceptado en tanto en cuanto justifique políticas públicas ya asumidas por la mayoría y cuando las mismas hablen de cuestiones sociales "consensuadas" y no familiares. Nada de acercamiento en temas de la vida, por ejemplo. No es novedad entonces decir que la propuesta de la Iglesia sobre el aborto se ve ilegítima, pero no así el tema ecológico o migratorio. Este es un hecho histórico clave: la reducción de lo religioso a lo privado, sin relevancia ni licitud públicas.
La mentalidad ideológica se apega así a la costra dura de los años, y su la inercia cansina, que como en todo ser humano, desde los tiempos del Faraón egipcio de tiempos de Moisés, endurece el corazón. ¿Cómo llegar entonces y devolver la relevancia a la fe? La pastoral-política, si se quiere, del papa Francisco es indiscutible: el ablandamiento del corazón, la comunicación de la misericordia de Dios, con el fin de que, si esta propuesta de Gracia se abraza y la buena voluntad se abre y quiere, los cambios vendrán, sean personales o políticos. Se comienza con el otro, se construye a través de la amistad cívica, social.¿Será esto suficiente? No sabría decirlo pues deja para adelante la cuestión cultural. Eso es ya cuestión del futuro pero de que es necesario, pocas dudas caben.
Muchos han dicho que el ser humano es una animal racional. El papa Francisco parece sugerir que es, sobre todo, un animal afectivo y sentimental. La gente cambia cuando cambia el corazón y actúa y entiende solamente luego de ser amada. Insisto ¿Será esto suficiente? Adviértase solo un punto más para terminar: esta política-pastoral no es exclusiva para ideologías "duras y cerradas" como la castrista sino también para las "blandas" y "plurales" como el liberalismo procedimental e individualista de Obama. Al fin y al cabo, todas las ideologías, desde la lejana formulación de Destutt de Tracy, niegan de que tienen un defecto de fábrica: la creencia en el pecado original. No tiene respuestas porque entre sus fuentes esta el dogma rousseauniano de la bondad y de la infalibilidad de la voluntad general: lo que quiere la mayoría es necesariamente bueno y verdadero y que por eso necesitan el perdón y el rescate de la misericordia de Dios. La historia les está enseñando que es hora de abandonar esa falsa creencia.