• Por Pablo Noé
  • Gerente periodístico GEN
  • pablo.noe@gruponacion.com.py

El éxito es apetecido porque es difícil lograrlo. Los seres humanos ansiamos alcanzar la gloria por la satisfacción que la misma entrega y nos quedamos admirando a aquellos que la obtienen. En algunos casos intentamos imitarlos, siguiendo su ejemplo; o bien suspiramos ilusionados de conseguir en algún momento de nuestra existencia parte de esa conquista.

Otra dimensión de la victoria es que no está al alcance de todos. Muchos quedan a pasos de la misma. Están los ganadores y los perdedores.

Eso sí, quedarse a metros de la cima en ningún caso implica despreciar el esfuerzo realizado. Al contrario, valorar la voluntad puesta en un emprendimiento también tiene que ver con realizar un balance en donde se analice lo que no se hizo bien o lo que faltó para que el resultado sea óptimo, es decir, el triunfo anhelado.

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El desafío, entonces, pasa por absorber la amargura de la decepción, levantarse superando la tristeza y seguir adelante. Uno de los conflictos más difíciles para conseguir rebasar esta etapa de asimilación del fracaso y transformarlo en una fuerza que impulse un cambio para mejorar, son las barreras mentales que nos ponemos las personas. Con diferentes objetivos; o para intentar pasar el mal rato, o por fanatismo, o por carecer de capacidad de autocrítica, o por muchos otros factores.

Lo que necesitamos es derribar estas restricciones en el pensamiento que nos ponemos. Ejemplos de estos casos son diversos. Si llegamos a una instancia importante, ya nos conformamos con participar, una forma sublime de justificar la derrota. Ante el fracaso lo primero que sacamos a colación son nuestros defectos. Somos pobres, tenemos hambre, nadie nos valora, etcétera, excusas perfectas para tranquilizar el dolor de un sueño truncado. El siguiente paso, prácticamente instantáneo, es salir a celebrar el fracaso, enarbolando la bandera de la mediocridad.

Quizá el razonamiento pueda sonar algo duro. Sin embargo no encuentro otra manera para intentar despertar del letargo a un pueblo como el nuestro, que históricamente sufrió la opresión del silencio obligatorio. Que por tantos maltratos y mentiras que tiene que enfrentar cotidianamente, ya asume que su rol es el de segundo plano. En donde creemos que todos nos desprecian, y nosotros mismos ya nos sentimos inferiores.

Somos conformistas y no tenemos que ser así. Conformarnos con lo que está a nuestro alcance es limitar nuestra posibilidad de llegar a la victoria. El "así nomás luego es" nos hace mucho daño. ¿Por qué no hay medicamento en el centro de salud? "Así nomás luego es". Tal político de X partido fue denunciado por corrupción "así nomás luego es". El técnico prometió arreglarte tu tele pero no anda "así nomás luego es". Nos quedamos en el molde, no reaccionamos, nos acomodamos en ese maldito segundo plano y desde esa cálida posición buscamos todo tipo de excusas que anestesien nuestras existencias.

Sin despreciar lo que hicimos, ni los méritos alcanzados, es tiempo que de una buena vez por todas los paraguayos comprendamos que si somos ambiciosos, trabajamos seriamente, planificamos nuestras acciones y utilizamos adecuadamente nuestros recursos, llegaremos mucho más lejos, venceremos, seremos mejores. Es verdad; tenemos una infinidad de limitaciones, aunque las mismas no son excusas para explicar nuestro fracaso o conformarnos con lo poco que se obtuvo. Los problemas son barreras que debemos ir superando sólidamente para alcanzar el éxito. Son pequeños triunfos que nos ayudarán a alcanzar la meta con más fuerza aún.

Mientras sigamos mirando la miseria en la que nos encontramos, tendremos a disposición una infinidad de elementos para anestesiar nuestras vidas, explicando derrotas. El día que levantemos la mirada hacia el horizonte y nos pongamos objetivos más lejanos, comenzaremos el dulce camino hacia el éxito, de intentar superarnos y ser mejores.

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