Por AUGUSTO DOS SANTOS
Periodista

Trascurrieron 40 años desde la muerte de Ramón Bogarín Argaña, quizás el pensamiento más lúcido del siglo XX de la Iglesia paraguaya. Hoy, a 25 años de la transición, tanto progresistas como conservadores solo han exhibido algunas buenas intenciones y una fuerte ausencia de talento y creatividad.

La Iglesia Católica siempre supo estar rodeada de controversias. De hecho, es de un reduccionismo amateur compararla en un contexto histórico con las demás (Anglicana, Bautista, y las sectas) porque –con sus luces y sombras– la Iglesia Católica fue la que formó la mismísima cultura fundacional de las naciones del continente. Eso sí, están cada vez más lejos los tiempos de sus liderazgos carismáticos y sabios. La Iglesia paraguaya de hoy es una caricatura de aquel paisaje.

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Esta semana conversábamos con amigos sobre Secundino Núñez, de las últimas figuras fulgurantes que emerge de la Iglesia para establecerse en la civilidad con su impronta de serenidad, sabiduría y ética. Pero, además de ello, con un aporte a la rigurosidad en el pensamiento que hoy en día está tan extinguido como el tigre de colmillo largo.

Recordaban con cierto humor cómo don Secundino (ex obispo, luego senador de la Nación) aún en detalles se consagraba a lo suyo con aquello que hace que los esfuerzos sean infalibles: la aplicación extrema. En este capítulo se hacía memoria sobre el deambular de Núñez por las librerías para adquirir cuatro o cinco libros nuevos para su gigantesca biblioteca, solo porque debía preparar un comentario para el matutino Abc Color en esa semana y necesitaba ponerle substancia a cada línea. Lejos del saber "wikipediático" que preside nuestros días.

Los exabruptos que presiden los discursos eclesiales en este último lustro hablan a las claras de una inmensa necesidad de pegar el oído al mensaje renovador del papa Francisco al que todos escuchan, asienten, pero están lejos de emular. Sin embargo, también es cierto que las ausencias no solo son de actitud sino también de aptitud, lo cual queda claro ante las crecientes imposibilidades de hallar testimonios de profundización confiable en los liderazgos del presente

Basta recordar los comentarios cuasicrueles del obispo de Caacupé al respecto de las comunidades LGBT o el deplorable mensaje del obispo Valenzuela que reducía a la dimensión de "una piedrita" un escándalo sexual. En concreto, no se trata solo de una creciente ausencia de una interlocución decente con el universo, sino de un concreto vacío de "clase" en la resolución de los asuntos.

Es solo una anécdota, pero vale recordar a aquel niño que fue hasta Caacupé a obsequiar un gallo al Papa, en un gesto que debía consagrarse al mundo como la unión tierna entre la candidez infantil y el anhelo de una nueva Iglesia. Pero lejos de ser así, el Obispado comunicó días después que el gallo fue consumido en un vori vori de sus sacerdotes.

La mínima carencia de imaginación para construir una iglesia creativa que se monte y "surfée" en las olas de los nuevos tiempos, tan desafiantes y cambiantes, no es sino la radiografía de un modelo que confunde incapacidad con actitud conservadora. Porque ese es el punto. Oponerse a una iglesia progresista (de cuyas debilidades también hablaremos) no supone volver a las cavernas sino debería haber concitado competir en proximidad, en caricia al mundo doliente, en pasión por los que sufren, como lo demuestra todos los días, por ejemplo, la obra del padre Trento.

Aquí no debería estar ausente que este lapsus de conservadurismo grotesco surge como respuesta a una crisis erupcionada por "otra iglesia" de "otro extremo", cuyo capítulo previo se da con la renuncia al Obispado de San Pedro de Fernando Lugo a consecuencia de una serie de cuestionamientos con que cargó su episcopado.

Mirando en perspectiva, el mar de fondo de la mutación que ha estado viviendo la Iglesia desde los albores de Medellin hasta hoy –como en muchos otros sitios–- ha sido un retiro paulatino del pensamiento progresista, fundamentalmente el basado en la teoría de la liberación, de los cargos jerárquicos en un proceso que ya empieza con Juan Pablo II y termina de construirse con Benedicto XVI.

De hecho, una iglesia basada en la teoría de la liberación, hoy en día, sería un despropósito, atendiendo que los pueblos ya fueron "liberados" de procesos políticos opresores y pueden decidir libremente su destino, aun en sus imperfectas democracias.

Un preciosista saldría a decir aquí que "la liberación" no se refiere solamente a soltar las amarras de procesos políticos dictatoriales y oprobiosos, sino también de estructuras económicas injustas, por ejemplo. Sin embargo, queda claro que el objeto de la liberación, doctrinariamente, ha sido la persona humana y su posibilidad de reproducir su proceso en comunidades. En este marco, no hay dudas que en América Latina, al menos, los pueblos, bien o mal, eligen sus autoridades y consecuentemente sus formas de desarrollo económico y sus promesas de bien común.

Es por ello que los procesos de "rebeldía" tan propios de la teología de la liberación y tan adecuados en una dictadura terminan siendo un caldo difícil de digerir en democracia, como lo sería una guerrilla marxista (EPP y afines) a 25 años de apertura del proceso democrático.

Obviamente, en el hemisferio progresista de la Iglesia paraguaya también –como en el ala conservadora- ha faltado talento y creatividad desde la desaparición de pensamientos cumbres como Ramón Bogarín Argaña y en muchos casos, ya en vísperas del nuevo milenio se han pretendido replicar experiencias que fueron gloriosas en tu tiempo (Ligas Agrarias Campesinas, por ejemplo), pero que ya resultaban utópicas (por el concepto de ubicación exótica) en los tiempos de la globalización y el internet.

Ramón Bogarín Argaña (fallecido en 1976) ha sido uno de los pensamientos más luminosos de la Iglesia paraguaya, aun con más lucidez que su ilustre tío, Juan Sinforiano Bogarín, siendo uno de sus postulados –justamente– que todos los procesos eclesiales de impacto social deben conjugarse en futuro.

"Nada debemos hacerlo por tradición, o porque alguna vez se hizo de esa manera, aun si ello hubiera dado resultado", pensaba Bogarín para sus auditorios de Roma, Medellín, Estados Unidos, Venezuela, Peru y allí donde era invitado a pronunciar sus famosas conferencias. Fue un núcleo de pensamiento prominente de la Iglesia, cuyo último liderazgo jerárquico extraordinario muere con Ismael Rolón, posiblemente.

Los últimos 25 años ya son conocidos, un relumbrón progresista vinculado a la apertura de las libertades públicas y multiplicado en la potencia de la Iglesia protagónica en la caída de la dictadura con Ismael Rolón, Maricevich, Mario Melanio Medina, por citar algunos, y luego el surgimiento de otra iglesia, ubicada en las antípodas conservadora, pero con la misma capacidad de cometer errores durante la transición que su contracara progresista.

A veces, sin embargo, se escucha una homilía del jesuita Alberto Luna para insinuarnos que existe una nueva generación de líderes eclesiales que está naciendo y busca su lugar en un momento difícil.

Esta ida y vuelta en solo 25 años en la jerarquía de la Iglesia paraguaya quizás sea, al igual que la falta de talento, las razones que explican que en una conferencia llamen insignificante piedrita a la acción de imputado por abuso sexual o que el obispo de la curia más popular sostenga que los jóvenes que se tatúan arderán en las llamas del infierno. Puede que no sea un problema doctrinario, puede que sea, esencialmente, un asunto de mediocridad. Capaz que requieran una cátedra de Francisco.

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