• Por Antonio Carmona
  • Periodista

Lo que propuso el senador González Daher, acorralado de destitución, podría calificarse como lo que en ajedrez se llama un enroque, con cierta flexibilidad: lo que el senador oficialista plantea es que entregará su cabeza, siempre y cuando sea a cambio de la de Calé Galaverna… aunque hay cierta disparidad, ya que el primero es apenas un peón –no se podría decir ni siquiera una torre, en su movimiento, mientras que el segundo es la cabeza– a veces visible, otras, invisible; a veces coronada, otras a la intemperie, de su movimiento. Es decir, que en el intercambio de escaques no hay paridad como para equilibrarlo: más bien pareciera que el primero quiere escaquearse, en el otro sentido de la palabra: Eludir su cadalso; reclamando a cambio una figura de más peso y movilidad, en términos del ajedrez que, parece, que los legisladores han aprendido, más mal que bien, en el ajetreo más que confuso y bamboleante de la política parlamentaria nuestra de cada día… es decir que, en la práctica, todos quieren jugar de rey y, de rey para abajo, ninguno, con tal de conseguir y asegurar el cargo a cualquier precio, aunque sea el de atropellar la institucionalidad, aferrados más que al debate, al tiroteo, y, más precisamente, parafraseando a un célebre comisario de campaña, a los "tirotazos que suelen producir ciertos abochinchamientos" más dignos de un kilombete que de un foro.

Es decir que dentro de cierta política kachiãi en la que prima el claquismo coyunturalista, el ñandekuete del pacto del momento, ya que no existe ni la institucionalidad partidaria ni la de las afinidades políticas o ideológicas…apenas la junta coyuntural de acuerdo a intereses veleteros.

No hay institución, ni institucionalidad ni institucionalistas, es decir, ni parlamentarios, ya que no hablan ni actúan en pro de los intereses que representan

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Hasta podría hablarse de llegar al "senadoricidio".

Ya se vio en el caso Nicanor senador, quien, pese al fallo favorable de la Corte Suprema, reconociéndole el valor del voto popular, fue marginado por los mismos senadores, sin mucha protesta de sus propios correligionarios, cometiendo un "electoricidio" y, de paso, una violación constitucional al ignorar el fallo de la Corte. Ya se sabe que la ley del ñembotavy es una de las pocas que rige plenamente en el Paraguay.

Hoy se plantea el debate pretendiendo hacer un enroque por partida doble, contra Cartes y Nicanor, poniendo en juego el valor de los votos, con base en una peregrina lectura de un párrafo constitucional, atizando el fuego con la verba y la tinta de los devotos de la Constitución, siempre y cuando se acepte la "constitucionalidad" que ellos dictaminan. Es decir, no la que dicta la Corte, sino la que dictan los interesados convertidos de facto, por motu proprio, es decir, porque les canta, en Corte Suprema.

Aunque la Constitución es clara: las disputas sobre constitucionalidad o inconstitucionalidad se dirimen en la Corte Suprema y en ninguna otra instancia. Pero el veredicto so'o ya fue dado para anular el de la Corte; y no hace tanto tiempo como para haberlo olvidado, salvo que se considere la "jurisimprudencia" de los hechos y deshechos consumados dejando en claro quiénes son los violadores de la Constitución: quiénes se proclaman sus dueños y señores, manejando las reglas del juego a conveniencia y con mucho lata pararã en vez de argumentos.

Hay que tratar la constitucionalidad donde corresponde. En la Corte, fuera del ajedrez fulero de la politiquería, del bullicio de las redes y la prensa so'o.

Será justicia.

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