Por Milia Gayoso-Manzur

miliagm@lanacion.com.py

Cuando mis hijos eran chicos, Pikachú era un peluche amarillo abrazable o un dibujito que poblaba la pantalla de la televisión, con sus historias que entretenían a los pequeños.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Ahora que ha evolucionado y los niños están más altos que yo, el Pokémon tomó formas que desconozco en un juego virtual que no pienso aprender a manejar. Y dicen que tiene a sus jugadores caminando como zombies por calles, plazas e inverosímiles lugares de la ciudad, persiguiendo a un monstruito ficticio que no se quiere dejar atrapar.

Mientras esto ocurre, otro grupo de gente como yo, para en cualquier lugar: calles, veredas o descampado, para sacar fotos a los lapachos rosados y lilas que convierten el país en un poema vívido que alegra el corazón.

Esta serie de personas a lo yma, con celulares o cámaras en mano, retrata copas color fantasía para alegrar su muro del Facebook o para usar como fondo de pantalla; o simplemente para eternizar la belleza en un flash.

Pero, mientras tanto en ciudad Gótika hay un tercer grupo, que no persigue Pikachúes ni los tajy florecidos, no se emociona caminando sobre una alfombra rosa mientras empiezan a nacer los pequeños soles de los lapachos amarillos; ni camina como los protagonistas de "The walking dead" detrás de los bichos virtuales; esta gente elucubra perversidades.

Lejos del romanticismo que a otros puede parecer medio infantil, o el vértigo de probar nuevas tecnologías, los renegados se consumen en sus propias frustraciones y odios. Están en todas partes. Uno los encuentra dentro de los grupos laborales, familiares o en los círculos de amistad.

Están por allí, inundando las redes sociales de mensajes amorosos y alabanzas a Dios, mientras por lo bajo destilan veneno de yarará y tienen fósforo inflamable en la punta de sus dedos. No tienen empacho en tirar basura y encender el ventilador, salpicando a todos los que están en su camino, con tal de lograr su objetivo de lastimar, de derribar al ser que le molesta porque logró todo lo que él o ella no pudo conseguir, ya sea en lo personal, familiar o laboral.

Se camuflan muy bien, como las lagartijas o las serpientes. Son capaces de mimetizarse, formar parte de un buen ambiente para hacer creer en su bondad, en sus buenas intenciones. Pero sin falta, su mala energía escapa por algún poro y tarde o temprano se puede ver la forma real de su personalidad desequilibrada.

Hasta puede mostrarse fanático de los lapachos o de los Pokémon, intentando pasar por un ser normal. A este grupo pertenecen los seres que no perdonan la felicidad ajena, el éxito de los demás. El/la renegad@, está peleado con el mundo, pero en especial consigo mismo y proyecta todas sus frustraciones en los demás.

Como decía mi abuelita: ohupi ijajaka ambue akã ári (alza su cesto sobre la cabeza del otro), como en una especie de transportación de desquicios. Pero allá en el fondo de sus corazones, los seres así están muy solos, tristes, frustrados y amargados.

Se han quedado por el camino de sus anhelos por su propia inacción, inmadurez o poca preparación. Quizás no lograron alcanzar sus metas como ser humano, como profesional, ... entonces todo lo ven oscuro, mugroso, maloliente, igual que sus almas.

No les vendría mal cambiar de chip, liberar endorfinas, respirar aire puro, trabajar, caminar, ayudar a los otros, leer, pensar cosas positivas, dejar los tranquilizantes y las conspiraciones.

No les vendría mal salir a cazar algún Pikachú extraviado o a sostener con las manos las flores del tajy que caen como lluvia mansa en pleno agosto.

Dejanos tu comentario