• Por Alex Noguera
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Al iniciar la semana nos desayunábamos con la noticia de que al jugador paraguayo Pablo Aguilar le habían cambiado la sanción de 10 partidos y le daban un año de castigo. Su pecado fue haberle dado un cabezazo a un árbitro.

Sin entrar a polemizar si fue o no un cabezazo –ya que apenas rozó al soplapitos–, o de si es justo o no el hecho en sí, o si es poco deportivo o totalmente antideportivo, queda la reacción de un hombre ante una situación que considera injusta.

Por mi parte, yo esta semana debía entrevistar a un médico en un sanatorio, así que llamé antes y pregunté a qué hora atendía. Me dijeron que a las 9:00, así que desde las 8:45 ya estuve esperando al profesional. Varias personas estaban antes. Conversaban. Se contaban sus dolencias, comparaban dolores y medicinas, todo normal.

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Pero de pronto uno mencionó que para ser atendido lo antes posible había llegado hacía dos horas. El interlocutor felicitó a su colega paciente y le contestó que él también había madrugado, que había viajado en colectivo y que se había despertado a las 5:00 para llegar a las 7:30. Ambos miraban el reloj. Eran las 9:30 y el médico no llegaba. Entonces se presentó la enfermera, desllaveó el consultorio y luego de encender el aire nuevamente cerró la puerta.

Tuvieron que pasar otros 30 minutos para que el doctor apareciera con cara de trasnochado. Encima de mal humor. El primer paciente murmuró que eso era normal, que el galeno siempre hacía esperar a sus pacientes.

El otro contestó con el mismo volumen de voz –para que no lo escuchara el recién llegado– que el médico se parecía al árbitro Fernando Hernández, a quien Aguilar había propinado el cabezazo. ¿En qué se parecen?, preguntó el ahora compinche a su interlocutor. ¿No te das cuenta? Viene una hora tarde, nos tiene injustamente murmurando porque si nos escucha puede sacarnos la tarjeta roja y entonces va a ser peor.

Encima, debería honrar su guardapolvo blanco (como el juez de negro) y respetar a sus pacientes y no robarles vida, es decir sus minutos, su tiempo. En el caso del que hablaba se comprendía, porque era una persona de la tercera edad. El otro no entendió muy bien porque era joven y le quedaban muchos años de vida.

Él no es consciente de que para que yo estuviera aquí a las 9:00 –hora en que debe empezar a atender– ya invertí cuatro horas previas. Esas no le reclamo, pero sí por hacernos esperar una hora después de lo debido. A mí me robó una hora y a vos también. Son dos horas, ¿pero cuántas sumarían si tenemos en cuenta a cuántos roba cada semana? Nos roba la vida. Es como para darle cabezazos.

Mi papá una vez me dijo que si yo dormía 8 horas al día, al llegar a los 60 años, lo que representa un tercio de mi vida, habría dormido 20 años, apoyó el más joven. El viejo se sorprendió como calculando mentalmente cuántos años se los había pasado durmiendo. Como excusa explicó que los maduros –dijo maduros y no viejos– duermen menos que antes.

Si es por eso, cuántos años de vida nos robaron estos parlamentarios, se quejó en tono confidente "el amigo". ¿A qué te referís?

¿No te das cuenta? Se pelean, se pelean, ¿pero qué hicieron en los últimos 20 años? Tienen listas cerradas, ellos nomás entran otra vez o sus partidarios brutos. Hasta Herken les llamó cretinos. No son cretinos, sino muy inteligentes. Por ejemplo, ¿vos creés que ellos tienen que hacer fila para ir al dentista que nosotros les pagamos a ellos y a su manga de cortesanos? ¿Cuándo fue la última vez que vos fuiste al dentista? La respuesta fue: No me voy al dentista porque no tengo plata.

El golpe fue duro. Quedaron en silencio dos infinitos minutos, mientras un vendedor ofrecía su cocido con chipa.

En mi trabajo también tengo uno de estos ladrones de tiempo, reanudó el más joven. Siempre llega tarde y como se hace la estrella porque no podemos empezar a trabajar sin él, a todos nos roba minutos. Y claro, como empezamos tarde, también salimos tarde. En vez de estar con la familia, debemos esperar a que el señor se disponga a trabajar.

¿Es el jefe o que? -indagó el venerable. ¡Nooo! Ojalá fuera. El patrón no sabe de esas cosas. Él vive en otro mundo. Lo que pasa es que este personaje tiene fuero sindical y casi no hace nada. O sí, roba vida ajena. Cada día nos quita un poco de la nuestra a cada uno.

Cuando "el maduro" abrió la boca para apoyar al infortunado compañero que confesaba su estrecha billetera de tiempo, la puerta del consultorio se abrió con su hálito helado de aire acondicionado y su aroma de café.

Eran las 10:24 de la mañana. Casi una hora y media había robado el cobarde. Todos bajaron la cabeza.

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