Por Pablo Noé

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Director periodístico de La Nación TV

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Amo el fútbol. Mis escasas actividades de ocio se resumen a este deporte, ya sea ver los partidos del Olimpia (una cuestión innegociable) y a acompañar a mi hijo mayor que está en la escuela de fútbol, dando sus primeros pasos en nuestro querido club.

A pesar de ese sentimiento indisimulable, cada fin de semana siento una profunda frustración porque en Paraguay se habla muy poco de táctica, técnica y estrategia, las charlas se reducen al show, ya sean chismes o peleas entre ocasionales adversarios, o a las cargadas por algún resultado que pueda ser llamativo. Gran porcentaje del menú se centra en la actuación de los árbitros y en la manera en que favorecen y perjudican a un participante del torneo, para beneficiar a otro.

En ese complejo entramado de opiniones y análisis totalmente interesados por parte de un público que intenta defender a como dé lugar sus intereses, entra el todo vale. No faltan las posturas que tienen un halo de credibilidad y consistencia, las disparatadas, las soberbias, las que pretenden tener un sustento técnico y las que buscan disfrutar del momento, sin involucrarse tanto en la polémica. Eso sí, todos tenemos el derecho de opinar, participando así, casi obligatoriamente del tema.

La selección nacional pasó hace unos años a ser causa nacional, un status que decayó tras la eliminación del Mundial de Brasil 2014, pero que comienza a retomar su fuerza, cuando la gente percibe que existen chances de volver a la cita más importante en Rusia 2018. Gracias a la Albirroja, existe toda una movida marketinera y cultural, en donde se intenta identificar con el equipo a lo mejor de nuestro país.

En el fútbol condensamos todo aquello que consideramos bueno y malo de la sociedad. Reducimos en el deporte los valores aspiracionales y lo que es absolutamente descartable. Así, dependiendo del color, o queremos ser Sergio Díaz o Roque Santa Cruz, y al que hace las cosas mal, se lo compara con el pobre "Tacuara" Cardozo, que tuvo la desgracia de fallar un penal decisivo en un Mundial.

Las odiosas comparaciones del opio del pueblo pueden parecer disparatadas, aunque nunca está de más mirar lo desviado que puede estar nuestro objetivo, cuando intentamos construir una sociedad más justa, pero nos desgastamos en peleas que son intrascendentes. En lugar de señalar airadamente quiénes son los más favorecidos por los arbitrajes deportivos, estaría bueno que le pusiéramos el mismo entusiasmo para denunciar y pedir resarcimiento cuando dilapidan nuestros recursos.

En la última sesión de diputados, se les otorgó a los funcionarios la posibilidad de continuar con el régimen de tres aguinaldos al año. Así, quienes desempeñan su tarea en este ente y en otros organismos estatales, pueden disfrutar de los beneficios del poder, cuando enfrente nada más podemos ver que existe una gran franja de la población que sobrevive con lo que tiene, en condiciones de precariedad, y sin oportunidades de desarrollo para tener una vida digna.

Así, en el país existen una serie de rubros que se inflan para favorecer a algunos privilegiados, que consolidan un sistema que los beneficia y perpetúa en sus cargos.

La vida para el paraguayo común, sin embargo, está plagada de limitaciones e injusticias, que no son denunciadas y cuestionadas con la misma fuerza con la que se critica un error arbitral o una jugada polémica de un partido de la fecha.

Si tan solo tuviéramos un poco más de fuerza en nuestros reclamos, todo sería mucho más fácil. Porque ya se demostró que cuando la gente se levanta y protesta, muchos parlamentarios tiemblan y rectifican su accionar. Pero como el Congreso no es una cancha, la hinchada sigue callada. En la sociedad, los goles llegan y no conmueven porque no vemos que estamos perdiendo el partido. Lo peor es que la goleada en nuestra contra es cada vez más indignante.

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