Por un momento pareció que la economía de China tenía de nuevo una administración maoísta. En una de las actividades fuera del congreso del Partido Comunista, celebrado este mes, una funcionaria comentó al presidente Xi Jinping que la destilería de su pueblo vende baijiu, un licor muy fuerte, a 99 yuanes (unos 15 dólares) la botella. Xi, el líder más poderoso que ha tenido China desde la época de Mao, señaló que le parecía un poco excesivo. Afligida, la funcionaria le agradeció el comentario y aseveró que seguirían su recomendación, pero Xi le indicó con una seña que se detuviera.

"Se trata de una decisión de mercado", afirmó con una sonrisa. "No bajen el precio a 30 yuanes solo porque yo lo dije". Entre la audiencia se escucharon risas, quizá de alivio al escuchar que Xi no tenía ninguna intención de controlar el precio del alcohol.

Este raro momento de liviandad, en el contexto del sombrío congreso celebrado cada cinco años, fue muy revelador. Este congreso asentó firmemente la posición indiscutida de Xi a la cabeza de China. La pregunta que se hacen ahora las empresas es qué hará con ese poder. Su visión puede parecer amenazadora: durante un discurso en el que explicó sus planes, dejó muy claro que el partido es todopoderoso y eso no cambiará.

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Bajo su dirección, el partido ya reafirmó su control sobre las empresas públicas y ha intentado tener mayor influencia en las privadas. Ha apelado al espíritu patriótico de los empresarios. Los reguladores han ejercido presión sobre algunos empresarios intrépidos, como el magnate inmobiliario Wang Jianlin, quien llegó a ser el hombre más rico de China, y el líder de la industria aseguradora Wu Xiaohui, quien se cree el próximo Warren Buffett.

Puede dar la impresión de que Xi le aprieta las riendas a la empresa privada. Sin embargo, desde hace tiempo, hay cierta contradicción al centro del "socialismo con características chinas". En gran parte de la economía, los funcionarios comunistas llevan la batuta del bullicioso capitalismo. Cuando Xi habla sobre una "nueva era", quizá se refiere a que todo seguirá igual, más que a algún plan de reinstituir la planeación central.

Tomemos como ejemplo las restricciones impuestas a los magnates. Los reguladores seleccionaron cuatro de las empresas más ávidas de China para someterlas a un mayor escrutinio: la aseguradora Anbang, el grupo de aviación y turismo HNA, la desarrolladora inmobiliaria Wanda y el conglomerado industrial Fosun. Como consecuencia, este año bajaron de manera notoria sus frenéticas inversiones en el extranjero. Wanda vendió muchos activos hoteleros. El fundador de Anbang fue detenido.

Sin embargo, no se trata de un ataque contra los empresarios, como podrían interpretarlo algunos. De las 2.130 personas incluidas en la lista de los más ricos que publica la revista Hurun, una guía sobre los supermillonarios chinos, solo cinco tuvieron problemas con la ley el año pasado. En contraste, la campaña de combate a la corrupción impulsada por Xi ha afectado a casi el 10% de los 205 miembros del Comité Central del partido en los últimos cinco años.

Joe Ngai, de la consultora McKinsey, señaló que es mejor pensar en las restricciones impuestas a estas cuatro exitosas empresas como los efectos de una legislación financiera más estricta. En una reacción tardía, algunos funcionarios han asumido una postura radical con respecto a las inversiones riesgosas, en especial para las adquisiciones en el extranjero. Al mismo tiempo, las fortunas de magnates con empresas dirigidas al mercado interno, tanto del sector tecnología como del inmobiliario o manufacturero, se han disparado. La riqueza representada en la lista Hurun ha aumentado a más del doble durante el gobierno de Xi.

Otra inquietud es el mayor control sobre el sector tecnológico. Este mes, The Wall Street Journal informó que los reguladores de internet podrían tomar participaciones del 1% en gigantes de las redes sociales, como Youku, la plataforma de Alibaba similar a Youtube, y Weibo, la propuesta China en respuesta a Twitter.

Sin embargo, el gobierno ya tiene suficiente control sobre sus superestrellas tecnológicas. Ninguna de ellas puede prosperar en China si provoca la ira del partido o se niega a entregar los datos que solicita el área de seguridad del Estado. Ya cuentan con productos que agradan al partido. Algunos son divertidos, como el juego de Tencent para Wechat, su aplicación móvil de amplio uso, que permite a los usuarios competir en "aplausos" para los discursos de Xi con solo tocar la pantalla de sus teléfonos. Otros parecen más tenebrosos, por ejemplo, algunas técnicas para monitorear a los usuarios, que pueden ayudar a las autoridades a vigilar a los ciudadanos.

La idea de que Xi reprime la innovación queda desmentida ante esta abundancia de empresas. Solo Estados Unidos tiene más empresas nuevas, o de mayor valor. Los medios de comunicación solo hablaron acerca de que el partido manda a los empresarios ser patrióticos, pero la mayoría del contenido de la norma respectiva se concentra en describir mecanismos de apoyo que ofrece el gobierno. Gary Liu, presidente del China Financial Reform Institute, subrayó que el mensaje real es que los empresarios son esenciales para la economía.

El último tema que causa inquietud es el deseo de Xi de fortalecer la influencia del partido en el mundo corporativo. Cientos de empresas públicas registradas han modificado su contrato social desde que subió al poder, para incluir la obligación de consultar a los comités del partido antes de tomar decisiones importantes. El año pasado, el regulador encargado de las empresas tecnológicas les ordenó mejorar sus actividades de "fortalecimiento del partido". El partido desea contar con miembros en posiciones más importantes. Tencent ahora cuenta con unos 7.000 empleados que son miembros del partido, el equivalente al 23% de su personal, de los cuales el 60% ocupa puestos clave, según la empresa.

Sin embargo, esta situación no es nueva en absoluto. Tras los cierres masivos de empresas públicas en la década de 1990, algunos funcionarios ejercieron presión sobre empresas privadas para que establecieran organizaciones del partido. Ya en 1999, casi una quinta parte de las empresas con recursos extranjeros tenían una. Hay muy pocas pruebas de que algunas células del partido hayan intentado cambiar decisiones importantes de las empresas. Quizá a las empresas no les gusten, pero las células no afectan los negocios: las utilidades industriales fueron en promedio del 10% del PIB durante el primer periodo de cinco años de Xi, la cifra más alta registrada desde que comenzaron las reformas económicas de China hace cuatro décadas.

De cualquier forma, el partido podría utilizar sus células para ejercer un mayor control. Es posible que la regulación de las empresas tecnológicas sea más invasiva. Muchos de los emprendedores más ricos de China se sienten en una posición vulnerable, por lo que tienen pasaportes extranjeros. Sin embargo, el partido sabe que para tener una economía saludable, requieren un sector privado vibrante.

Quizá el mayor riesgo sea que, aunque Xi tenga las mejores intenciones, tan solo el hecho de concentrar tanto poder en un líder puede tener efectos devastadores. Unos días después de su comentario acerca del baijiu, el fabricante anunció que vendería una nueva mezcla a un precio de 30 yuanes por botella.

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