Se recuerda hoy un aniversario más, el 146º, de la muerte del mariscal Francisco Solano López en Cerro Corá. Se trata del acontecimiento que pone fin a largos años de una sangrienta guerra que aún hoy, a casi siglo y medio de su conclusión, sigue resonando en nuestro país y en la región.

No es de extrañar que así sea, pues en aquella fragua se forjaron las estructuras políticas y los ordenamientos territoriales que todavía hoy perviven en esta parte de Sudamérica. Al calor de esa guerra se forjó la hegemonía de Buenos Aires sobre el resto de las provincias argentinas. La contienda representó también un fuerte impulso a las ideas republicanas y abolicionistas en Brasil. Y, sobre todo, la Guerra de la Triple Alianza significó la destrucción de la primera república paraguaya, aquella fundada por los próceres de mayo y Carlos A. López. Postró al Paraguay ante sus poderosos vecinos por largas décadas, posición que aún no ha sido revertida por completo.

La figura de Francisco Solano López emerge en el centro de estos hechos. Más allá de las controversias y polémicas que rodean a la figura y a la actuación del mariscal López, no pueden existir dudas acerca del papel crucial que le correspondió en la mayor tragedia que ha soportado nuestra nación a lo largo de su historia. López estuvo al frente del país, de sus instituciones, de su ejército y de su pueblo por los más de cinco años que duró la contienda.

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Asumió la defensa de la soberanía nacional –cuyo destino identificó indisolublemente al suyo propio– en un tiempo en que la independencia del Paraguay se hallaba todavía en grave peligro. El nuestro era aún entonces un país asediado en sus fronteras, en el marco de una creciente inestabilidad en la región. Criticado por supuestos errores militares e ingenuidades diplomáticas y por abusos cometidos en el marco de una guerra internacional, lo cierto es que al mariscal no se le puede negar ni el patriotismo ni el coraje para proteger hasta la muerte los intereses nacionales.

Son virtudes que no abundan precisamente en la actual clase política de nuestro país. Es verdad que no hubo ningún asomo de pluralidad política o de disenso bajo su mando, pero es de igual manera innegable su profundo compromiso con la independencia del Paraguay, una nación a la que atribuía un futuro de grandeza y un papel relevante en el equilibrio geopolítico de la región.

Las generaciones presentes y futuras de paraguayos, con la mesura y la objetividad que solo la distancia en el tiempo pueden proporcionar, tienen la oportunidad de estudiar con un espíritu abierto y sin fanatismos lo que pensaron e hicieron los forjadores de nuestra historia, entre ellos el mariscal López. Es estéril e inconducente la confrontación entre quienes elevan a López en un altar y lo ven solo como un estadista sin mácula y un genio militar y aquellos, ubicados al otro extremo del escenario, que reducen al mariscal a un tirano sanguinario y egoísta.

Para que nuestra rica historia sirva como herramienta de construcción de una república más fuerte y una sociedad más libre y justa, es indispensable abordar el análisis de los procesos históricos y sus actores comprendiendo su complejidad y considerando sus matices. Las interpretaciones sesgadas y unilaterales derivan inexorablemente hacia el pensamiento dogmático y excluyente, caldo de cultivo para la intolerancia política y el autoritarismo.

El Primero de Marzo es una fecha de reflexión para los paraguayos. Una fecha que invita a pensar en los desafíos que enfrenta hoy nuestra nación y en el compromiso de cada uno con su destino.

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