Por: Tito Caro

Estuve con un pescado en Mburicao. Me saludó, me tuteó de entrada y antes que pudiera yo retribuirle el conocimiento, la brótola ya me contaba sus aventuras atlánticas. Tienes que conocerla, lector, los cuentos del bicho te harán desear que Maughan hubiese contemplado el Atlántico como contempló el Pacífico. Gran pescado, gran cuentista.

Te hablo sobre el final y ahora te digo lo que pasó. Era domingo al medio día. Me habían hablado del buffet del Mburicao, de las vitrinas que arma la casa para exponer el arte de la concina. Te confieso que no soy muy amigo de estas exposiciones, me gusta imaginar el alimento antes que verlo como espectáculo acabado. Pero las mesas eran discretas, sabían que eran palco, dejaban que los actores hicieran sus números. Y el palco estaba armado para el campo, para tierras orientales, para el mar.

Ilustración: Selene Torres[/caption]

El sushi no se mostraba alegre, estaba seco de ideas. El ceviche sin embargo, se mostraba locuaz, feliz, habría estado en palacio oriental con las credenciales de rigor. Era local, es verdad, pero viajaría después del trabajo para exhibirse en otros escenarios al rededor del mundo.

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No quise retenerlo y además, ya me había guiñado la brótola. Nos encontramos y fue amor inmediato. No sé qué opinas sobre esto que digo, sobre si el amor puede o no ser inmediato. Que no tiene tanto que ver con rapidez como con lo directo que puede ser. Un amor desproveído de circunstancias sería otra manera de decir. Circunstancial o no, infinito mientras dure, espejismo de nuestra soledad, no sé. La brótola me hizo pensar en mucha cosa ese domingo al medio día.

Te recomiendo el Mburicao, te recomiendo su buffet. Una amiga me cuenta que no tiene buen trato con el pescado. Dice que lo detesta. No conozco el motivo para el rechazo. Conté a la brótola la antipatía de mi amiga. El bicho quedó pensativo, no me contestó. Se sumergió en el laberinto de sus vivencias, me contagió con la memoria de sus andanzas. Mientras escribo, pienso en el silencio del pescado. El mar se pierde y renace en cada ola y la brótola, esa que conocí, estará contando sus aventuras en otras mesas, a otros ojos, a tantos oídos, un ser atlántico con un amor en cada puerto.

Restaurante Mburicao

Profesor Antonio Riobóo 737 casi Chaco Boreal.

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