Estocolmo, Suecia | AFP, por Gaël BRANCHEREAU.

De América a la Viagra, la historia está llena de grandes descubrimientos fruto del azar, como atestigua más de un siglo de galardones de premios Nobel. Los rayos X (Física, 1901), la penicilina (Medicina, 1945), los fullerenos, que abrieron camino a la nanotecnología (Química, 1996), los polímeros conductores de electricidad (Química, 2000) o las bacterias responsables de las úlceras (Medicina, 2005) son algunos de estos "descubrimientos azarosos" valedores del prestigioso Nobel.

Si bien en el amor, el azar hace a veces bien las cosas, "en las ciencias experimentales sólo favorece a las mentes preparadas", advirtió sin embargo Louis Pasteur en 1854, mencionando la relación entre electricidad y magnetismo que reveló el danés Hans Christian Ørsted.

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Sin saberlo, Ørsted jugaba inocentemente con su hilo de cobre y su pila de volta cuando vio oscilar una aguja sobre su pivote, ignorando que esa trivial trinidad anunciaba el telégrafo de André-Marie Ampère.

Como Pasteur, el científico holandés Pek Van Andel cree en lo imprevisto. Pero éste, asegura, sólo es resultado de una búsqueda obstinada o de una rara intuición. "En la mayoría de los casos, no creo en los descubrimientos accidentales sino en las observaciones accidentales. A menudo empleo la metáfora del paseante que sale a recoger un tipo de flores y que encuentra otras más interesantes", explicó a la AFP.

Especialista en "hallazgos" realizados en circunstancias iconoclastas, ha contado un millar desde la prehistoria.

Filósofos y artistas se han interesado en este fenómeno, tras el cual algunos querrían ver la mano de Dios.

En 1754, el filósofo inglés Horace Walpole propuso llamar "serendipia" al "arte de encontrar, por accidente o con sagacidad, lo que uno no andaba buscando". La palabra viene de un cuento oriental sobre el rey Serendip (nombre de Sri Lanka en persa antiguo), que envía a sus hijos a explorar (buscar, descubrir) el mundo.

- Alquimista atolondrado -

En el capítulo de los hallazgos fortuitos que han cambiado el mundo, el desembarco de Cristóbal Colón en América, mientras que él creía haber encontrado el camino hacia las Indias por el oeste, constituye quizá el ejemplo más universalmente conocido.

Otros "hallazgos" dignos de un alquimista atolondrado (algunos hablan de "negligencia controlada") llenan las páginas de las enciclopedias.

En 1895, el alemán Wilhem Röntgen descubre, según él mismo dijo, "por azar", "unos rayos que penetraban el papel negro". Como ignoraba la naturaleza precisa de éstos, los bautizó "rayos X", que le valieron el primer premio Nobel de Física en 1901.

En 1928, en Londres, ocupado en limpiar cajas en las que crecían colonias de estafilococos, Alexander Fleming se dio cuenta al volver de vacaciones que una parte de las bacterias había muerto por la invasión de esporas, probablemente un hongo cultivado por su compañero de laboratorio. Fleming identificó al asesino y le dio nombre: penicilina. Compartiría el Nobel de Medicina de 1945 con dos codescubridores.

Y algo parecido ocurrió con el horno microondas, la estructura del ADN, la Viagra (destinada inicialmente a tratar la angina de pecho), el Post-it, etc.

Pek Van Andel establece tres categorías de serendipia: la pseudoserendipia (Fleming encontró lo que buscaba), la serendipia positiva (Röntgen encontró algo que no buscaba) y la serendipia negativa (Colón encontró algo que no buscaba pero no se dio cuenta de su error).

Para Mark de Rond, etnógrafo en la Universidad de Cambridge, la "serendipia no es sinónimo de azar, suerte o providencia, sino que remite a la capacidad de combinar acontecimientos" favorables. "El agente humano, y no la probabilidad, están en el corazón" del mecanismo.

Lo que tienen en común los investigadores que a menudo se citan es que "vieron puentes donde otros sólo habrían visto el vacío", señala De Rond en un artículo.

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