Por: Emmanuel Báez Rodríguez

@mrtenno

Hace unos días fuimos con mi hija de seis años a ver una obra de teatro infantil. Fue su primera vez en un teatro, y quedó bastante contenta, en especial porque todo era parte de nuestro festejo previo por el Día del niño, el cual incluyó luego un paseo de todo un día por la Costanera de Asunción y otros puntos de la ciudad donde había juegos para niños.

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Sin embargo, es la obra de teatro la que me dejó pensando; ya que la misma contaba un relato ficticio para niños sobre una malvada reina cuya maldad fue atribuida a que sus padres le dijeron muchos "no" cuando era chica. Fue un relato muy simpático, con momentos tiernos y estructurado de una forma bien dinámica para mantener la atención de los chicos durante poco más de una hora.

A pesar de la sencillez del argumento, me quedé pensando en la problemática de la excesiva permisividad de los padres, y la dificultad de encontrar un balance entre la tolerancia a favor del aprendizaje, y la indiferencia, que puede ser igual de negativa para un hijo en desarrollo que necesita de esa figura que le hable de límites y comportamientos. No es fácil, es cierto, pero es una charla muy importante.

Es también una cuestión delicada, porque es incómodo pretender que uno puede juzgar el actuar de un padre sin conocer realmente la situación de esa familia. Muchas veces, cuando estoy fuera de casa, veo a niños hacer berrinches de toda clase sin ningún tipo de control por parte de sus padres, que suelen estar con ellos sin la más mínima atención aparente. En otras ocasiones, veo niños sumamente tranquilos que saben perfectamente cómo desenvolverse en público sin atraer atención.

Muchísimas cosas pueden ser diferentes en ambas familias; sin embargo, no resta la importancia de poner límites e ir trabajando en la actitud y la madurez de los hijos. Esto tampoco significa vivir diciendo que no a todo lo que piden, quitándoles la oportunidad de cometer errores y sufrir decepciones; algo que es necesario para que vayan aprendiendo de todo lo que la vida tiene para ofrecer. Es un balance difícil de conseguir, pero creo que permite una mejor relación a largo plazo; especialmente, porque disminuye las situaciones penosas en público (que suelen ser una preocupación constante de los padres).

Y sobre todo, no hay que olvidar lo más importante: Que digamos sí o digamos no a algo que pidan los hijos, debemos acompañar esa respuesta con una explicación, siempre. Solemos olvidar que los chicos son mucho más inteligentes de lo que queremos admitir.

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