• Por Alex Noguera
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Vestido de añejo polvo blanco y delicado encaje de arañas, el viejo arcón dormía recuerdos. Dentro guardaba historias tan antiguas y secretas, que nadie sabía ya si eran ciertas o producto de la fantasía propia de los personajes que se convierten en leyenda.

Una de ellas, muy íntima, es entre padre e hijo, que resultaron grandes novelistas. Los dos se llamaban de la misma manera: Alejandro Dumas. El padre destacó con sus obras "El conde de Montecristo" y "Los tres mosqueteros"; el hijo no fue menos y concibió "La dama de las camelias".

Ambos eran parecidos en muchos aspectos y era frecuente verles pasear su figura por las iluminadas calles de París, durante la centuria de 1800. No solo eran padre e hijo, sino colegas y hasta compinches de travesuras.

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Cuentan los memoriosos que en cierta ocasión, luego de una dura jornada de fiesta, con el espíritu abierto y la franqueza laxa, el hijo le reclamó al padre que ya estaba cansado de que siempre le diese "sus zapatos nuevos y sus mujeres viejas", y que sería justo que de vez en cuando ocurriera al revés.

Y es que el padre, como viejo avezado en cuestiones mundanas y sabedor de todos los corredores de la vida, hacía que su hijo calzase los zapatos nuevos para que los ablande y no le lastimaran a él los pies y recién luego poder usarlos cómodamente. Alejandro Dumas padre alzó la copa y brindó por la audacia del hijo y le respondió que en adelante ya no le daría más sus zapatos nuevos y que cuando quisiese podría usar los viejos.

En cuanto a las mujeres, con una palmadita cariñosa en el hombro, le contestó: "Nunca vamos a pelear por mujeres". Y así, padre e hijo vivieron amigos, disfrutando de zapatos y de mujeres, de vinos y de fama, hasta que uno se despidió en 1872 y el otro en 1895.

Algunos consideran esta historia de libertinaje como una ofensa hacia las mujeres, a las que trataban como objetos, a tal punto de que se las "prestaban luego de usarlas". Para otros, sin embargo, la curiosa relación entre los Dumas es una profunda enseñanza de hasta qué punto el amor entre padre e hijo puede más que los celos por alguna mujer.

De cualquier modo, desde esa época a esta ya transcurrieron más de 150 años y a veces los cuentos del viejo arcón ya no son tan fiables como antes.

Otras historias, que son muy reales y que nos afectan directamente a los paraguayos como sociedad, son las espeluznantes cifras de feminicidio que aumentan inexorablemente cada año. Según datos oficiales brindados por el Ministerio de la Mujer, en los años 2014 y 2015 se registraba un caso de feminicidio cada 14 días, es decir, que en esos dos años fueron asesinadas 52 mujeres, 26 por cada año.

La estadística empeora notablemente en el año 2016, ya que la cifra oficial da cuenta de que se produjo un crimen de estos cada 9 días. Según las matemáticas, ese cálculo arroja casi 41 mujeres asesinadas en el 2016.

Y aunque no parezca posible, el 2017 viene peor puesto que en los primeros 6 meses del año se cometieron 23 presuntos feminicidios, con un promedio de un caso cada 6 días.

La explicación de muchas de estas muertes son los celos, hombres que sospechan o comprueban una supuesta infidelidad y en un momento determinado creen que matando a la mujer solucionarían su dolor. Y sin embargo, tras el hecho y luego de tomar conciencia de la atrocidad del crimen y de la imposibilidad de volver atrás sus actos, se echan a llorar arrepentidos.

¿Qué le hace pensar al hombre que tiene derecho a quitarle la vida a una mujer porque esta no lo quiere? ¿Qué le hace creer que matándola se sentirá mejor? ¿Cuál es la solución para que estas cifras no sigan avergonzando a nuestra sociedad? ¿Educación? ¿Conciencia? ¿Castigo? ¿Una nueva forma de ver el mundo como los Dumas? ¿Lapidar a la mujer adúltera como en Oriente?

Según la definición, el feminicidio es un crimen de odio, que consiste en el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer. ¿Qué pasa en Paraguay? ¿Acaso los hombres no recuerdan el amor con el que los amamantaba su madre, que era mujer? ¿O esa caricia tan desinteresada cuando más necesaria era? También fue de una mujer.

Posiblemente el crimen de la sexagenaria Mónica Cáceres de Paredes, ocurrida el miércoles último, no entre dentro del concepto de feminicidio, pero también avergüenza. No sé, pero creo que esto ya es demasiado. Dicen que fue para robarle tres ovejas.

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