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SHIN-OKUBO, Japón

En el barrio de Shin-Okubo de Tokio, flotan en el aire aromas de la comida coreana y fragmentos en ese idioma. Un supermercado que vende kimchi se ubica al lado de un local de kebabs operado por indios; el segundo con todo y folletos que promueven el islamismo, la religión del dueño nacido en Calcuta. Una agencia inmobiliaria anuncia personal que habla chino, vietnamita y tailandés junto con los planos de diminutos departamentos de Tokio.

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Shin-Okubo es una rareza en Japón. El país ha permanecido relativamente cerrado a los extranjeros, quienes conforman solo 2 por ciento de la población de 127 millones de habitantes, comparado con un promedio de 12 por ciento en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, un club de países mayormente ricos.

Sin embargo, Japón está especialmente escaso de trabajadores. Un 83 por ciento de las empresas tiene problemas para las contrataciones, según Manpower, una firma de reclutamiento, la tasa más alta entre los países que sondea. Y es probable que la escasez se vuelva mucho peor. Se proyecta que la población descenderá a 87 millones para el 2060, y la población en edad laboral (de 15 a 64 años) pasará de 78 millones a 44 millones, debido al envejecimiento.

Desde hace tiempo, la Keidanren, la Federación de Empresas de Japón, y prominentes líderes de negocios como Takeshi Niinami, el director de Suntory, una compañía de bebidas, han hecho un llamado a favor de la inmigración.

Shinzo Abe, el primer ministro de Japón, dice que preferiría elevar la proporción relativamente baja de mujeres japonesas que trabajan, y mantener a todos los japoneses trabajando más tiempo, antes de admitir a un aluvión de extranjeros. Pero, no obstante, su gobierno ha adoptado algunas pequeñas medidas para estimular la inmigración.

Ha relajado discretamente la casi prohibición de Japón sobre las visas para trabajadores poco calificados, con acuerdos para permitir que sirvientes extranjeros trabajen en zonas económicas especiales. Ahora está hablando de relajar los requisitos para los asistentes médicos domésticos originarios de Filipinas.

Las autoridades también han hecho que las visas para estudiantes y becarios sean más fáciles de obtener, y se ha hecho de la vista gorda ante quienes las aprovechan para reclutar personal para tareas que involucran muy pocos estudios o capacitación en "kombinis" (las ubicuas tiendas en las esquinas, a menudo atendidas por chinos) o en silvicultura, pesca, agricultura y procesamiento de alimentos. Quizá extienda las visas para becarios de tres a cinco años.

Abe también se ha jactado de que reducirá el tiempo que los residentes no permanentes necesitan vivir en Japón antes de volverse elegibles para la residencia permanente al "más corto del mundo"; probablemente menos de tres años (lejos de ser el más corto) respecto de los actuales cinco.

Todo esto está empezando a marcar una diferencia. El año pasado, el número de residentes permanentes extranjeros alcanzó un récord de 2,23 millones, un aumento del 72 por ciento respecto de hace dos décadas; y el número de personas con visas no permanentes también está aumentando.

Pero el objetivo parece ser un aumento subrepticio en el número de trabajadores temporales y un sistema complaciente para los trabajadores calificados, no el asentamiento de extranjeros a gran escala. Solo cantidades diminutas de extranjeros se vuelven ciudadanos japoneses e incluso a menos se les concede asilo: solo 27 en el 2015, apenas 0,4 por ciento de los solicitantes.

Algunas voces defienden el abrir más ampliamente la puerta. Hidenori Sakanaka, ex director de inmigración que ahora encabeza al Instituto de Política de Inmigración de Japón, un grupo de análisis, estima que Japón necesitará 10 millones de migrantes en los próximos 50 años.

Cuando menos, el país necesita una política clara sobre la migración de trabajadores domésticos extranjeros, en vez de ignorar el abuso de las visas para estudiantes y becarios, dice Shigeru Ishiba, un prominente legislador del Partido Liberal Democrático que se espera desafía a Abe por el liderazgo del partido en el 2018. El gobierno necesita delinear los detalles de cuántas personas quiere atraer y en qué marco de tiempo, afirma.

La opinión pública parece estar cambiando gradualmente. Los autores de un sondeo reciente realizado por WinGallup se sorprendieron de que más japoneses favorecieran la inmigración que los que se oponen a ella –22 por ciento contra 15 por ciento–, aunque un asombroso 63 por ciento dijo que no estaba seguro.

Una cordial recepción a muchos extranjeros es poco probable. Los nacionalistas de Japón no tienen el poder de los movimientos antiinmigrantes de base amplia de Europa. Pero el país se enorgullece de su homogeneidad y, aunque los medios ya no culpan reflexivamente a los extranjeros de todos los males sociales, la discriminación sigue proliferando.

Muchos arrendadores no aceptarán a arrendatarios extranjeros, ostensiblemente, dice Li Hong Kun, un agente de bienes raíces chino en Shin-Okubo, porque no se apegan a las reglas de estar en silencio después de las 22:00 y seleccionar la basura adecuadamente (una tarea compleja). Otros sugieren los ataques terroristas en Europa como una razón para conservar Japón para los japoneses.

Los brasileños de origen japonés, que fueron alentados a migrar a Japón en los años 80, nunca han sido realmente aceptados pese a su etnicidad japonesa, señala Tatsuya Mizuno, el autor de un libro sobre la comunidad.

Incluso Sakanaka e Ishiba piensan que todos los migrantes deben aprender el idioma y las costumbres locales, como mostrar respeto a la familia imperial. Pero el argumento económico a favor de una mayor afluencia es innegable. Para aquellos, como Abe, que hablan del renacimiento nacional, hay pocas alternativas.

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