Hay marchas y marchas, protestas y protestas, reclamos y reclamos; no hay que confundir las unas con las otras ni los unos con los otros, y menos cuando hay intereses políticos claramente comprometidos en campaña política electoralista.

Marchar con discursos claros y reclamaos claros es una cosa; marchar con garrotes –hasta no hace mucho eran palos, pero en esta marcha aumentó la contundencia garrotera–, ni siquiera para enfrentar a los policías, ni para alterar al Gobierno, sino para amenazar y castigar a los vecinos de Asunción y a los que transitan la Gran Asunción, el departamento Central y, en fin, de todo el país que tienen que venir a la capital a hacer sus trámites, sus trabajos, sus negocios, sus atenciones médicas, su forma de vida y de sobrevivencia, es otra.

Hasta hace no mucho los manifestantes venían con sus palos más simbólicos que contundentes; ahora vinieron con la contundencia del garrote, como los garroteros y los macheteros de los tiempos del estronismo. Provocaron a los ciudadanos, a sus pares, probablemente muchos de ellos tanto o más sufridos que ellos, para presionar supuestamente al Gobierno, es decir, volvemos a la ley del mbarete, sin mirar a quién.

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El objetivo no fue manifestarse y reclamar, como ha sido la norma de las más tradicionales y serias organizaciones campesinas, sino perturbar, agredir, mbaretear., aplicar la ley del mbarete, del más fuerte, del más agresivo, del más garrotero, contra los ciudadanos indefensos, para presionar al Gobierno, tanto al Ejecutivo como al Legislativo, para concederles sus reclamos que hasta hoy son una incógnita, ni el Parlamento, según su presidente, ni el Ejecutivo, según el ministro de Agricultura, tenían hasta ayer los datos de los reclamantes: quiénes son, cuánto deben, a qué instituciones, por qué préstamos y para qué fines. En fin, las condiciones básicas para hacer un reclamo y justificarlo y documentarlo.

Los que salen con sus garrotes a asaltar al Estado, es decir, al pueblo paraguayo, con un chantaje de violencia no están reclamando derechos, sino chantaje político. Los garroteros no pueden imponer su estrategia de violencia. Dejar que triunfen es volver a los tiempos de la dictadura, en que la violencia imponía la ley del mbarete, a garrotazo sucio.

En fin, más que un reclamo para reparar, como ya se hizo con el actual gobierno hace un año, un chantaje: Estamos en época electoral y, la pretensión coyuntural es crear caos para perjudicar al oficialismo, así que es fácil presionar, chantajear.

Y aquí viene el problema más grave del país que en este período de democracia se está tratando de instalar en la modernidad; en período electoral vale todo. No importa el país, ni la institucionalidad, ni la economía que pueda beneficiar a todos los paraguayos. Importa la campaña electoral, por más salvaje que tenga que ser. Y los instigadores y financistas son identificables por su accionar público, desde donar algunas sumas de dinero para los protestatarios hasta, tal vez simbólicamente, repartir bananas del dirigente bananero "Pakova".

Ni el Ejecutivo ni el Legislativo deben dejarse chantajear.

Los interrogantes aquí son bien claros: a quién se va a condonar o subsidiar, por qué montos, por qué tipo de gastos, por qué cantidad de cada cual de los marchantes, datos que hasta ahora son desconocidos por las instituciones, por los medios de comunicación, por los ciudadanos que, al fin y al cabo, son los que terminan pagando los subsidios.

Efectivamente, se han hecho socorros de este tipo y deben seguir haciéndose en casos de emergencia, pero hay que saber a quiénes se subsidia, por qué gastos y por qué causas. Nadie sabe hasta ahora lo que están pidiendo los efrainistas y los aguayistas, los bananeros, salvo el monto, 34 millones de dólares, que tiene que pagar todo el pueblo paraguayo, que tiene el derecho a saber qué financia, a quiénes financia, porque la plata es de todos.

Los que salen con sus garrotes a asaltar al Estado, es decir, al pueblo paraguayo, con un chantaje de violencia no están reclamando derechos, sino chantaje político. Los garroteros no pueden imponer su estrategia de violencia. Dejar que triunfen es volver a los tiempos de la dictadura, en que la violencia imponía la ley del mbarete, a garrotazo sucio.

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