La élite política paraguaya es reflejo de la sociedad en la que vivimos. Por eso, cuando las prioridades de los diferentes grupos políticos no van en correlación a lo que interesa a la gente, se puede notar con mayor claridad la manera miserable en la que operan, buscando como único fin el poder como fuente de financiación para sus intereses particulares.

En este juego perverso entra a tallar un montón de factores, empleados por los políticos de turno que así intentan engañar a la gente para instalar sus planteamientos como los más importantes. Lo grave del caso es que en muchos casos logran su cometido, aprovechando la flaca memoria colectiva.

Actualmente tenemos casos paradigmáticos que demuestran la manera en la que actúan los que siempre vivieron a costilla del pueblo, cuando en verdad le dan la espalda, mirando únicamente sus prioridades.

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El caso del proyecto emblemático del barrio San Francisco es el indicador más claro. Muchos de los que se llenan la boca de solidaridad, que enarbolan la bandera de defensa de los más vulnerables, que hablan de denigrantes índices de desigualdad social fueron los que articularon todo tipo de artimañas para desnaturalizar esta iniciativa.

Las prioridades de la población que sufre constantemente las privaciones de no tener servicios básicos, de estar expuestos a las inundaciones, de no poder resguardar sus bienes ante el avance de las aguas fueron desoídas por el simple argumento de que este proyecto provenía de un sector que no es afín a sus intereses.

Por temor y egocentrismo, se escucharon todo tipo de justificaciones que pretendían desacreditar los planes establecidos, y en ningún momento (ni cuando coyunturalmente estuvieron en el poder muchos de ellos) se esbozó alguna idea que pudiera dar una mano a más de 6.000 paraguayos que serán beneficiarios de una vivienda digna, en un barrio modelo, de los que escasean en nuestro país.

Tan enmarcados están en su agenda política, que hicieron todo el esfuerzo para truncar los sueños de una franja importante de la población que vive desprotegida.

Esta es la prueba más contundente que la coherencia no forma parte de los valores con los que actúan en supuesta defensa y representación de un pueblo al que desprecian en sus necesidades.

Actualmente tenemos casos paradigmáticos que demuestran la manera en la que actúan los que siempre vivieron a costilla del pueblo, cuando en verdad le dan la espalda, mirando únicamente sus prioridades.

El político tradicional paraguayo, aquel que se autodenomina de raza, tampoco repara mucho en construir alianzas con otros actores sin importar el vínculo que los acercó o distanció en algún momento de sus vidas.

Lo que importa, una vez más, es juntar mayorías para imponer sus deseos, sin que éstos sean coherentes o no.

Un día tranquilamente puede sentarse a compartir con alguien, y al día siguiente, si es lo que beneficiará a sus intereses no le importa traicionarlo.

La voracidad para alcanzar el poder obliga a muchos a tragar sapos, a olvidar posturas, a dejar de lado el pasado. Por eso es que se observan alianzas pegadas con saliva, que a poco tiempo de asumir el poder terminan siendo gestiones resquebrajadas por intereses sectarios, en donde obviamente lo que necesita la gente deja de ser prioridad.

Pasa a formar parte del arsenal electoral que vuelve a desenfundarse en los siguientes comicios. Mientras, no interesa lo que la ciudadanía piense o sienta, ya que ellos solamente son útiles en cada justa eleccionaria.

Este ejercicio parece eterno, y los que llegan a puestos de representación demuestran la veracidad del pensamiento que asegura que para conocer a una persona uno debe otorgarle poder para conocerla verdaderamente.

Para beneficio de la población, dentro del panorama negro, la posibilidad de cambio está en nuestras manos, ya que depende de nosotros analizar gestiones, valorar la manera en la que se atienden los deseos de la gente, analizar conductas, y así premiar a los que hacen bien los deberes y castigar a los que siguen siendo incoherentes.

Esta valoración final del pueblo debe darse en el lugar en donde más duele: las urnas. Así comenzaremos a construir un Paraguay diferente, y de mayor calidad, en donde la gente sea la protagonista central.

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