El director general de la Organización Mundial del Comercio, Roberto Azevêdo, declaró que la OMC es "presa de su propio éxito". El presidente Donald Trump más bien la llamó "un desastre".

Trump no será el único que disienta de la afirmación de Azevêdo, cuyo objetivo es contener las expectativas para la conferencia ministerial bianual de la OMC que se celebrará en Argentina este mes. Desde hace más de dos décadas, la OMC no ha alcanzado ningún logro destacado en su misión de liberalizar el comercio. La última ronda de negociaciones comerciales que organizó, el Programa de Doha para el Desarrollo, se convirtió en un interminable proceso judicial de la diplomacia comercial al estilo "Jarndyce contra Jarndyce" y se desechó discretamente en el 2015.

Por desgracia, el mayor problema de la OMC no es que su trayectoria sea decepcionante. Sus relaciones con Estados Unidos han sido tensas desde hace varios años, pero en la presidencia de Trump esa frustración se ha convertido en agresión. Estados Unidos considera que China, el mayor exportador del mundo, ha usado a la OMC para encubrir y dar apariencia legal a su política de mercantilismo. En vez de ayudar a la OMC a encontrar soluciones, el gobierno estadounidense ha preferido socavarla combinando políticas unilaterales, críticas retóricas y sabotaje burocrático.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Se trata del enfoque equivocado. Es fácil criticar y subestimar a la OMC, pero no se puede negar que es una organización vital para la economía mundial, y para Estados Unidos.

Hasta ahora, Trump no ha cumplido la amenaza más drástica en materia comercial que anunció durante su campaña: imponer aranceles generales del 45 por ciento sobre las importaciones de China, además de abandonar la OMC y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

No obstante, todavía considera que en el comercio la opción es todo o nada; que en este intercambio, en el que es malo importar, es bueno exportar, y el marcador se lleva en una balanza comercial bilateral, Estados Unidos ha salido perdiendo. Está convencido de que, debido a su influencia, Estados Unidos tendrá garantizada la victoria si tiene acuerdos comerciales bilaterales, pues podrá ejercer presión sobre el otro país. En esta línea de ideas, de acuerdo con su lógica, si pudiera explotar sus ventajas, podría obligar a los mercados extranjeros a aceptar su participación, o utilizar el comercio para conseguir otros de sus intereses, como contar con el apoyo de China, por ejemplo, para controlar las ambiciones nucleares de Corea del Norte.

Los funcionarios del gobierno de Trump han decidido atacar el sistema de comercio multilateral, tanto directamente como a través de actos irresponsables. Han criticado sin tapujos a la OMC y la han ignorado recurriendo a legislación olvidada de su propio país para investigar de manera unilateral importaciones de productos como artículos de aluminio y acero, celdas solares y lavadoras. Instigaron las investigaciones sobre el acero y el aluminio con base en una legislación de 1962 que no se había utilizado desde el 2001. Si bien recurrir a la OMC le pone límites a las controversias porque las transforma en asuntos tecnocráticos y lacónicos, cuando una de las partes promueve acciones por su cuenta, se politizan incluso las quejas más rutinarias.

El tercer tipo de ataque es más insidioso. Estados Unidos no ha designado a su representante permanente ante la OMC. Utilizando como excusa misteriosos problemas de procedimiento, no ha designado nuevos jueces para el tribunal de apelaciones de la OMC y esos puestos siguen sin ocuparse. El tribunal ya tiene muchos casos retrasados. Si no se hacen las designaciones correspondientes, el sistema de resolución de controversias corre el riesgo de resquebrajarse. Si esto ocurre y los países deciden tomar represalias por su cuenta, es probable que se derrumbe la OMC.

No se sabe a ciencia cierta si el gobierno estadounidense quiere que esto suceda. En este momento apoya a la Unión Europea en una acción que China promovió ante la OMC porque quiere tener el estatus de "economía de mercado". Si lograra tenerlo, sería más difícil imponer derechos antidumping severos a las exportaciones chinas. Al parecer, Estados Unidos reconoce que la OMC ha sido útil en este respecto.

Entonces, quizá lo que Estados Unidos espera es que, gracias a esta presión, el organismo se reforme. Sin embargo, esta opción parece optimista, pues Estados Unidos no ha aclarado qué cambios espera.

Más bien, todo parece indicar que el gobierno estadounidense quiere lo más ventajoso en todos los aspectos: recurrir a la OMC cuando así convenga a los intereses estadounidenses, pero seguir aplicando tácticas duras a través de relaciones bilaterales. No obstante, esto tampoco sería bueno para Estados Unidos. Los aranceles que amenaza con imponer aumentarían los precios para sus propios consumidores. Los artículos de exportación que utilizan componentes importados serían menos competitivos: la industria automotriz estadounidense afirma que los aranceles sobre refacciones de México producirían un alza en sus costos de entre 16.000 millones y 27.000 millones de dólares al año. Esto aumentaría las probabilidades de que los socios tomen represalias directas, en vez de recurrir a la OMC para remediar la situación.

Si la mayor economía del mundo se desliga de la OMC, quizá esta no llegue a desaparecer, pero sí menguaría su influencia. Eso sí sería un desastre.

La OMC se fundamenta en la visión de un orden mundial liberal que Estados Unidos ha encabezado desde la Segunda Guerra Mundial. Establece vínculos con casi todos los países del mundo dentro de un marco de reglas convenidas por todos. Algunos estadounidenses señalan que no ha alcanzado su meta más ambiciosa: lograr que la economía china, dominada por el Estado y admitida al organismo en el 2001, convenga en respetar un sistema comercial justo.

Es verdad que las reformas al mercado de China han sido una decepción. Pero si se observa desde otra perspectiva, la OMC ha contribuido a que la reintegración al mundo de la que ahora es su segunda mayor economía ocurra con un mínimo de problemas.

Todavía es la mejor opción para intentar que China respete las reglas. En una guerra comercial, ningún país saldría ganando.

Dejanos tu comentario