Si el presidente Donald Trump hubiera impuesto aranceles proteccionistas a las exportaciones de China a Estados Unidos, como prometió durante la campaña presidencial, habría provocado una guerra comercial. Por fortuna, el presidente dudó, en parte porque espera que China le ayude a impedir que Corea del Norte realice sus ambiciones nucleares.

Sin embargo, ahí no termina la historia. Ahora, las tensiones por el poderío industrial de China amenazan la arquitectura de la economía global.

A mediados de setiembre, el representante comercial de Estados Unidos aseveró que China es una amenaza "sin precedentes" a la cual no es posible controlar con las normas comerciales existentes. La Unión Europea, preocupada tras una avalancha de adquisiciones chinas, está preparando normas más estrictas para la inversión extranjera. Mientras tanto, la estrategia de China para modernizar su economía aumenta cada vez más la presión.

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Al centro de estas tensiones se encuentra un hecho sencillo pero abrumador: por todo el mundo, las empresas enfrentan una competencia más feroz que nunca de sus rivales chinos. China no fue el primer caso de industrialización, pero nunca se había visto un salto tan rápido y a una escala tan monumental. Hace poco más de una década, las ciudades chinas de crecimiento rápido producían en masa calcetines y encendedores. En la actualidad, el país se encuentra en la frontera global de la nueva tecnología en todas las áreas, desde pagos móviles hasta vehículos autónomos.

Aunque los logros de China inspiran admiración, existe una creciente preocupación ante la posibilidad de que el mundo se vea dominado por una economía que no actúa de manera justa. Los negocios se sienten amenazados. Los gobiernos que han presenciado fenómenos como el brexit y la elección de Trump se sienten inquietos ante los efectos de la pérdida de empleos y la concentración del liderazgo tecnológico.

Sin embargo, si desean un resultado positivo, deben pensar con claridad acerca de la verdadera naturaleza del reto que representa China.

No hay duda de que China no actúa del todo como sus competidores querrían que lo hiciera. Mantuvo su moneda muy barata durante muchos años, lo que alentó a los exportadores. Da financiamiento a sus gigantes paraestatales a través de crédito barato. Sus ciberespías roban secretos.

No obstante, las representaciones de las empresas chinas como un monstruo antidemocrático controlado por el gobierno que se dedica a robar y hacer trampas para mantener la delantera son crudas y anticuadas. Las innovaciones originadas en ese país están floreciendo. Los innovadores pertenecen en su mayoría al sector privado; no son solo una de las cabezas de la enorme criatura llamada China Inc.

Para separar las alucinaciones de la realidad, es necesario pensar en la competencia china como un fenómeno de tres dimensiones: ilícita, intensa e injusta. Cada una de estas dimensiones requiere una respuesta distinta.

En primer lugar, consideremos la dimensión ilícita. El mejor ejemplo es el robo descarado de propiedad intelectual que provoca los encabezados más sensacionalistas, como los 2014 cargos en contra de cinco oficiales militares chinos por hackear empresas estadounidenses de industrias como la nuclear, la solar y la metalúrgica.

La buena noticia es que cada vez hay menos de esos delitos. Al parecer, un acuerdo suscrito en el 2015 con Estados Unidos produjo una marcada baja en los casos de hackeo chino de empresas extranjeras; además, como las empresas chinas producen cada vez más valor, exigen contar con mejores protecciones a la propiedad intelectual en el país.

La segunda dimensión, una competencia intensa pero lícita, es mucho más importante. Las empresas chinas han demostrado que pueden fabricar buenos productos por un menor costo. Los precios al consumidor por televisores, ajustados por calidad, bajaron más de un 90 por ciento en los 15 años posteriores al ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio. La participación de China en las exportaciones globales aumentó al 14 por ciento, el porcentaje más alto que ha alcanzado un país desde 1968, cuando Estados Unidos logró su cifra más alta.

Es posible que este porcentaje se reduzca conforme China deje de controlar industrias de valor bajo como la textil, aunque está amasando una nueva reputación en productos de alta tecnología. Si es cierto que los datos son el nuevo petróleo, la industria tecnológica de China cuenta con amplias reservas de la información que generan cientos de millones de sus ciudadanos en línea, que no cuentan con normas que protejan la privacidad. Sin importar si fabricas autos en Alemania, semiconductores en Estados Unidos o robots en Japón, es muy probable que en el futuro algunos de tus más acérrimos rivales sean chinos.

Por último, la dimensión más difícil de enfrentar, la competencia injusta: una práctica sostenida que no contraviene ninguna norma global. El gobierno chino exige que las empresas entreguen tecnología a cambio de tener acceso al amplio mercado chino. Las empresas extranjeras han sido el blanco en los casos antimonopolio más sonados de China. El gobierno restringe el acceso a los sectores lucrativos, además de financiar afrentas a esas mismas industrias en el extranjero. Este comportamiento es peligroso precisamente porque las normas actuales no ofrecen ningún remedio.

Clasificar a la competencia china en estas categorías ayuda a medir la respuesta. Las acciones ilícitas descaradas son las más sencillas. Los gobiernos deben ejercer acción penal y procurar obtener una compensación, ya sea a través de tribunales o de la OMC. Las empresas pueden aplicar mejores medidas para protegerse en contra de ciberataques, ya sea de China o de otras partes.

Aunque es políticamente difícil, la mejor respuesta a la competencia intensa es darle la bienvenida. A los consumidores les benefician los costos menores y la innovación más rápida. Las acciones equivocadas para intentar contener la ola no solo provocarían la pérdida de estas ventajas potenciales, sino que también podrían acabar con el sistema comercial mundial, lo cual tendría resultados catastróficos.

Más que intentar evitar la pérdida de empleos, los gobiernos deberían proporcionar nuevas opciones de capacitación y una red de protección adecuada. Tanto las empresas como los gobiernos necesitan invertir más en educación e investigación.

Hace seis años el presidente Barack Obama afirmó que Estados Unidos enfrentaba un nuevo "momento Sputnik" por el surgimiento de China. Desde entonces, no se han dedicado muchos más recursos a la investigación, la capacitación ni la infraestructura.

La categoría más difícil es la competencia injusta, que no es ilícita. Una opción es persuadir a China de que debe tener un mejor comportamiento a través de medidas colectivas. Estados Unidos, Europa y los grandes países asiáticos podrían publicar de manera conjunta información acerca del daño económico que provocan las políticas de China, como sucedió cuando compartieron información acerca de la producción de excedentes en la industria del acero, lo que obligó a China a recortar esos excedentes. Deberían exigir reciprocidad: pedir a China que otorgue a las empresas extranjeras el mismo acceso que gozan sus empresas en los mercados extranjeros.

Los gobiernos deben revisar sus políticas de supervisión de inversiones de China para que puedan bloquear las amenazas genuinas a la seguridad nacional (aunque solo sean esas) y también deberían exigir que los inversionistas que cuentan con respaldo gubernamental incluyan toda la información correspondiente, además de imponer sanciones a quienes oculten su verdadera identidad.

Gran parte de la responsabilidad de corregir la situación recae en China. Quizá esta se pregunte por qué debería contenerse. Después de todo, Alemania y Estados Unidos se enriquecieron en el siglo XIX gracias a la protección de muros de subsidios y aranceles, y el Reino Unido y Japón actuaron como tiranos.

Sin embargo, tras sus excelentes resultados en el ecosistema comercial global, China debería reconocer que se ha convertido en uno de sus custodios. Si abusa de él, ya sea a través de acciones ilícitas o sobrecargas, solo conseguirá destruirlo.

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