• Por Antonio Carmona
  • Periodista

Se vuelve cada día más común y corriente que billete de cinco guaraníes, que trapo de cuidacoches, últimamente hasta de cuidamotos y cuidabicicletas, que los periodistas, con gran destaque en los medios respectivos, condenemos a políticos, profesionales de todos los rubros, ciudadanos comunes involucrados en hechos controversiales cotidianos, desde accidentes de tránsito en adelante, culpables con nombres y apellidos sin mirar a quién, y antes de que haya partes policiales serios, entrevistando a policías en medio del bolonki más escandaloso de la madrugada, más confundidos que jagua en canoa, sin más información que chismes del vecindario madrugado, mucho menos, informes serios, oficiales o extraoficiales, y mucho menos aún, fallos, sentencias o condenas del Poder Judicial.

Es decir, declaramos y exhibimos al "delincuente" de turno, a menor escala, pero mucho más a gran escala, cuando se trata de un personaje público de cierta alcurnia aunque sea policromada. Y mucho más, y esto es mucho más grave si se trata de un enemigo declarado o posible del medio emisor, para quedar bien con los mandamases o con los aliados de turno.

Son cada vez más rimbombantes y catástrofes los títulos denunciantes, dictando sentencia, condena e incineración por el resto de la historia, con argumentos, más o menos sólidos o falaces, de acuerdo a las capacidades investigativas y jurídicas del denunciante; generalmente precarias, acorde con la preparación del profesional que no ha sido formado para ejercer justicia ni tiene el tiempo disponible para razonarla; lectores apurados de pasillo, generalmente de leyes condenatorias, e ignorantes de códigos y procedimientos, y nada capacitados para diferenciar deberes y derechos, para mantener el debido respeto con los procedimientos de la Justicia, en vez de a las demandas de los ávidos consumidores de noticias altisonantes y escandalosas, y menos aún de jefes con avidez de fuertes titulares; el periodista profesional debe saber que la información debe ser rápida y seria y la Justicia, seria y cautelosa; estamos confrontados, aunque estemos ligados inexorablemente por el correr de los acontecimientos cotidianos, los unos y los otros, policías, jueces, abogados; en nuestro caso más, por la premura que exige la información y el posible informado, con más atención a la demanda de "carne fresca", por el reclamo urgente y, con frecuencia, ávido, de consumidores de noticias macabras con música dramática de fondo, patrocinado por vendedores de pescado podrido fácil y seductor por el hedor a infamia.

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Pero es mucho más grave si el redactor de turno tiene cierta formación o suficiente verborragia para argumentar y sentenciar condenas.

No es el oficio del periodista, que se atribuye poderes públicos ajenos y para los que no está preparado ni moralmente autorizado.

Nuestro oficio es investigar e informar con la mayor imparcialidad y ecuanimidad posibles, con la mayor veracidad y ajuste a los acontecimientos exigida por el oficio para publicar información veraz y no escándalos ni, mucho menos, escandaletes.

Ya lo escuché, así que es lo primero que me van a decir, que la falta de eficiencia, de confianza, de celeridad y de de sentencia del Poder Judicial crea un gran vacío en la opinión pública, por lo que, no sé a cuento de qué regla de tres o de cuatro, nosotros, trabajadores de la prensa, expertos en buscar informaciones y publicarlas con la mayor seriedad y objetividad posible, nos hemos tenido que convertir en jueces y emitir sentencias y hasta condenas de ciudadanos, y publicarlas en la primera plana de periódicos, micrófonos y pantallas, con gran destaque y reiteración, si es necesario o si no hay otro escandalete más novedoso a mano.

Recuerdo que Néstor Romero Valdovinos nos contaba, retornado del exilio en Buenos Aires, a los novatos del oficio, que en el sensacional y sensacionalista diario Crónica de aquellos tiempos porteños, los cronistas de policiales recibían más créditos si llevaban al delincuente detenido hasta la central de policía. Memorias de un gran cronista, de un gran fabulador, de un gran poeta.

¿Se justifica la autoproclamación de facultades judiciales a la falta de eficiencia, la excesiva lentitud y la tolerancia para con los poderosos de la Justicia, o nuestro trabajo es el de informar sin tanto entusiasmo desbordante y sangriento, con rigor que de más equilibrio y credibilidad a la información? Es un tema obligado para reflexionar. Será justicia.

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