A estas horas, en los medios internacionales, se habla de que el número de fallecidos a causa del terrible sismo que afectó a una importante zona de Ecuador ya supera ampliamente los 200. Miles de heridos y pérdidas materiales muy importantes son el balance inmediato que nos sorprendió a todos con su crudeza y brutalidad.

El sismo, que alcanzó casi los 8 grados en la escala Ritcher, es considerado como una verdadera catástrofe que ha puesto a trabajar de inmediato a todas las fuerzas tanto gubernamentales como civiles para paliar los daños, especialmente los humanos, que en éstos casos suelen ser un muestrario del dolor y la impotencia ante la fuerza gigantesca de la naturaleza en su expresión más devastadora.

Días pasados, Japón padeció nuevamente uno de los mayores sismos –que se repitió nuevamente el pasado fin de semana– con menor fuerza y menos víctimas y destrozos, en un país que ha preparado para enfrentar las más duras condiciones en cuanto a desastres naturales y es ejemplo en cuanto a dicha tarea, así como en la formación de sus ciudadanos en dicha prevención .

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Cerca de nuestro país, en Uruguay, en la semana que pasó, vimos asombrados los efectos de un tornado que azotó a la zona de Dolores con una brutalidad inesperada. Destrozos y víctimas fatales, heridos y sobre todo el terror, el miedo que queda latente en una comunidad que ha pasado por semejante experiencia negativa.

En nuestro país, muchos dicen que debemos estar agradecidos con la madre naturaleza, por habernos dotado de muchos beneficios y nos ha situado en un lugar donde "las tragedias naturales no llegan". Un concepto que es verdad solo a medias, si nos tomamos el trabajo de analizar con absoluta objetividad la realidad.

Es verdad que no se esperan por esta zona del mundo, grandes terremotos como los que ocurren en el enorme recorrido de la Cordillera de los Andes, ni estamos asentados sobre volcanes. Pero lo que no podemos negar es que las inundaciones y las tragedias humanas que estas representan nos invitan a comprender que nadie en el mundo está exento de los eventos naturales y que es necesario que aprendamos a manejarnos con inteligencia y capacidad ante ellos.

Es así, por ejemplo, como se impone una mayor difusión de medidas preventivas en los medios y las escuelas y colegios, así como la información adecuada a quienes viven en zonas de riesgo. En este sentido, se está avanzando en la tarea de lograr viviendas dignas en lugares seguros para esa gran cantidad de paraguayos que están padeciendo la situación en zonas ribereñas.

Hoy por hoy, en nuestro país, en algunas ciudades como Pilar y Alberdi, cada día sus habitantes conviven con la amenaza de una naturaleza hostil, expresada por las crecidas de los ríos, que también ahora afectan seriamente provincias del Litoral argentino y otras zonas de Sudamérica.

Asunción se ve afectada gravemente por esa creciente que no cesa y que los expertos anuncian está muy lejos de terminar. Se esperan copiosas lluvias en mayo y más adelante, más crecidas, lo que empeorará la ya difícil situación de los Bañados y otros barrios en donde el agua no da tregua y se ha adueñado de lo poco que poseen sus habitantes.

La voluntad política de hacer obras que en realidad sirvan para detener las aguas y prestar el servicio para las comunidades tiene que ser una prioridad innegociable para el Estado. Ofrecer oportunidades de viviendas accesibles es una medida que redundará en un cambio positivo y una oportunidad de mejores condiciones de vida y será la mejor medida de prevención ante posibles tragedias. Para que esto sea así, se necesita además la voluntad de quienes viven esa triste realidad que ya no afecta a un puñado de personas en un lugar de apenas metros, sino que abarca una gran extensión de la zona ribereña y a miles de compatriotas.

Lo que vivimos a diario aquí y en todo el mundo nos invita a dejar de estar sujetos a las bondades de la suerte y asumir nuestra responsabilidad para evitar daños mayores.

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