Escribía Fulgencio R. Moreno en su clásico estudio La ciudad de Asunción, cuya primera edición se publicó en 1926: "Y fue así como el Cabildo de la Asunción pudo comprobar una vez más que las aguas, que eran bendición de la ciudad así corrieran a sus pies como viniesen de arriba, y constituían entonces (como constituyen hoy) su poderoso elemento de comunicación externa, de limpieza, higiene y salubridad pública, eran a la vez los agentes más activos de los estragos municipales, el origen secular de sus afanes sin términos. Y pudo, sobre todo comprobar que, para luchar contra ellas, no había más remedio que sustituir el régimen del palo y del adobe por el de la piedra y el ladrillo…", habla después de que "a los rollizos y tirantes de laurel o urunde'y remplazaron la piedra, la cal y el ladrillo en los arreglos de las calles y las defensas de las barracas…".

El lúcido intelectual, que habla también de la furia de las aguas, de abajo y de arriba, de las crecientes y de las tormentas, hacía estas reflexiones analizando los problemas naturales que afectan al país, contrastando la bendición con la maldición de las aguas, hace casi un siglo, dejando groseramente de manifiesto nuestra incapacidad de aprender a aprovechar los beneficios de la naturaleza y prever y paliar los perjuicios que causa cuando anda descontrolada.

La fuerte tormenta del domingo nos puso otra vez en el tapete el problema que se repite con tanta frecuencia, desde hace tantos años. El análisis del brillante intelectual que analizó a fondo la independencia del Paraguay, y fue uno de los defensores fundamentales de la defensa de los derechos del Paraguay sobre el Chaco, nos pone ante otra paradoja también: la de la desidia política para administrar el país y tratar de superar sus problemas y aprovechar sus oportunidades.

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No es solo un problema de la dirigencia, sino que la incapacidad de administración de sucesivas dirigencias, desde que Moreno escribía este análisis hasta nuestros días, para establecer políticas públicas y comprometer en ellas a la ciudadanía.

Si algunas de las imágenes, tal vez desgastadas por la suma frecuencia con que se repiten en las gráficas de los diarios y las pantallas de televisión, son más tremendas por los daños causados, avenidas convertidas en ríos, puentes destruidos, casas arrasadas por la potencia de las aguas convertidas en vertiginosos raudales, las más patéticas son las que registran como empresas y ciudadanos aprovechan los tormentosos raudales para deshacerse de la basura y enviársela a los demás, a la ciudad, a las ciudades, al país.

Es una práctica tan deleznable como terrorífica; la absoluta irresponsabilidad cívica de ciudadanos, el desprecio al bien común, por la comodidad mínima de sacarse la basura de encima, justificándose, con cierta e irresponsable frescura, en que las autoridades no llevan la basura con la frecuencia necesaria; amparadas las autoridades en que, pese a las promesas de campaña, no cuenta con el presupuesto y los recursos necesarios para hacer el trabajo que habían prometido hacer como candidatos.

Sucede en gran parte lo mismo con la quema de basuras urbanas o con la limpieza a fuego de campos, sin considerar los daños que van a provocar.

Y no hacen falta tormentas para que numerosas empresas, tal cual los particulares, pero con mayor volumen y responsabilidad, arrojen los desperdicios industriales o los productos químicos peligrosos a los cauces de arroyos y ríos, destruyendo sistemáticamente el entorno. Y terratenientes que queman bosques y hasta sintierras que ocupan predios con el único objetivo de deforestar, vender la madera y andar después con su ocupación a otro campo que depredar.

La responsabilidad final está en la clase política, porque son los que gobiernan el país y controlan las instituciones. Los que deberían imponer la educación cívica y dar ejemplo desde sus partidos. Lamentablemente no es así, sino todo lo contrario. El prebendarismo prima sobre la cordura, dejando estar los problemas actuales, con la mirada puesta en las próximas elecciones.

Conocemos los problemas del país. Hemos tenido y tenemos intelectuales y políticos que han analizado y analizan y tratan de combatir nuestros males, aunque hayan tenido que terminar luchando, como el país, contra "El infortunio", que más que estar enamorado del Paraguay, vive coqueteando con la mediocridad política que sí está enamorada del clientelismo, del prebendarismo y del oportunismo. Ese es el verdadero infortunio que se enamoró del Paraguay.

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