El discurso político, así como el papel, aguanta todo. Con estoicismo y paciencia tenemos que escuchar por estos días a históricos referentes de la política quejarse porque determinado candidato estaba afiliado a un partido y pasó a otro y ahora es probable candidato a presidente. Resulta que el mencionado hipotético candidato, Santiago Peña, es un reconocido hombre de Estado, con funciones anteriores en el Banco Central del Paraguay y luego como ministro de Hacienda, generando en ambas funciones el reconocimiento por su capacidad y probidad. Muchos de los que lo critican, sin embargo, son figuras desgastadas de la política, muchos sospechados o procesados por hechos de corrupción, eternos burladores de la Justicia en materia de impunidad y enormes beneficiarios de las políticas del clientelismo y el pokarê de un Paraguay que ya no resiste más saqueos.

Aquí es donde debe primar la conciencia crítica de los ciudadanos para separar la paja del trigo. ¿Qué preferimos? Un político cuyo único mérito ha sido militar por décadas en determinado partido, arrasando a su paso con la caja de las instituciones, empleando a amigos, parientes y amantes y burlándose de la Constitución; algún nieto de la dictadura, gozando de la fresca viruta de los recursos acumulados mediante el latrocinio sangriento y torturador; o un hombre público nuevo, sin el barro de la corrupción en la planta de los pies y con capacidades técnicas y gerenciales para avanzar sobre el futuro.

Es increíble la hipocresía con que se manifiestan muchos miembros de la clase política como si ellos fueran dueños de un futuro mejor, en tanto de lo único que han sido dueños hasta ahora es de un pasado de vergüenza. Y sinvergüenzas.

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Ojalá en todos los frentes surjan propuestas nuevas porque cuanto más alejados se encuentren de la vieja política más aptos estarán para seguir apostando a un proceso de renovación que la República pide a gritos. Pero no será fácil, porque incluso algunos de los partidos con ínfulas de prodemocráticos no han hecho sino transformarse en organizaciones familiares en los que los cargos de senadores pasan de esposa a esposo o nunca dedican algún esfuerzo a la renovación de sus estructuras, se establecen como "partido jára" y desde allí lucran permanentemente con los cargos electivos y las "oportunidades laborales" que ofrece el TSJE o las oficinas del Congreso "para los amigos".

Es natural que la postulación (aún cuando ella se encuentre en proceso de confirmación) de Santiago Peña genere estupor en propios y externos al Partido Colorado. Lo hipócrita y lo que nadie dice públicamente es que el problema no radica precisamente en que el mencionado político y ministro fuera previamente del PLRA o ahora milita en la ANR. Ese es un problema menor y todos lo saben. Lo que realmente provoca preocupación es que "gente como él" gane las elecciones y continúe asfixiando a la vieja política con las ideas de concurso de méritos y aptitudes para acceder a los cargos, o de transparencia o de buena gestión administrativa que impide a los punteros políticos llegar hasta la caja fuerte de las instituciones. Eso es en verdad lo que provoca esta crisis en la oposición interna y externa.

Ojalá las internas de los partidos políticos (al menos los pocos que producen internas reales en nuestro medio) se encuentren polarizadas por esta confrontación que actualmente se plantea: el continuismo versus la renovación. El continuismo es una apuesta al pasado. Es aquella fórmula que ha representado un inventario de todos los males del Paraguay desde la posguerra guasu y logró –con estupendo estado físico– saltar la valla de la transición y seguir vivito y coleando.

Ojalá todos los partidos y frentes políticos se animen en el 2018 a "refrescar" sus listas con nuevas figuras, ojalá deje de mancharse la expresión "tradición política" para esconder entre sus pliegues lo que verdaderamente se quiere representar: la praxis mugrosa y decadente del caudillismo, dueño de los bienes del Estado y en condición de administrarlos para beneficio de unos pocos y el hambre de muchos.

Ojalá el mismo clima y la misma "crisis" se viva en el PLRA y en los partidos progresistas. La "crisis" de ocasionar una gran tensión porque se enciende la mecha de una intención detonadora de la renovación de la gestión política y burocrática en el Paraguay. Ya no importa que finalmente los Santiago Peña o quien fuera que también represente renovación lograra o no el triunfo en las urnas, lo importante ya se habrá logrado, darle a los partidos tradicionales la oportunidad de respirar un aire nuevo.

Mientras tanto, gocemos con espíritu humorístico del testimonio de los consagrados lugartenientes de la vieja política cuando se escandalizan de una postulación renovadora y dicen –sin ruborizarse– que lo hacen en nombre de la patria. De la patria que ellos desangraron eternamente tendrían que añadir.

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