• Por Pablo Noé
  • Gerente periodístico GEN
  • pablo.noe@gruponacion.com.py

Quizá no lo notemos, pero siempre hablamos mucho de nosotros, y no nos damos cuenta de esto. Si hacemos el simple ejercicio de extraer los temas más comentados en la semana, podemos notar con extrema claridad la manera en la que configuramos la línea de pensamiento de nuestra sociedad, en donde la improvisación, el popular "peichante" es el pan nuestro de cada día.

Citemos algunos casos concretos. Los diputados y concejales de Asunción decidieron, por mayoría, honrar a un personaje que estará de visita en nuestro país en los siguientes días. Se trata del profeta nigeriano T.B. Joshua, que además de ser ciudadano ilustre de Asunción va a recibir la Orden Nacional al Mérito Comuneros en la Cámara Baja. Las virtudes para esta distinción no están suficientemente claras.

Para no entrar en discusiones teológicas estériles, partiendo de una mirada ciudadana, la duda que nos embarga es el proceso de decisión por el que estos representantes del pueblo optan por premiar a alguien que no pasa de ser un desconocido para el común de la ciudadanía. Sin mencionar los poderes mágicos que se le atribuyen, para evitar contaminar la presente reflexión, en este caso más que cuestionar los temas puntales que generan polémica, queremos destacar la forma inmisericorde en la que actúan quienes llegaron a un puesto gracias al voto de la gente, sin sopesar la consecuencia de sus actos. La decisión no pasa de ser un asunto antojadizo de una mayoría coyuntural a la que no le importa la población.

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En el mismo sentido, de improvisación, populismo y oportunismo, podemos situar el debate parlamentario sobre la ley de rehabilitación financiera para la agricultura familiar campesina. Es absolutamente imperdonable que en ambas cámaras del Congreso hayan dictaminado en favor de un proyecto de ley que no tiene sustento válido. Esta es la única lectura que podemos dar a la reacción de los legisladores, que sorprendidos por el veto del Ejecutivo, dudan en volver a votar en el mismo sentido, reconociendo así tácitamente, que no analizaron como corresponde la aplicación de una norma de alcance tan sensible para un porcentaje relevante de la economía local. Mínimamente, por coherencia, pudiéramos esperar que el contexto político no sea un factor demasiado preponderante en la decisión de los congresistas, sin embargo, es el que más peso tiene en las decisiones que adoptan.

El último tema es el de la disposición, tanto del Ejecutivo como el del legislativo municipal capitalino, de rescindir el contrato con la empresa Parxin, a la que se le había concedido el control y cobro del estacionamiento en una importante franja de Asunción. La ejecución de este acuerdo debía implementarse ya hace meses, pero la presión ciudadana que estaba disconforme con el acuerdo hizo retroceder a la comuna.

A pesar de la satisfacción que trajo aparejada esta medida, seguramente con mucha menor exposición mediática, en algún momento el contribuyente capitalino deberá resarcir a la empresa por la ruptura del contrato. Al margen de esta cuestión, lo grave vuelve a ser la manera en la que una institución de representatividad popular sigue tomando decisiones sin socializar como corresponde, acuerdos que van a cambiar radicalmente la vida de la gente.

En otro momento debemos dar el espacio que corresponde en este debate al silencio ciudadano, que es culpable por omisión y complicidad tácita. De todas maneras, este accionar vacilante ante los cuestionamientos, y sin sustentos sólidos por falta de bases argumentativas firmes, de los administradores de recursos públicos, es la prueba más clara de la informalidad con la que convivimos. Nuestros políticos, improvisados en muchas ocasiones, revelan lo peor de nosotros, que nos comportamos con una aldea mediocre, en donde la planificación y el pensamiento racional no tienen un lugar establecido.

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