• POR ANDREW ROSS SORKIN

El martes, los directores ejecutivos de las empresas públicas más grandes del mundo recibirán una carta de parte de uno de los inversionistas más influyentes del planeta, y es probable que el contenido de la misiva provoque una tormenta de fuego en las oficinas de los directivos de empresas en todas partes y un debate sobre la responsabilidad social que se extiende desde Wall Street hasta Washington.

Laurence D. Fink, el fundador y director ejecutivo de la firma de inversiones BlackRock, informará a los líderes empresariales que sus negocios deben hacer más que ganar dinero: también necesitan contribuir con la sociedad si quieren recibir el apoyo de BlackRock.

Fink tiene la influencia para realizar este tipo de demandas: su firma maneja más de seis billones de dólares en inversiones por medio de planes 401(k), fondos cotizados y fondos mutuos, lo cual lo convierte en el inversionista más grande del mundo, y puede influir enormemente en las votaciones que deciden si los directores se quedan o se van de los consejos de administración.

“La sociedad está demandando que las empresas, tanto las públicas como las privadas, tengan un propósito social”, escribió en un borrador de la carta, el cual me compartieron. “Para prosperar con el tiempo, cada empresa no solo debe cumplir con un rendimiento financiero, sino también demostrar que contribuye de manera positiva a la sociedad”.

Podría ser un parteaguas en Wall Street, uno que genere todo tipo de preguntas sobre la naturaleza misma del capitalismo. “Por supuesto que será el objeto de mucha controversia para grandes instituciones que invierten el dinero de otras personas”, afirmó Jeffrey Sonnenfeld, un vicedecano de la Escuela de Administración de Yale y experto en liderazgo corporativo. “Es insólito que un inversionista institucional tome esta postura con su cartera”. Sonnenfeld mencionó que no había visto “nada parecido”.

Como parte de una evaluación sincera de lo que está sucediendo en el mundo de los negocios –y tal vez en un intento por atacar disimuladamente a Washington al mismo tiempo–, Fink escribió que ha observado que “muchos gobiernos no se están preparando para el futuro, en asuntos que van desde las jubilaciones y la infraestructura hasta la automatización y el readiestramiento de los trabajadores”. Y agregó: “Como resultado, la sociedad está recurriendo cada vez más al sector privado para pedir a las empresas que respondan a los desafíos sociales más generalizados”.

Es un estribillo que se escucha cada vez más a menudo desde varios rincones de la comunidad empresarial, y de hecho el año pasado los líderes empresariales expresaron sus posturas en asuntos como la política migratoria, las relaciones raciales, los derechos de las personas homosexuales y algunos otros.

Sin embargo, que lo diga en voz alta el inversionista más grande del mundo –y que haya declarado que planea responsabilizar a las empresas– es un ejemplo vigorizante de la evolución de las corporaciones en Estados Unidos. Fink asegura que está asignando personal para monitorear la respuesta de las empresas; solo el tiempo dirá si BlackRock en verdad utiliza el peso de su firma para influenciar nuevas iniciativas sociales.

Parte del argumento de Fink se basa en el ánimo cambiante del país en temas de responsabilidad social. Fink afirma que, si una empresa no se involucra con la comunidad y tiene un sentido de propósito, “finalmente los actores principales le quitarán la licencia para operar”.

Las empresas suelen hablar de contribuir con la sociedad –en ocasiones sin descanso–, pero lo más común es que se considere un truco de mercadotecnia que tiene como objetivo generar ingresos o tranquilizar a las autoridades regulatorias.

La declaración de Fink es diferente porque, en este caso, su circunscripción es la misma comunidad empresarial. De alguna forma, lo enfrenta contra muchas de las firmas en las que ha invertido, las cuales consideran que su única labor es producir ganancias para sus accionistas, un argumento que adoptaron desde hace mucho tiempo economistas como Milton Friedman.

“¿Qué quiere decir que el ‘negocio’ tiene responsabilidades? Solo las personas pueden tenerlas”, escribió Friedman en 1970, casi de manera retórica, justamente en este periódico. “Los empresarios que hablan de esa manera son marionetas involuntarias de las fuerzas intelectuales que han minado la base de la sociedad libre las décadas pasadas”.

Hasta hace poco tiempo, era normal que las empresas como BlackRock fueran inversionistas pasivas y pusieran poca presión sobre los líderes de las empresas en las que habían invertido; de hecho, eran famosas por autorizar los planes de la gerencia sin realizar cuestionamientos. Los inversionistas activos eran los que buscaban que las empresas fueran responsables, ya sea haciendo campaña para propiciar un cambio o vendiendo sus acciones para expresar su descontento.

De hecho, Fink había denunciado a los accionistas "activistas" por prestar demasiada atención al corto plazo. "Si me preguntas que si el activismo daña la creación de empleos, la respuesta sería 'sí'", me comentó en el 2014. Ahora está cambiando de opinión.

En los últimos dos años, por ejemplo, BlackRock se volvió de manera discreta una piedra en el zapato para Exxon. En el 2016, la firma detuvo su apoyo a dos directores como una forma de protesta en contra de la política de "no participación", la cual impedía que los miembros independientes del consejo de administración se reunieran con los accionistas como Fink. Después, en el 2017, BlackRock apoyó una propuesta que hicieron los accionistas de mejorar la divulgación de información que tenía la empresa respecto del medioambiente, en parte porque la política de Exxon no dejaba que la firma tuviera conocimiento total de su estrategia a largo plazo y su exposición al riesgo.

La propuesta para divulgar información climática finalmente fue aprobada, y apenas el mes pasado Exxon accedió a publicar informes de impacto ambiental. Tal vez sea aún más importante el hecho de que Exxon también cambió su política de no participación y ahora permite las reuniones entre los accionistas y los consejeros independientes.

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BlackRock incluso ha comenzado a apoyar las campañas de los inversionistas activistas, aunque no lo ha divulgado. El año pasado, uno de sus fondos votó a favor del activista Nelson Peltz cuando este intentó reunir suficientes votos de accionistas contra Procter & Gamble. También votó a favor de Bill Ackman en contra de ADP. El año pasado, BlackRock votó a favor de las propuestas de los activistas en el 19% de las luchas por el control de la mayoría de votos y es probable que aumente esa cantidad.

En un giro sorprendente, incluso los inversionistas activistas se están involucrando en causas sociales. La semana pasada, Jana Partners y Calstrs, el inmenso sistema de jubilación de California que maneja las pensiones de los maestros de escuela pública del estado, escribieron una carta a Apple en la que demandaban que la empresa prestara más atención a los efectos nocivos que pudieran tener sus productos en los niños.

El director ejecutivo de Whole Foods, John Mackey, alguna vez se refirió a Jana como unos "desgraciados codiciosos" cuando la firma lo estaba atacando. No obstante, en esta ocasión Jana defendió la importancia de asuntos como la salud pública, la gestión de capital humano y la protección del medioambiente, y mencionó que "las empresas que buscan tener prácticas comerciales enfocadas al corto plazo podrían socavar su propia viabilidad a largo plazo".

"En el caso de Apple, creemos que están íntimamente ligadas la salud a largo plazo de sus clientes más jóvenes y la salud de la sociedad, de nuestra economía, y de la misma empresa", escribió Jana (una acotación: no queda claro por qué Jana eligió a Apple, si consideramos que tiene mejores herramientas para que los niños utilicen sus productos que cualquier otro negocio en la industria, pero me parece una buena idea en general que las empresas tecnológicas presten más atención a la salud de los niños).

En la carta, Fink tiene un punto a su favor al señalar que la reducción reciente de los impuestos corporativos podría sacar a relucir el tipo de inversionistas activistas que alguna vez denunció. "Los cambios tributarios envalentarán a aquellos activistas con miras a corto plazo a demandar respuestas sobre el uso de mayores flujos de efectivo, y las empresas que aún no han desarrollado y explicado sus planes tendrán dificultades para defenderse de estas campañas", mencionó.

A pesar de la insistencia de Fink en que las empresas beneficien a la sociedad, vale la pena destacar que no está restando importancia a los ingresos y, aunque es un punto sutil, cree que tener un propósito social está ligado de forma indisoluble a la capacidad de la empresa para mantener sus ganancias.

En el mismo tenor, Fink y Friedman no están tan alejados. "Puede convenir a los intereses a largo plazo de una corporación que es empleadora importante dentro de una comunidad pequeña dedicar recursos para ofrecer servicios a dicha comunidad o para mejorar su gobierno", escribió Friedman en 1970, y añadió que este enfoque podría facilitar la atracción de empleados recomendables junto con "otros efectos rentables".

No obstante, también agregó un poco de realidad al debate. En cuanto a la "aversión generalizada" por cosas como el capitalismo, las ganancias y la "corporación desalmada", mencionó que la responsabilidad social es "un medio que tienen las corporaciones de generar plusvalía como un producto derivado de gastos que están completamente justificados dentro de sus propios intereses".

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