Alison Wood Brooks

En sociedad, a menudo juzgamos a las personas basándonos en pequeños detalles de su comportamiento. Por ejemplo, podemos evaluar la confianza, la competencia y hasta el estatus de una persona basándonos en el éxito de una sola broma. Fíjese en estos dos tuits:

"Primer día completo como Twitter COO mañana. Tarea # 1: socavar CEO, consolidar el poder". -Dick Costolo, la noche antes de unirse a Twitter como director de operaciones

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"Voy a África. Espero no contraer SIDA. Es solo una broma. ¡Soy blanco!" -Justine Sacco, antes de abordar un vuelo a Sudáfrica.

Un año después de que Costolo compartiera en Twitter su "plan maestro", se convirtió en realidad en el CEO de Twitter. Un día después de que Sacco publicara su tuit, fue despedida de su trabajo como representante de relaciones públicas de IAC. La historia de Costolo muestra los beneficios del humor para escalar la escalera corporativa, mientras que la de Sacco revela los riesgos. ¿Por qué algunas personas lo hacen bien y otros fallan miserablemente? ¿Vale la pena el riesgo de apelar al humor? En una serie de estudios experimentales, mis coautores y yo examinamos cuándo y cómo el humor se cobra sus costos y cuándo confiere beneficios.

Hicimos una serie de estudios para investigar los efectos de contar chistes en un entorno profesional. En primer lugar, reclutamos 166 participantes para presentar testimonios de un servicio ficticio de eliminación de desechos orgánicos de mascotas en patios y agregamos dos asistentes de la investigación con testimonios ya preparados. El primer presentador siempre leía un testimonio serio, pero el segundo alternaba entre un testimonio serio agregándole: "Muy profesional. ¡Después de limpiar el popó, ni siquiera se molestaron cuando se enteraron de que no tengo una mascota!"

Luego se pedía a los participantes que evaluaran los testimonios y a los presentadores. Encontramos que el segundo presentador fue percibido como más competente, más confiado y considerado como me mayor estatus al presentar el testimonio que incluía la broma.

A pesar de estos hallazgos, uno podría imaginar un escenario en el que un chiste fracasara. ¿Los chistes malos también aumentan el estatus? En un segundo estudio, los participantes que dijeron un chiste poco exitoso no fueron percibidos como peores que los participantes que dieron una respuesta seria y decir un mal chiste en realidad aumentó las percepciones de confianza del entrevistado.

A partir de la controversia de Justine Sacco, investigamos un escenario en el que una broma es a la vez antipática e inapropiada. En dos experimentos, encontramos que los cajeros que hacen bromas inapropiadas eran percibidos como más seguros que los que respondían seriamente. Sin embargo, los cajeros que gastaban bromas inapropiadas eran percibidos como menos competentes que los que respondían seriamente, incluso cuando la broma era divertida.

Nuestras conclusiones tienen tres amplias implicaciones para los posibles cajeros a quienes les guste contar chistes:

Primero, no tenga miedo de un fracaso. Los malos chistes, siempre y cuando sean apropiados, no perjudicarán su posición social ni afectarán su imagen de profesional competente en la gente.

En segundo lugar, es casi siempre aconsejable contar un chiste apropiado. Le hará parecer más confiado, más competente y con mayor estatus.

Por último, no cuente chistes inapropiados. Incluso cuando se logran que tengan éxito, no confieren un impulso a su estado percibido o a su competencia. Cuando no tienen éxito, pueden hacer un daño serio a usted y a su carrera.

(Alison Wood Brooks es profesora asistente en la Escuela de Negocios de Harvard).

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