Los ciclos económicos y políticos tienen el hábito de salirse de sincronía. Solo pregunte al presidente George H.W. Bush, quien perdió la elección presidencial en 1992 porque los votantes lo culparon de la reciente recesión. O al canciller Gerhard Schröder de Alemania, destituido por los votantes en el 2005 después de imponer dolorosas reformas, solo para ver a su sucesora Angela Merkel cosechar las recompensas.

Hoy, casi 10 años después de la crisis financiera más grave desde la Depresión, al fin está en marcha un alza económica amplia. En Estados Unidos, Europa, Asia y los mercados emergentes, por primera vez desde la breve recuperación en el 2010, todas las hornillas están encendidas a la vez.

Sin embargo, el estado de ánimo político está deteriorado. Una rebelión populista, nutrida por años de crecimiento débil, sigue extendiéndose. La globalización ha perdido popularidad. Un nacionalista económico ocupa la Casa Blanca, y esta semana todos los ojos estuvieron puestos en las elecciones holandesas que incluían a Geert Wilders, un ideólogo islamofóbico holandés, solo uno de los muchos insatisfechos europeos.

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Esta disonancia es peligrosa. Si los políticos populistas se atribuyen el mérito por una economía más animada, sus políticas cobrarán credibilidad, con efectos potencialmente devastadores. A medida que un alza largo tiempo esperada eleva el ánimo y extiende la confianza, el gran interrogante es: ¿qué radica detrás de ella?

La última década ha estado marcada por falsos amaneceres en los cuales el optimismo al inicio de un año se ha arruinado; ya sea por la crisis del euro, los bamboleos en los mercados emergentes, el colapso de los precios petroleros o los temores de un colapso en China. La economía de Estados Unidos ha seguido creciendo, pero siempre con el viento en contra. Hace un año, la Reserva Federal esperaba elevar las tasas de interés en cuatro ocasiones en el 2016. Las fragilidades mundiales pusieron fin a esa esperanza.

Ahora las cosas son diferentes. Esta semana, la Fed elevó las tasas por segunda vez en tres meses; gracias en parte al vigor de la economía estadounidense, pero también debido al crecimiento en todas partes.

Los temores por la capacidad excesiva de China, y por una devaluación del yuan, han disminuido. En febrero, la inflación de costos de producción estuvo cerca de su nivel más alto en nueve años. En Japón en el cuarto trimestre, el gasto de capital creció a su ritmo más rápido en tres años. La zona del euro ha estado cobrando velocidad desde el 2015. El índice del sentimiento económico de la Comisión Europea está en su nivel más alto desde el 2011, y el desempleo de la zona del euro está en el más bajo desde el 2009.

Los líderes de la actividad económica se ven animados también. En febrero, Corea del Sur, un parámetro del comercio mundial, registró un crecimiento de las exportaciones de alrededor del 20 por ciento. Los fabricantes taiwaneses han registrado 12 meses consecutivos de expansión.

Incluso en lugares acostumbrados a la recesión, lo peor ha pasado. La economía brasileña ha estado encogiéndose durante ocho trimestres, pero, como las expectativas inflacionarias están bajo control, las tasas de interés están cayendo. Brasil y Rusia probablemente sumarán al PIB mundial este año, en vez de restarlo. El Instituto de Finanzas Internacionales estima que en enero el mundo en desarrollo alcanzó su tasa de crecimiento mensual más rápida desde el 2011.

Esto no quiere decir que la economía mundial haya regresado a la normalidad. Los precios del petróleo cayeron en 10 por ciento en la semana terminada el 15 de marzo, con base en renovados temores de sobreoferta, y una caída sostenida perjudicaría a las economías de los productores más de lo que beneficiaría a los consumidores. La acumulación de deuda de China es un motivo de preocupación persistente. El crecimiento de la productividad en el mundo rico sigue siendo débil. Fuera de Estados Unidos, los salarios siguen creciendo lentamente, y en Estados Unidos la creciente confianza empresarial aún tiene que traducirse en un aumento de la inversión.

Atrincherar la recuperación requiere de un delicado acto de equilibrio. Conforme aumenten las expectativas inflacionarias, los bancos centrales tendrán que sopesar la presión para restringir la política contra el riesgo de que, si lo hacen con demasiada rapidez, sufran los mercados de bonos y los deudores. Europa es especialmente vulnerable, porque el Banco Central Europeo está alcanzando los límites legales del programa de compra de bonos que ha usado para mantener barato el dinero en las economías débiles.

El mayor riesgo, sin embargo, son las lecciones que sacan los políticos. El presidente Donald Trump está entonando sus propios elogios después de las buenas cifras del empleo y la confianza. Es cierto que el mercado bursátil y el sentimiento empresarial se han animado por las promesas de desregulación y un impulso fiscal. Sin embargo, las afirmaciones de Trump de haber estimulado mágicamente la creación de empleos son mera fanfarronería. La economía estadounidense ha añadido empleos durante 77 meses consecutivos.

Lo más importante es que el alza no tiene nada que ver con el nacionalismo económico de "Estados Unidos primero" de Trump. Si acaso, el alza global reivindica a los expertos a los que los populistas de hoy a menudo denuncian.

Los economistas han argumentado que las recuperaciones de las crisis financieras toman mucho tiempo: la investigación de 100 crisis bancarias realizada por Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff de la Universidad de Harvard sugiere que, en promedio, los ingresos regresan a los niveles previos a la crisis solo después de ocho largos años. La mayoría de los economistas también argumentan que la mejor manera de recuperarse después de una crisis de deuda es limpiar las hojas de balance rápidamente, mantener laxa la política monetaria y aplicar estímulo fiscal donde sea prudentemente posible.

La recuperación de hoy valida esa prescripción. La Fed mantuvo bajas las tasas de interés hasta que estuvo a la vista el empleo pleno. El programa de compra de bonos del BCE ha mantenido en niveles tolerables los costos del endeudamiento en los países propensos a la crisis, aunque el inapropiado énfasis de Europa en la austeridad, recientemente relajado, hizo más difícil el empleo. En Japón, los aumentos en el impuesto al valor agregado han saboteado recuperaciones anteriores, así que esta vez el gobierno sensatamente difirió un aumento hasta al menos el 2019.

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