En los últimos días han salido a la luz pública varios casos que confirman cuan arraigados están los vicios en la clase política paraguaya. Casos de planilleros –personas que reciben un salario pero que solo figuran en "planilla" y que no cumplen su trabajo–, recomendados de toda clase que se benefician con un cargo y una jugosa remuneración, parientes, amigos o amantes de legisladores u otras autoridades y que sin mayor mérito consiguen vivir a costa del Estado. Con los ejemplos surgidos últimamente también se constata que estas prácticas nefastas son comunes a todo el espectro político e ideológico de nuestro país.

Se trata de una forma de considerar la política que es transversal a los partidos y a las banderas doctrinarias. La mayoría de los políticos que ocupan cargos en el Estado consideran al patrimonio público casi como un bien personal, que puede disponerse con total arbitrariedad y a voluntad. Imaginan, según parece, que el haber llegado a tal o cual puesto les otorga amplias prerrogativas entre las que se encuentra en primer lugar la colocación de parientes, operadores políticos o amantes en las "planillas" de cualquier oficina pública. Cuando son descubiertos se ensayan las más variadas justificaciones. La ciudadanía ha escuchado de todo en este sentido.

Desde aquello de que los recomendados "también tienen derecho a trabajar" hasta que la irregularidad fue cometida "por una buena causa". Hay que ser tajantes: nadie, ni siquiera el más encumbrado de los funcionarios públicos, tiene el derecho de disponer a su antojo de lo que es propiedad de todos los paraguayos.

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Una vez que llegan al poder, la gran mayoría de los políticos piensa y actúa ya en función de perpetuarse en él. Es comprensible, considerando los grandes privilegios y ventajas de los que disfrutan, llevando un nivel de vida muy por arriba del promedio de los paraguayos. Jugosos salarios o dietas, exoneraciones de todo tipo, favoritismos en la burocracia, son solamente algunos de los "premios" reservados a aquellos líderes que consigan una banca parlamentaria o un puesto de relevancia en la administración pública. En ese camino han conseguido cavar un profundo abismo entre el ciudadano común y sus representantes políticos.

La noción de la política como un servicio a la sociedad, como una vocación altruista, como un instrumento para mejorar la república y elevar a la nación es vista como una ingenuidad que mueve más a la risa y a la burla antes que a la consideración o el respeto. Aunque suene ingenuo, para nuestra nación es crucial recuperar la noción de la política como un servicio a la sociedad, como una vocación altruista, como un instrumento para mejorar la república y elevar a la nación. De lo contrario, la distancia que separa al Paraguay del mundo altamente desarrollado se irá ensanchando progresivamente hasta que la brecha se convierta en abismo.

Desde luego, los vicios de nuestra clase política no desaparecerán por arte de magia ni por una repentina toma de conciencia de sus integrantes. Es preciso que la ciudadanía impulse cambios en las reglas del juego, para que estas condiciones finalmente cambien. La elección para cargos electivos mediante listas cerradas –o listas sábana– es un ejemplo de lo que urge transformar para mejorar la calidad de nuestra política. Otro tanto puede decirse de la legislación sobre financiamiento de partidos y candidaturas.

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