Una noticia cuanto menos sorprendente salió ayer del Poder Judicial: una audiencia ante un juez en un caso penal fue suspendida por 19ª vez. El número realmente asombra y también preocupa, atendiendo a que los fiscales de este proceso temen que la causa prescriba en poco tiempo.

El proceso judicial –en el que fueron invertidos considerables recursos del Estado– se encamina sencillamente al "oparei", sin que la Justicia haya conseguido dilucidar las responsabilidades, ni castigar a los eventuales culpables ni ofrecer una mínima reparación a la parte afectada. En definitiva, un gasto de dinero público y de tiempo para un engorroso y desgastante proceso judicial que no condujo a ninguna parte. No pasaría esto de una anécdota si no fuera apenas un caso extremo de lo que es la tónica en la Justicia paraguaya.

El Poder Judicial es un gigante pesado que por lo general solo se mueve con más rapidez cuando existen "incentivos" o alguna retribución semejante. Procesos judiciales que deberían durar como mucho unos pocos meses se prolongan por años, hasta que la causa quede ya sin efecto o alguna de las partes desista de persistir en su propósito.

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En este escenario prosperan los abogados hábiles en chicanas y maniobras dilatorias, aquellos que no tienen demasiados escrúpulos y que saben más de los embrollos de pasillos y oficinas antes que de ciencia jurídica y de hermenéutica legal. Así son nuestros tribunales hoy: el peñón contra el cual se estrellan a diario las ansías de justicia de la población, donde los corruptos echan mano de las artimañas más elaboradas para eludir el castigo que todos saben que merecen y donde el ladrón de gallinas recibe una pena más que ejemplar.

Lograr una Justicia independiente, imparcial y rápida es una deuda pendiente de la clase política paraguaya. No es mucho lo que se ha avanzado en este sentido en los últimos años. El Poder Judicial sigue siendo una pesada y farragosa maquinaria que debe soportar la carga adicional de la presión e intromisión de los políticos.

Entretanto, la ciudadanía no recibe aquello que es fundamento esencial del Estado y la República: la absoluta igualdad ante la ley de todos los habitantes del Paraguay. Mientras esta condición elemental no se cumpla, los progresos económicos y el desarrollo social serán siempre relativos y la sociedad paraguaya no tendrá estabilidad ni previsibilidad. Sin instituciones sólidas toda construcción social se vuelve endeble y tambaleante. Sin un Poder Judicial fuerte y con plena autonomía de cualquier factor externo no tendremos nunca el país estable y previsible que soñamos.

El Poder Judicial está muy lejos de ser una estructura en la que la integridad ética, la solvencia profesional y el trabajo empeñoso sean credenciales necesarias y suficientes para ascensos y promociones. Se registran además índices alarmantes de corrupción, con jueces y funcionarios que ostentan un nivel de vida que jamás podrían sufragar con sus salarios.

Las tareas por delante en el ámbito de la Justicia son enormes. Es fundamental sin embargo comenzar por algún lado. Si, por razones que conciernen otra vez a la clase política, no se trata en lo inmediato de la renovación de las cúpulas que sea al menos la introducción de medidas que agilicen los procesos judiciales y que impidan que suceda el absurdo de una audiencia suspendida en casi 20 ocasiones.

Una Justicia tan ineficiente como la nuestra es un peligro incluso para la democracia.

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