Las noticias nos hablan desde hace días sobre el nuevo e importante reconocimiento internacional que recibirá la ciudad de Atyrá, en el departamento de Cordillera de nuestro país. Dicha ciudad ya lleva muchos años siendo reconocida como la séptima ciudad más limpia de América y se ubica en un importantísimo octavo lugar en el mundo en la misma categoría.

Esta vez, el premio o reconocimiento será por el proyecto denominado "Atyrá, una ciudad sustentable", en el marco de la XXII edición de la Conferencia Interamericana de Alcaldes y Autoridades Locales, que se realizará en Miami, Estados Unidos. El congreso en que se entregará la distinción se desarrollará en el hotel Hilton Miami Downtown, del 13 al 16 de junio de este año, en la mencionada ciudad norteamericana.

Y a la sombra de las constantes denuncias sobre polución, abandono y descuido de la mayoría de nuestras ciudades y pueblos, nos detenemos a preguntarnos por qué esa pequeña ciudad, con un poco más de 15 mil habitantes, se ha convertido en una especie de isla rodeada de tierra, pero en el sentido positivo, y persiste en la idea de conservar sus títulos prestigiosos, a través de los años.

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Para buscar la punta del ovillo, talvez haya que remontarse no muy lejos en la historia más cercana. El proyecto mismo recorre –según lo explicado por el intendente actual de la ciudad– los años vividos por la comunidad, inspirada en el sueño de un intendente que marcó la diferencia, Feliciano Martínez, pero que no se conformó soñar desde el comienzo de su mandato con los aplausos recibidos por una buena gestión, sino que supo lograr que todos y cada uno de los pobladores de esa bella y tranquila ciudad, a la que se llega recorriendo apenas un poco más de 60 km, se comprometan a cuidarla.

El mayor triunfo de aquel intendente ya fallecido fue convertirse en ejemplo a seguir, en inspirador de un cambio positivo en la ciudadanía. Tan simple como eso. Y tan difícil para muchos. No necesitó echar mano –o meter la mano– en el erario público, ni invertir mucho dinero en enormes campañas publicitarias, ni contratar asesores de pedigree internacional. Talvez fue tan difícil como lograr ser absolutamente simple y predicar con el ejemplo, al decir que la clave del éxito del que todos hablaban, al trascender la fama de Atyrá las fronteras del país, era simplemente esta: "Lo importante ha sido crear conciencia y trabajar sin importar de qué color partidario era cada uno". Y definían la acción como una verdadera revolución cultural, de la que él y los miles de vecinos que participaron con gusto y ganas en la tarea de limpiar y hermosear la ciudad se sentían protagonistas. El lema que los unía por encima de las diferencias sociales, políticas y económicas fue que "la solidaridad lo puede todo".

A esta altura de las cosas, hay que reconocer que muchos creíamos que quizás el sueño realizado de ser una ciudad limpia que respeta el medio ambiente y la integración vecinal en forma activa, más allá de los discursos de campaña, iba a quedar trunca luego de la partida física de aquel inspirador intendente o posiblemente a causa del alejamiento de los primeros impulsores. También pensamos que podrían aparecer entre sus vecinos, las consabidas discordias entre compueblanos que tantas veces han afectado a muchos otros sitios del país.

Sin embargo, nada de eso ocurrió. Luego de años, ahora nos encontramos ante la evidencia: lo que comenzó allá por 1991, siguió y permanece. Y no solo eso, sino que crece al cuidado de sus ciudadanos. Y ya es parte de una herencia que los mayores han sabido transmitir a los más jóvenes, con el ejemplo. Y hoy todos tienen ese espíritu de orgullosos protagonistas de una historia que hay que aplaudir.

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